Se requiere una actitud activa por parte de la víctima para su recuperación. Es decir, a la defensa legal, a la intervención y atención sanitaria, información y asesoramiento, acompañamiento en el proceso, se le ha de sumar la actuación con y desde la víctima, acción que se presupone directa y activa dentro de su proceso de evolución personal dinámico, interrelacionado con elementos propios susceptibles de entrenamiento y desplegar. Entre dichos factores inherentes a la persona se encuentran los que a continuación se exponen:
- La resiliencia[1]: dota a la persona de las competencias necesarias para enfrentarse y transformarse frente a situaciones que provocan sufrimiento. Trabajar y entrenar la comunicación, la capacidad de resolver problemas, tener sentido del humor, metas, ser optimista, entre otras cualidades, multiplican la resiliencia inherente en cada persona. La resiliencia implica la idea de la resistencia ante la adversidad. Así ante un suceso traumático, las personas resilientes consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte su rendimiento y a su vida cotidiana. A diferencia de aquellos que se recuperan tras un periodo de disfuncionalidad, los individuos resilientes no pasan por ese periodo, sino que permanecen en niveles funcionales a pesar de la experiencia traumática. “Todos nacemos con una resiliencia innata, y con una capacidad para crear rasgos y cualidades que nos permiten ser resilientes, tales como el reconocimiento y la relación social (flexibilidad, empatía, habilidad para comunicarse, sentido del humor y capacidad de respuesta, habilidad para resolver problemas ( elaborar estrategias, solicitar ayuda, creatividad y criticidad), autonomía (sentido de identidad, autosuficiencia, conocimiento propio, competencia y capacidad para distanciarse de mensajes y condiciones negativas) ,propósito y expectativas de un futuro mejor ( metas , aspiraciones educativas, optimismo, fe y espiritualidad)” . BERNARD, 1991. Echeburúa (2004), por su parte, nos ofrece una relación de estrategias adecuadas e inadecuadas a las que una víctima puede recurrir para hacer frente al suceso y que, sin duda, repercutirán en su proceso de recuperación
- Aceptación del hecho y resignación.
- Experiencia compartida de dolor y pena.
- Reorganización del sistema familiar y de la vida cotidiana.
- Reinterpretación positiva del suceso.
- Establecimiento de nuevas metas y relaciones.
- Búsqueda de apoyo social.
- Implicación en grupos de autoayuda o en ONG.
Echeburúa (2004), señala además que hay personas que se muestran resistentes a la aparición de síntomas clínicos tras la experimentación de un suceso traumático y que, aunque sufren, son capaces de hacer frente a la vida cotidiana. Estas personalidades resistentes al estrés se caracterizan por lo siguiente:
- Control de las emociones y valoración positiva de uno mismo.
- Estilo de vida equilibrado.
- Apoyo social y participación en actividades sociales.
- Implicación activa en el proyecto de vida (profesión, familia, actividades de voluntariado, etc.)
- Afrontamiento de las dificultades cotidianas.
- Aficiones gratificantes.
- Sentido del humor.
- Actitud positiva ante la vida.
- Aceptación de las limitaciones personales.
- Vida espiritual.
Una vez identificadas las necesidades de la víctima y el impacto de la situación, deberemos explorar el rango de alternativas de solución de esas necesidades contando con los propios recursos de afrontamiento de la persona, tanto interno como externo o comunitario. Los recursos internos, siguiendo a Rubin y Bloch (2001), hacen referencia a las características personales de la víctima y a sus habilidades de afrontamiento. Lo más importante es conocer las propias potencialidades y recursos de la víctima y hacer uso de ellos en la situación actual. Entre los objetivos, citados por diversos autores como generales, a este respecto encontramos, entre otros, restablecer el sentido de autocontrol y autodominio, aumentar la autoestima y el respeto a uno mismo, establecer o facilitar la comunicación (entre las personas en crisis, instituciones, etc.), ayudar al individuo o a la familia a que perciban correctamente la situación, ayudarles en el manejo de emociones y sentimientos, aumentar la capacidad de afrontamiento, mejorar el conocimiento y la capacidad de utilizar recursos existentes, mejorar la capacidad y habilidades de comunicación.
- Autoestima: Característica presente y más significativamente herida en las victimas. Nuestra autoestima depende de cómo nos sentimos, cuidamos y veamos a nosotros mismos. Por lo que se hace imprescindible aumentar la autoestima y el respeto a uno mismo a modo de combustible en el proceso de recuperación de la víctima. Cuando desarrollamos nuestras fortalezas o poder interno, nos estamos edificando más sólidamente; estamos asumiendo nuestro propio potencial y sacándolo a la luz por encima de nuestros límites psicológicos y nuestros fracasos. A medida que se avanza en el proceso de curación, la perfección de uno mismo a oscilando, al principio cuando se tienen los primeros recuerdos, luchando por aceptar la verdad de lo que ocurrió puede que incluso uno se sienta peor que nunca. Muchas veces los sentimientos de vergüenza, de impotencia de odio contra uno mismo están enterrados junto con los recuerdos y a medida que estos van aflorando, también van surgiendo estos sentimientos. Sin embargo la curación no consiste solo en enfrentar el dolor, es también aprender a quererse a uno mismo. A medida que pasas de sentirse victima a sentir orgullo de ser un superviviente, habla destellos quizá de orgullo y satisfacción (efectos secundarios de la curación personal). Recuperar la autoestima supone aprender a confiar en uno mismo, en los sentimientos. Cada víctima es el mejor juez de lo que le ocurrió.
3. Autocontrol: refuerza el tener la capacidad de influir en el entorno ante situaciones que se presenten dificultosas, pautando así presupuestos a tener en cuenta a la hora de poner en marcha mecanismos hacia la desvictimización. El autocontrol cognitivo y emocional nos permite tomar decisiones para responder frente a situaciones de estrés o en presencia de agentes estresantes o traumáticos de modo que se generen en la persona un nuevo repertorio de respuestas aumentando la sensación de seguridad al poder de alguna manera influir en el entorno social, las relaciones y reduciendo así los efectos negativos posteriores.
[1] Término que proviene del verbo latino resilio, resiliere: saltar hacia atrás, rebotar. Se utiliza en mecánica según la RAE, para referirse a la capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación. En su acepción psicológica, se utiliza para referirse a la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas