Criminología ambiental

La conducta criminal está influenciada por el ambiente inmediato en el que ocurre, este no tiene un papel pasivo, sino que participa como elemento criminógeno afectando al comportamiento y al proceso de toma de decisiones del criminal. El crimen, a su vez, no se distribuye de manera azarosa, sino que se concentra alrededor de ambientes que, por sus características, facilitan la actividad criminal.

Bajo esta idea surge la llamada Criminología Ambiental, disciplina que estudia los sucesos criminales no desde el punto de vista del delincuente como sujeto individual que está fuera de un contexto, sino como resultado del encuentro entre un criminal motivado para cometer un delito, que se rodea de objetivos delictivos potenciales en momentos específicos del espacio y el tiempo.

A lo largo del siguiente punto se analizará en qué consiste esta disciplina, dónde radica su origen y cuál ha sido su evolución a lo largo de la historia.

Siguiendo a Vozmediano y San Juan (2010), la Criminología ofrece variadas explicaciones para el fenómeno de la delincuencia, pudiendo ordenar sus distintas teorías en tres niveles, en función de si inciden en las características individuales del delincuente, en el contexto social, o en el ambiente físico.

Tradicionalmente la Criminología clásica dedicó todo su esfuerzo a profundizar sobre el primer nivel, centrándose en el estudio de la criminalidad desde una perspectiva etiológica que trató de identificar los factores que explican por qué un individuo se convierte en infractor. (Fernández Molina, Vázquez y Belmonte, 2011). Perspectivas como la Biología, la Sociología o la Psicología intentaban dar una explicación del delito estudiando el comportamiento y las motivaciones del delincuente. Con el objetivo de reducir el delito, se diseñaron estrategias de intervención consistentes en caros y ambiciosos programas sociales y tratamientos rehabilitadores que buscaban convertir a los delincuentes en ciudadanos sanos y adaptados. A comienzos de los años setenta, un grupo de autores británicos y norteamericanos publicaron una serie de trabajos donde se criticaba este sistema basándose en el escaso éxito que habían tenido y los abusos que habían permitido, autores como Jeffery, Jacobs o Newman denunciaban el fracaso del sistema social, de justicia, de prisiones y policial, ofreciendo planteamientos alternativos centrados en la modificación del ambiente en vez de en la figura del delincuente (Medina, 2011).

A partir de este punto nace un conjunto de modelos teóricos que han dado pie a un importante núcleo de teorías criminológicas encuadradas en lo que se conoce como Criminología Ambiental, que no se interesan tanto por explicar la dimensión individual del hecho delictivo, sino que se centran en valorar el nexo entre la condición de vida urbana y delincuencia. (Medina 2001, citado por Fernández Molina, Vázquez y Belmonte, 2011)

El estudio del comportamiento individual del delincuente es importante, pero desde este único nivel no resulta posible explicar la totalidad de un fenómeno complejo en el que interactúa una gran casuística de factores (Vozmediano y San Juan, 2010),  es por ello que no hay que perder de vista la idea de que el sujeto se mueve dentro de un contexto, un espacio donde existen oportunidades u obstáculos para delinquir -en función de si su diseño es crimípeto o crimífugo (1 y 2)- y es por ello que focalizar la atención en el nivel ambiental puede permitir analizar en profundidad el peso específico que el escenario tiene para explicar la conducta infractora y diseñar estrategias de intervención especializadas (San Juan, 2013).

Estas teorías analizan las áreas en las que el delincuente vive, tratando de dar respuesta a por qué determinados lugares dentro de los espacios urbanos exhiben una mayor tasa de delitos y proponen de qué forma el desarrollo urbano puede contribuir a la delincuencia (Medina 2001, citado por Fernández Molina, Vázquez y Belmonte, 2011). El punto de partida es que los delincuentes no son sujetos que sufren alguna forma de patología que los hace diferentes del resto de los humanos, sino que participan en comportamientos delictivos como respuesta a las condiciones sociales en las que viven en el contexto urbano. (Vozmediano y San Juan,  2010)

Como ya se ha indicado, el objeto de análisis del estudio de la Criminología Ambiental son los elementos ambientales/espaciales de los delitos, los cuales se han integrado progresivamente en una serie de teorías sobre el comportamiento criminal y el hecho delictivo así como una serie de principios y prácticas, que se vienen denominando Análisis del Delito “Crime Analysis” (3) (Vozmediano y San Juan,  2010), ambos están interesados por el evento delictivo y hacen hincapié en los determinantes situacionales y se diferencian en que el Análisis del Delito analiza información sobre eventos delictivos con el fin de detectar patrones y tendencias  mientras que la Criminología Ambiental propone explicaciones teóricas para su comprensión. (Wortley y Mazerolle, 2008).

Las premisas de la perspectiva ambiental pueden resumirse en tres puntos, según Wortley & Mazerolle (2008): la influencia del ambiente en la conducta delictiva, la no aleatoriedad de la distribución espacio-temporal del delito, y la utilidad de los elementos anteriores en el control y prevención del delito.

La Criminología Clásica se había centrado en el estudio del delincuente como entidad individual, dejando de lado el papel que el ambiente tenía en el hecho delictivo, es por ello que los aspectos ambientales del delito habían constituido hasta principios de la década de 1970 un campo de estudio escasamente tratado por la investigación científica y con poco interés para la criminología.

Estadística moral del Siglo XIX

La escuela cartográfica o la de la estadística moral, nace en el Siglo XIX como consecuencia de las reformas legales que habían tenido lugar en el Derecho Penal, a partir de las cuales se crean las instituciones policiales y penitenciarias y se introduce la teoría de la utilidad (Vozmediano y San Juan, 2010). Esta escuela se caracterizó por la producción de mapas del delito y por ser pionera en correlacionar las condiciones sociales de determinadas zonas con los delitos que se generaban en las mismas (Medina Ariza, 2010)

Durante las décadas de 1830, 1840 y 1850 surgió la necesidad de recoger información sistemática sobre los delitos que se cometían, los arrestos realizados y los infractores condenados, lo cual dio lugar a un gran volumen de datos estadísticos sobre justicia penal. (Brantingham & Brantingham, 1991, citado por Vozmediano y San Juan, 2010). El estudio de estos datos permitió el hallazgo de patrones, entre ellos los espaciales. Así surgió lo que se denomina como estadística moral –datos estadísticos sobre suicidios, delitos y otros aspectos morales- cuyo estudio científico se estableció en Europa a través de autores como Quetelet y Guerry y que permitió demostrar la existencia de de patrones geográficos en la distribución del delito, así como su persistencia en el tiempo (Vozmediano y San Juan, 2010).

La Escuela de Chicago

La Escuela de Chicago (1920-1932) estaba formada por un grupo de sociólogos urbanos cuyos trabajos constituyen uno de los focos de mayor expansión para el estudio de la criminología a partir de su idea central de la importancia etiológica del factor ambiental y su vinculación con la delincuencia. Comienza a tomar forma hacia 1920 gracias al trabajo de Robert Park y Ernest Burgess, este último con su modelo de círculos concéntricos (4), en el campo de la sociología urbana (Piovani, 2011) y durante los años treinta se convierte en el más claro referente de los modelos ecológicos (5) al tratar de explicar el desarrollo de núcleos delictivos en las nuevas urbes americanas experimentando una rápida expansión industrial, así como fuertes movimientos migratorios, como consecuencia de la “desorganización social” que se generaba en estos contextos (Medina Ariza, 2010).

La principal pretensión de la Escuela de Chicago era comprender y explicar los problemas sociales en su correlación con la nueva estructura urbana, partiendo de diversos esquemas conceptuales y modelos de crecimiento y organización metropolitano. Para desarrollar sus teorías, llevaron a cabo investigaciones que combinaban teoría y estudios de campo etnográfico en las distintas áreas de la delincuencia, concluyendo que existía relación entre las características físicas y sociales de determinados espacios urbanos de la moderna ciudad industrial y el desarrollo de la criminalidad.

Entre sus principales aportaciones destaca por un lado, el hecho de que no se limita sólo a explicar las causas por las que un individuo comete un delito, sino que lo hace desde la óptica del sujeto y, por el otro, intenta entender los mecanismos de transmisión y aprendizaje de estas culturas llamadas asociales, a partir de la hipótesis de que los individuos desviados se concentran en un espacio particular de determinadas características, creando un área cultural aislada en el seno de las grandes ciudades.

A principios de los setenta se publicaron dos trabajos que impulsaron definitivamente un cambio en el enfoque del estudio del delito: Crime Prevention Through Environmental Design publicado por Jeffery en 1971 y Defensible Space: Crime Prevention Through Urban Design del arquitecto Oscar Newman en 1972, ambos postularon la existencia de una relación entre el diseño del espacio urbano y el delito, manteniendo que los cambios en el diseño urbano, el primero y arquitectónico, el segundo, podían contribuir a la reducción del crimen (Vozmediano y San Juan, 2010).

En 1961 la arquitecta Jane Jacobs publicaba el libro “The Death and Life of Great American Cities” en el que criticaba las políticas urbanas de los Estados Unidos de los años cincuenta por su efecto de destrucción de las comunidades y creación de espacios urbanos aislados y artificiales (Vozmediano y San Juan, 2010). Sobre esta base, el arquitecto Oscar Newman publicaba “Defensible Space: Crime Prevention Through Urban Design” donde proponía su idea del espacio defendible que se asienta sobre la creencia de que el sentimiento de responsabilidad de los residentes sobre espacios semipúblicos y privados y el incremento de la vigilancia natural reducirá las tasas delictivas (Medina, 2013). Por su parte, Jeffery (1971, citado por Medina 2013) criticó la poca efectividad preventiva de paradigmas como la prevención general o los programas sociales, proponiendo centrarse en el ambiente en el que se comenten los delitos y en la interacción entre sus elementos, en vez de en el delincuente, como elemento esencial para la prevención del delito mediante el diseño.

Contemporáneo a estos trabajos, Goldstein (1979) publicó Improving Policing: a Problem-Oriented Policing Approach, que constituye uno de los enfoques de trabajo policial más influyentes en los últimos años.

En los años ochenta, continuando con la línea crítica y sobre la base de los elementos de la oportunidad y la racionalidad, surgieron las llamadas Teorías de la Oportunidad, que se verán a continuación y la Teoría de las Ventanas Rotas “Broken Windows” (Wilson y Kelling, 1982) que planteaba que el deterioro visible de los vecindarios a causa de una falta de mantenimiento (ventanas rotas, suciedad, abandono) influía en el comportamiento delictivo. (Vozmediano y San Juan, 2010).

Tanto para el enfoque de las actividades rutinarias como para la perspectiva de la elección racional, la oportunidad juega un papel relevante en la producción del delito. Uno de los primeros antecedentes del paradigma de la oportunidad, aunque restringido al papel de la víctima, fue enunciado por Garofalo en 1914, señalando que el estilo de vida de un individuo es un factor crítico que determina los riesgos de que sea víctima de un acto delictivo; posteriormente en 1978 Hindelang continuo sobre la línea de esta idea y enunció la teoría de los estilos de vida (6) (Rodríguez, 2012).

Las llamadas Teorías de la Oportunidad fueron desarrolladas por Felson y Clarke y tienen como base la idea de que el comportamiento individual es producto de la interacción entre la persona y el entorno físico. La mayoría de las teorías criminológicas sólo habían prestado atención al primer punto, considerando que existen grados en la inclinación de un individuo a cometer delitos, lo que dio lugar a una imagen incompleta de las causas de éste; sin embargo las teorías de estos autores se centran también en las características de los escenarios, que contribuyen a unificar las inclinaciones punibles del individuo con acciones delictivas propiciadas por escenarios que proporcionan muchas más oportunidades y tentaciones delictivas que otros (Felson y Clarke, 1998).

Su premisa principal es que para que el comportamiento delictivo se produzca, han de concurrir tres elementos: un delincuente predispuesto, una víctima propicia y una ausencia de control.

Felson y Clarke (1998) enumeraron en sus teorías los diez principios de la oportunidad del delito:

  1. Las oportunidades desempeñan un papel en la causación de todo delito.
  2. Los delitos de oportunidad (oportunistas) son altamente específicos.
  3. Los delitos de oportunidad se concentran en tiempo y espacio.
  4. Los delitos de oportunidad dependen de los movimientos diarios de cada actividad – los delincuentes y los objetivos se acentúan de acuerdo con sus actividades rutinarias (trabajo, escuela, diversión, etc.).
  5. Un delito crea oportunidades para otros.
  6. Algunos productos ofrecen más tentación y oportunidad para el delito. Las características que influyen en que un objetivo sea más atractivo son su valor, la inercia, la visibilidad y el acceso (conocidas con el acrónimo VIVA, como se verá más adelante)
  7. Los cambios sociales y tecnológicos producen nuevas oportunidades para los delitos. Un nuevo producto pasa por cuatro fases: innovación, crecimiento, venta masiva y saturación, siendo las dos fases intermedias las que más robos producen.
  8. Los delitos pueden ser prevenidos mediante la reducción de oportunidades.
  9. La reducción de oportunidades normalmente no produce un desplazamiento del delito.
  10. Una reducción de oportunidades focalizada puede producir un descenso de delitos más amplio.

Las oportunidades delictivas son sumamente específicas de cada grupo de delitos y de delincuentes, al igual que los delitos que, al ser distintos entre sí, determinan en gran medida la disminución de oportunidades delictivas, de manera que eliminar una oportunidad de un delito puede no tener efecto sobre otro (Felson y Clarke, 1998).

Dentro de estas teorías se distinguen tres enfoques o perspectivas, cada una de ellas considera que la oportunidad para delinquir es un generador de delitos y presta suma atención a lo que hacen realmente los delincuentes durante un delito. Las tres teorías de la oportunidad delictiva pueden ordenarse según el ámbito al que otorgan mayor atención, partiendo de la sociedad en sentido amplio (actividades rutinarias) hasta llegar al área local (teoría del patrón delictivo) y el individuo (elección racional). (Felson y Clarke, 1998)

El enfoque de las Actividades Rutinarias

Esta teoría, que fue enunciada inicialmente por Lawrence E. Cohen y Marcus Felson (1979) y desarrollada posteriormente por el segundo, es una de las construcciones teóricas más citadas e influyentes en el ámbito de la criminología en general y las ciencias del crimen en particular.

Esta perspectiva tiene su base en la teoría de la Ecología Humana desarrollada por A. Hawley en 1950 y estudia el delito como evento, poniendo de manifiesto su relación con el espacio y el tiempo y destacando su naturaleza ecológica con las implicaciones que de ello se derivan. (Vozmediano y San Juan, 2010).

Tal y como explica el propio Felson (2008), el enfoque ofrece explicaciones a nivel macro y micro sobre la configuración de las tasas del delito. A nivel micro, la teoría comenzó como un intento de explicación de los delitos depredatorios partiendo de la base de que, para que tales crímenes acontezcan, debe existir una convergencia en el tiempo y en el espacio de tres elementos básicos: un posible delincuente, un objetivo apropiado y la ausencia de un guardián capaz que evite el delito. Este enfoque dio por supuesto al posible delincuente y centró su atención en los otros elementos. En cuanto al objetivo apropiado, considera que cualquier persona u objeto pueden ser objetivos de un delito, cuya posición en el espacio y el tiempo los ponen en mayor o menor riesgo de un ataque delictivo. El guardián no era normalmente un agente de policía o un guarda de seguridad, pero sí al menos alguien o algo cuya presencia o proximidad disuadiría de la comisión de un delito. De modo complementario, a nivel macro, la organización social y las rutinas de la vida diaria harán que la convergencia entre infractores y objetivos sea mucho más probable en lugares y momentos concretos. (Felson, 2008)

Felson (2008) utiliza el acrónimo VIVA para referirse a los cuatro elementos principales que influyen sobre el riesgo de ser victimizado por parte del posible infractor:

–          Valor: los delincuentes estarían interesados en objetivos a los que atribuyen valor, por el motivo que sea.

–          Inercia referido al peso del artículo y, por lo tanto, a la facilidad o no para transportarlo.

–          Visibilidad: referido a la exposición de los objetos a los delincuentes.

–          Acceso: diseño de las calles, ubicación de los bienes cerca de la puerta u otros rasgos de la vida cotidiana que facilitan a los delincuentes hacerse con los objetivos.

Como ya se ha señalado, para que tenga lugar el delito, un posible delincuente debe encontrar un objetivo apropiado en ausencia de un vigilante adecuado. Esto significa que el número de delitos puede incrementarse sin que haya más delincuentes, siempre que existan más objetivos o puedan hacerse con los objetivos en ausencia de vigilantes. Ello significa también que la vida de la comunidad puede cambiar y generar más oportunidades delictivas sin que haya habido incremento alguno de la motivación criminal. (Felson y Clarke, 1998).

Como toda teoría, no está exenta de críticas, en este caso las dos principales que ha recibido se basan por un lado, en su aparente falta de interés, al menos en sus planteamientos iniciales, por las motivaciones del infractor, debido a que consideran el delito como un aspecto más de las rutinas y los estilos de vida actuales y no como una patología individual o social; y por el otro las relacionadas con su aplicación práctica para el control y prevención de la delincuencia, ya que es en la intervención donde pueden surgir de modo más acuciante cuestiones éticas que habrán de valorarse. (Vozmediano y San Juan, 2010).

 

Teoría del Patrón Delictivo

Esta teoría fue propuesta por Paul y Patricia Brantingham, quienes partieron de la base de que los delitos no ocurren al azar ni uniformemente en el espacio, tiempo y sociedades, sino que existen puntos conflictivos en los que se producen muchos más delitos que en otros lugares, existiendo por tanto, tendencias o patrones. La teoría se desarrolló para explicar como se configuran dichos patrones delictivos en el espacio urbano (Brantingham y Brantingham, 1991, citado por Vozmediano y San Juan, 2010)

Comprendieron el evento delictivo como un fenómeno complejo que incluye al menos cuatro dimensiones: ley, infractor, víctima/objetivo en un contexto espacio-temporal común, que no se da aleatoriamente en el espacio, el tiempo o la sociedad por lo que es susceptible ser descrito mediante patrones. La mayoría de las personas que coexisten en los espacios urbanos, incluso los peores delincuentes, dedican la mayor parte del día a actividades que no están relacionadas directamente con el delito. En su rutina diaria se desenvuelven como cualquier otro individuo coincidiendo en lugar y tiempo con el resto de la población. Esto les llevo a deducir que existen elementos comunes en los elementos que dan forma a las dinámicas de las actividades legales y delictivas de las sociedades y les llevó a preguntarse cuáles eran los mecanismos que llevaban a los delincuentes a desplazarse del modo en que lo hacían en el entorno urbano, cómo elegían a sus víctimas u objetivos y como influía en sus patrones delictivos sus percepciones subjetivas (Vozmediano y San Juan, 2010)

Ya en el año 1978, los Brantingham propusieron un modelo para explicar el modo en que los infractores seleccionan el lugar para cometer el delito. Su teoría gira en torno al ambiente como elemento fundamental, profundizando en conceptos como los diferentes tipos de ambiente o el espacio objetivo y subjetivo, concluyendo que las personas actúan y reaccionan en el mundo que para ellos es conocido, no en el mundo que existe en un sentido objetivo. Plantearon que un individuo motivado para cometer un delito concreto pasará por un proceso de decisiones de múltiples etapas, en el que buscará e identificará un objetivo o víctima concreto, con una posición determinada en el espacio y tiempo. Este proceso de decisión será más largo y complejo en el caso de las motivaciones instrumentales por contraste con las motivaciones de tipo afectivo. El individuo que pretende cometer un delito utilizará las claves que el ambiente proporciona para localizar e identificar sus objetivos y será el tiempo y la experiencia lo que le lleve a aprender a seleccionar las claves adecuadas para llegar a generar un esquema relacionado que tendrá influencia en sus futuras conductas de búsqueda. (Vozmediano y San Juan, 2010)

Al igual que en el enfoque de la actividad rutinaria, esta teoría tiene tres conceptos principales: nodos, rutas y límites. Nodos se refiere a desde dónde y hacia dónde se trasladan las personas, ya que los delitos no solo se generan en determinados lugares, sino también cerca de ellos. Cada delincuente busca los objetivos del delito alrededor de los nodos de actividad personal (hogar, la escuela o las zonas de ocio) y las rutas entre ellos. Asimismo, las rutas seguidas por las personas en sus actividades cotidianas están estrechamente relacionadas con los lugares donde son víctimas del delito. El tercer concepto, los límites, se refiere a los confines de las áreas donde la gente habita, trabaja, compra o busca entretenimiento. (Felson y Clarke, 1998)

Teoría de la Elección Racional

Tras las críticas a los postulados del positivismo criminológico y sus pobres resultados preventivos, los investigadores revitalizaron las ideas de la escuela clásica, uno de cuyos paradigmas fundamentales está relacionado precisamente, con la teoría del delito como elección racional formulada por Wilson y Herrnstein (1985, citado por Rodríguez, 2012) y por Clarke y Cornish (1986, citado por Vozmediano y San Juan, 2012). El delito para estos autores, es producto de una elección racional tomada sobre la base de los costes y beneficios que una conducta puede proporcionarle, aunque entienden que en el comportamiento puede influir factores psicológicos, sociales y experienciales del individuo, sin embargo “el delincuente busca el placer y evita el castigo inminente” (Felson, 1994). Esta idea también puede encontrarse en la teoría de crimen y castigo de Becker (1968), que postula que algunas personas cometen actividades ilícitas si el beneficio esperado de dicha actividad supera su costo, entendido éste como la probabilidad de captura y condena, y la severidad del castigo. (Becker, 1993, citado por Rodríguez, 2012).

La perspectiva de la elección racional que plantearon Cornish y Clarke (1986, citado por Felson y Clarke, 1998) fija su atención en la toma de decisión del delincuente. Su premisa principal es que el delito es una conducta intencional, diseñada para beneficiar de alguna manera al delincuente. Los delincuentes persiguen fines cuando cometen delitos, aun cuando sólo presten una breve atención a tales fines y tengan en cuenta unos pocos beneficios y riesgos a la vez. Estas restricciones en el pensamiento limitan la racionalidad del delincuente, que también está limitada por la cantidad de tiempo y esfuerzo que pueden destinar a la decisión y por la calidad de la información de que dispongan. Raramente tienen una imagen completa de todos los costes y beneficios del delito. Este planteamiento pretende comprender cómo el delincuente efectúa elecciones criminales, dirigidas por un motivo particular en un escenario determinado que le ofrece las oportunidades de satisfacer ese motivo. Mantiene, por tanto, la imagen de un delincuente que piensa antes de actuar, aun cuando lo haga sólo por un momento, teniendo en cuenta algunos beneficios y costes de la comisión del delito.

Inicialmente Cornish y Clarke (1975, citado por Vozmediano y San Juan 2010) realizaron una primera propuesta sobre el modo en el que el ambiente afecta a la conducta delictiva que denominaban ambiental/de aprendizaje y que podía resumirse en los siguientes puntos:

1)     Aunque el bagaje emocional y la educación de un individuo tienen un papel en la delincuencia, los determinantes más importantes de la conducta delictiva los proporciona el ambiente inmediato.

2)     El ambiente proporciona claves y estímulos para la delincuencia así como refuerzos.

3)     Estas conductas delictivas se aprenden en ambientes concretos, de modo que se repetirán si las condiciones son similares.

4)      Las variables situacionales relacionadas con una conducta delictiva concreta no se relacionan con otros tipos de delitos.

Posteriormente en su manual “60 pasos para ser analista delictivo” Cornish y Clarke (2008, citado por Vozmediano y  San Juan, 2010 ) establecen seis conceptos clave:

1)     El comportamiento delictivo tiene un propósito.

2)     El comportamiento delictivo es racional.

3)     La toma de decisiones al llevar a cabo un delito es específica de ese tipo de delito.

4)     Las elecciones de los infractores se clasifican en dos grupos, de implicación y de evento.

5)     Hay tres fases de implicación en la actividad delictiva: iniciación, habituación y abandono.

6)     Los eventos criminales siguen una secuencia de pasos y decisiones.

La principal crítica que ha recibido este enfoque es la que hace referencia a que no todos los delitos son racionales, como señala Serrano (2004) la idea de un delincuente racional en numerosas ocasiones ha sido exagerada ya que los delincuentes toman las decisiones en el marco de un espacio de tiempo más bien corto, con poca información relevante y con sus habilidades cognitivas que pueden ser limitadas; esto lleva a pensar que los planteamientos de este enfoque sólo se aplicarían a delitos con fines de beneficio económico, que se conciben como más racionales. Ante esto Clarke y Cornish defienden que hasta en los delitos en los que el autor es imprevisible existen una serie de decisiones que se toman con cierto nivel de planificación y racionalidad. (Vozmediano y San Juan 2010)

Los desarrollos teóricos surgidos en las décadas de los años setenta y ochenta han seguido evolucionando y complementándose entre sí hasta la actualidad. Desde este período, las disciplinas que abordan el estudio de la delincuencia han reconocido que el hecho delictivo puede ser interpretado más fácilmente si se tiene en cuenta su componente geográfico, partiendo del supuesto teórico de que todo fenómeno social es dependiente del espacio donde sucede (Galdon y Pybus, 2011), derivado de esta idea, en los años noventa comenzaron a comercializarse los llamados Sistemas de Información Geográfica (SIG) lo que supuso un gran avance en las técnicas para representar geográficamente eventos delictivos. Otra área a reseñar que ha destacado especialmente entre la policía y otros profesionales implicados en la prevención del delito ha sido los denominados análisis hot spot. (Vozmediano y San Juan, 2010).

Por otro lado, el trabajo de Goldstein de 1979 “Improving Policing: a Problem-Oriented Policing Approach” unido a la teoría de la elección racional de Clarke constituyeron el caldo de cultivo de la prevención situacional del delito. (Medina, 2013)

Mapas del Delito, Sistemas de Información Geográfica  y Análisis de Hot-Spot

Con el término anglosajón Crime Mapping o mapas del crimen, se conoce el proceso mediante el cual se llevan a cabo análisis geográficos de los delitos. Su uso había comenzado a mediados de la década de los sesenta, con autores que empezaban a realizar trabajos con esta nueva tecnología como Harries o Rengert (Harries, 1999, citado por Medina, 2013). Esta disciplina ha avanzado mucho en los últimos años debido al interés que ha tenido para la investigación y la práctica policial la aparición del software SIG (Sistemas de información geográfica) (Vozmediano y San Juan, 2010).

Los mapas del crimen cumplen tres funciones: (Medina, 2013)

  1. Facilitan análisis estadísticos y visuales sobre la naturaleza espacial del delito y otro tipo de eventos.
  2. Permiten relacionar fuentes de datos con variables geográficas comunes
  3. Proporcionan mapas que ayudan a comunicar los resultados de los análisis.

En cuanto a SIG, es una tecnología que emplea software, hardware y datos para recopilar, gestionar y analizar y representar todo tipo de información referenciada geográficamente, pretende ser útil para el estudio y búsqueda de soluciones de problemas del mundo real, trabajando sobre un modelo cartográfico de dicha realidad. Aplicado al campo del delito, SIG permite visualizar y analizar geográficamente los datos de delitos en un área geográfica determinada (un país, región o ciudad). (Vozmediano y San Juan, 2010). Esta información geográfica tiene dos vertientes: la vertiente espacial – conjunto de mapas o representaciones cartográficas de los lugares de interés- y la temática – bases de datos con información alfanumérica- La clave del SIG es que enlaza la información geográfica con la temática, de modo que trabaja simultáneamente con una representación geográfica y sus atributos temáticos asociados (San Juan, 2013)

Su comercialización comenzó en la décadas de los ochenta y las tareas que desempeña de manera principal son: (Medina, 2013)

  1. Captura la información, mediante procesos de digitalización de imágenes, procesamientos de imágenes satélite, fotografías, vídeos, procesos aerográficos, etc.
  2. la almacena en forma de bases de datos especiales
  3. La manipula haciendo interaccionar los diferentes objetos
  4. Realiza análisis y modelos
  5. Presenta la información tratada.

Es importante señalar que a la hora de realizar mapas del delito lo habitual es representar un único tipo de delito puesto que los patrones de cada tipología delictiva son diferentes.

El tipo de mapa más sencillo que SIG genera son los mapas temáticos descritos por Harries (1999, citado por Vozmediano y San Juan, 2010) como una caja de herramientas, por la flexibilidad para presentar en el mapa el tema estudiado de muy distintas maneras. En función del tipo de información que se maneja pueden ser cuantitativos o cualitativos, y en función del modo de representación pueden ser mapas de puntos, de líneas, de coropletas o estadísticos (Vozmediano y San Juan, 2010).

Por último, el hot spot se define como el área que supera el número medio de eventos delictivos, o un área en el que el riesgo de ser víctima de un delito es superior a la media (Eck, 2005), son utilizados para realizar análisis que permitan identificar lugares problemáticos y guiar la intervención, aunque para hacerlo es necesario el empleo de técnicas más sofisticadas que los mapas temáticos sencillos.

Prevención Situacional del Delito

Derivada de las Teorías de la Oportunidad y de los trabajos citados anteriormente de Jeffery (1971) y Newman (1972) relativos a la influencia del diseño arquitectónico en el delito, surge la llamada prevención situacional como una estrategia práctica y efectiva para reducir problemas delictivos muy específicos que se centra en estudiar cómo se comete el delito, dejando de lado los motivos por los que se comente (Clarke, 2008, citado por Medina, 2013).

La prevención situacional se aplica para eliminar un problema que ya existe, es una estrategia de intervención para la reducción y posterior prevención del delito en lugares y situaciones en los que se ha detectado la existencia de un problema delictivo concreto. Para ello utiliza un enfoque de investigación-acción: ante un problema, se plantean hipótesis sobre sus causas, se estudia una variedad de soluciones posibles, se escogen medidas para implementar y evalúa el resultado (Clarke, 2008, citado por Medina, 2013)

Aunque en un primer momento fueron 8 las categorías que se plantearon para la prevención situacional, con la última actualización a raíz de las consideraciones de Wortley (2001, citado por Medina, 2013), la prevención situacional, como indican Cornish y Clarke (2003) ha quedado configurada en 25 técnicas distintas que pueden agruparse en 5 objetivos:

  1. Amentar el esfuerzo: hacer la comisión de un delito más difícil, o aparentar que lo es, ya que se trata de influir en la percepción del delincuente potencial.
  2. Aumentar el riesgo: que la detección de un delito sea más probable.
  3. Reducir los beneficios percibidos: reducir la rentabilidad del delito –o las expectativas de rentabilidad (de nuevo lo relevante es la percepción del infractor)
  4. Reducir las provocaciones: evitar o deducir las disposiciones emocionales transitorias que pueden llevar a la comisión del delito (a raíz del trabajo de Wortley, 2001)
  5. Eliminar las excusas: clarificar las normas de conducta, incrementar los sentimientos de culpabilidad del infractor o facilitar la elección de opciones no delictivas

Entre las críticas que ha recibido esta teoría se encuentran: 1) la propuesta carece de una teoría de fondo, a lo que los autores responden que existe una base teórica y en todo caso lo que se debería criticar son los desarrollos teóricos; 2) consideran el enfoque como una solución a corto plazo que no interviene en el origen del problema; 3) su diseño e implementación conlleva problemas éticos (Medina, 1998); 4) está enfocada principalmente a delitos contra la propiedad, aunque los autores añaden que actualmente se aplica a otras tipologías delictivas como por ejemplo el abuso infantil; 5) el enfoque genera desplazamiento, a lo que los autores contestan que el desplazamiento nunca es 100% y además existe difusión de beneficios.

 

El futuro de esta disciplina pasa por la ampliación y sofisticación de métodos y técnicas que emplean para su desarrollo, y más aún hoy en día donde la actualización de las tecnologías se produce casi de manera diaria.

Siguiendo a Vozmediano y San Juan (2010), otra posible vía de expansión de la disciplina es la aplicación de sus teorías y principios a tipologías delictivas que tradicionalmente no habían sido estudiadas, ya que la principal aplicación de las mismas ha estado enfocada a delitos contra la propiedad, el delito que más preferentemente se ha estudiado ha sido el común, prestando menor atención al delito de cuello blanco. En los últimos años esta teoría se está aplicando a nuevos ámbitos como por ejemplo a la prevención del abuso sexual de menores (Wortley y Smalbone, 2006).

(1) Espacios crimífugos: aquellos diseños urbanos que, por sus especiales características físicas, inhiben, disuaden o, cuando menos, disminuyen la probabilidad de que se cometa un delito.

(2) Diseño crimípeto: aquel que es espacialmente favorecedor de acciones delictivas como puede ser por ejemplo, el acceso a un garaje o a un paso subterráneo.

(3) Análisis del Delito: se trata de un conjunto de herramientas para el análisis sistemático de los datos policiales sobre el delito que proporciona cierta información pertinente sobre los patrones del delito. Se analizan los datos policiales en función de sus características socio-demográficas, temporales y espaciales, y a menudo, se realizan representaciones visuales – como gráficos, tablas y mapas-. De este modo, el analista del delito proporciona indicaciones tácticas para la resolución de delitos por parte de la policía y para el desarrollo de recursos, evaluaciones y estrategias de prevención del delito. Por tanto, el analista del delito describe patrones de ocurrencia del delito; el criminólogo ambiental intenta comprender estos patrones.

(4) Modelo de círculos concéntricos: desarrollado por Burguess en 1925, a partir del estudio espacial de la ciudad de Chicago planteó que una ciudad tipo estaría formada por cinco zonas concéntricas principales donde el punto central sería la correspondiente al distrito de los negocios que se encuentra rodeado (segundo anillo) por zonas de transición donde se encuentran fábricas y suburbios; en los tres anillos subsiguientes se encontrarían las zonas residenciales de estatus socioeconómico creciente a medida que se avanzara hacia los suburbios.

(5) Ecología Humana: concepto desarrollado por Park y Burguess, que deriva por analogía, de la Biología y que se basa en el estudio de las relaciones espaciales y temporales de los seres humanos con su entorno.

(6) Teoría de los estilos de vida.Enunciada por Hindelang en 1978, la idea central se basa en que determinados estilos de vida tienen una relación directa con la probabilidad de ser víctima porque ofrecen más oportunidades para ello. Cuanto más tiempo pasa una persona en el hogar, menor es la probabilidad de que sea victimizada, mientras que a más tiempo en lugares públicos dicha probabilidad se incrementa

 

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