Son diversas las perspectivas, por parte de los diferentes autores, de entender civismo.
Bilbeny (2007) forma parte de los partidarios de la tesis que defiende la ciudadanía cosmopolita basada en la concepción igualitaria de todos los ciudadanos del mundo, en un estatus de igualdad de derechos y libertades para todos, insistiendo en un orden económico y social justo en el ámbito internacional. Los cambios producidos con motivo de la globalización, la pluralidad moral y religiosa, y las desigualdades, han ocasionado que el civismo democrático haya experimentado un nuevo giro que determina la noción de civismo en la actualidad hacia la idea de cosmopolitismo. Esta tesis subraya la importancia de los deberes cívicos porque considera que los derechos ya están garantizados mediante las leyes de los Estados democráticos; los deberes cívicos son imprescindibles para mejorar la democracia, sometiéndola a examen constantemente. Es necesaria, por tanto, una sociedad civil comprometida y solidaria.
Por su parte, López (2009) coincide con otros autores en que el incivismo puede deberse a factores como la juventud de nuestra democracia, el individualismo y las carencias educativas. Reduce a dos las formas que el individuo dispone de obedecer las normas. La primera es su interiorización por parte de los ciudadanos, haciéndolas suyas y llevándolas a la práctica; y la segunda es cuando se aplican medidas coercitivas que obligan a cumplirlas. Destaca que el hecho de tener una democracia relativamente joven que proviene de un régimen dictatorial puede haber influido en el hecho de cumplir normas que no se consideran legítimas. Los factores psicológicos que pueden llevar a la no interiorización de las normas pueden venir generados por diversas razones como la no aceptación de la autoridad del Estado y la rebelión contra sus normas de diversas formas –algo habitual entre los jóvenes- o por factores coyunturales como el anonimato proporcionado por el fenómeno grupal, y dejarse llevar por los mismos, o los efectos del consumo de alcohol y/u otras sustancias.
López (2009), cita a Camps, V. y Cifuentes, L. como autores que identifican el civismo como una de las problemáticas de las democracias actuales. Ambos coinciden en el paso del autoritarismo a un perjudicial “dejar hacer” en las escuelas. Comparten que hay una excesiva relajación por parte del conjunto de la sociedad, incluidas las instituciones, y que algunas de las soluciones pasan por la coacción.
El mismo autor comenta en su artículo que, hace aproximadamente una década, comenzaron a surgir teorías que ligan el desarrollo de los países con el grado de confianza que hay entre sus ciudadanos. No se sabe bien qué fue primero, si el progreso o la cooperación entre vecinos, lo cierto es que –según estas teorías- las sociedades aventajadas económicamente suelen ser también las más cívicas. Los estudios de estas teorías que relacionan de alguna manera el civismo con el desarrollo, estudian factores como el nivel de confianza que hay entre los vecinos de una ciudad, el nivel de las demandas judiciales que se interponen unos a otros, la capacidad asociativa o las prácticas de comportamientos ciudadanos que contribuyen al beneficio colectivo, desde los más elementales –como cuidar instalaciones de uso público-, hasta pagar los impuestos imprescindibles para la correcta marcha de la sociedad y la prestación de los servicios públicos.
Cifuentes (2009) hace referencia a la Teoría de las ventanas rotas de Kelling y Wilson, para considerar el entorno degradado como un factor del incivismo. Los entornos degradados muestran signos de la falta de persecución de los actos vandálicos en esos espacios públicos, y –por tanto- fomentan el incivismo y la degradación del espacio público creando entornos que pueden llegar a favorecer la comisión de pequeños delitos.
Para Cifuentes, la sociedad tiene una serie de rasgos o características que condicionan de forma evidente todas sus estructuras –jurídicas, políticas, etc.- y todos los sistemas de pensamiento –religioso, filosófico, científico- que se producen en su seno. En pleno siglo XXI, ya no se puede seguir hablando de derechos y libertades individuales sin tener en cuenta el contexto en el que éstos se desarrollan. Por este motivo, tampoco se puede hablar de civismo sin conocer el contexto social, político y económico en el que viven las personas, así como los intereses en juego en todo el sistema social y económico en el que vivimos.
El civismo designa un modo de comportamiento basado en actitudes de respeto y tolerancia activa hacia el ejercicio de los derechos y libertades de todos, con independencia de costumbres, moral o religión. El civismo tiene sentido en el marco del cumplimiento de las leyes en un Estado democrático y de derecho.
Camps y Giner (2005) describen un civismo que nace del compromiso ciudadano de buscar una convivencia pacífica que respete las libertades de los ciudadanos. La condición de ciudadano demócrata es la mínima exigida, junto a la exigencia de voluntad y esfuerzo para ser cívicos.
Para estos autores, el civismo nace del compromiso individual y colectivo para comportarse cívicamente, en relación a unas normas morales de convivencia que posibiliten la misma.
Por su parte, Curbet (2008) define el incivismo como un conjunto de actos y conductas incriminables que lo que hacen es acentuar la sensibilidad del ciudadano hacia la delincuencia. Por tanto, según este autor, el incivismo ayudaría a generar sensación de inseguridad, al producir unos efectos perceptibles de forma evidente al ciudadano que transgredirían el compromiso cívico defendido por Camps y Giner.
En la línea del incivismo como variable generadora de inseguridad, para Sabaté (2005), el análisis del riesgo percibido en los barrios y ciudades se basa en dos elementos: El espacio –su morfología urbana, la estructura física, el mobiliario urbano, la disponibilidad de equipamientos, la accesibilidad, la segregación espacial, la ubicación central o periférica, etc.- y la población –el tipo de personas que lo habitan, la afluencia de personas de otros territorios, las relaciones sociales que se establecen, etc-.
Ambos elementos convergen, finalmente, en una sola variable, el uso social del territorio, dado que la limitación del espacio público como los diferentes usos que del mismo realizan los ciudadanos resultan factores clave, tanto en la conflictividad urbana como en la generación de percepción de inseguridad.
Por tanto, uno de los principales factores determinantes del riesgo percibido en un territorio es su uso social, de manera que los espacios que se perciben como más seguros son aquellos que facilitan su apropiación colectiva, los que resultan próximos y amigables, los que favorecen las relaciones comunitarias, los que se asocian a usos y actividades tranquilas; mientras que –por el contrario- los lugares que se perciben como inseguros son los más lejanos, grandes y desconocidos, los periféricos, aunque también aquellos lugares de centralidad degradados y los que se asocian con personas desconocidas y usos o actividades estimadas como peligrosas.