Teorías integradoras

Las teorías integradoras surgen como respuesta a la insuficiencia de las teorías unitarias tradicionales para la explicación de la comisión de delitos. Son el resultado de integrar diferentes elementos de las teorías precedentes, coherentes con el enfoque criminológico que considera que  el delito es un evento multicausal. Aunque la mayoría de las teorías modernas tienden a ser integradoras, no todos los intentos de integración han tenido un resultado satisfactorio. Siendo reconocido el avance que han supuesto en la explicación multifactorial del delito, entre sus principales críticas destacan que tampoco han logrado una explicación completamente satisfactoria del mismo y que, precisamente por su complejidad, son más difíciles de refutar y aplicar.

Históricamente ha existido interés en explicar por qué algunos individuos quebrantan la norma social. La mayoría de las explicaciones iniciales estuvieron orientadas a identificar a estos sujetos con individuos enfermos o peligrosos para los que sólo era posible la reclusión, el castigo físico o la muerte. Posteriormente, las diferentes explicaciones fueron tomando cuerpo de teoría y comenzaron a incorporarse nuevos enfoques que contemplaban otras variables explicativas además de las individuales (sociales, ambientales) y nuevas posibilidades de actuación con los delincuentes como, por ejemplo, la rehabilitación.

En el siglo XX la teoría criminológica tuvo un avance importante, con una gran cantidad de teorías que pueden ser clasificadas en función de diferentes criterios. Tittle (2006) las agrupa en cuatro categorías  de acuerdo al aspecto principal al que tratan de dar respuesta: las diferencias en la conducta criminal entre las personas, las diferencias en la conducta criminal en diferentes momentos del ciclo vital, las diferencias entre la criminalidad en las diferentes sociedades o grupos y, finalmente, las diferencias en los resultados criminales en situaciones sociales diferentes.

Por su parte, Redondo y Garrido (2013), señalan tres paradigmas teóricos según el objeto y enfoque de estudio: del libre albedrío, del paradigma científico y del conflicto social, y clasifican las teorías en cinco grupos: elección racional y oportunidad delictiva, tensión y control social, criminología biosocial, diferencias individuales y aprendizaje y desarrollo de carreras delictivas.

Sin embargo, las teorías unitarias tradicionales han sido superadas por nuevas teorías más comprensivas que, aunque tampoco explican satisfactoriamente el delito en su complejidad, sí suponen un avance en el marco teórico en comparación con las unitarias, insuficientes para explicar los motivos por los que las personas delinquen.

Las teorías integradoras o integradas son las que se construyen «a partir de la combinación de partes o ideas retomadas de una variedad de explicaciones existentes» (Tittle, 2006:40); por lo que se trata de teorías de mayor alcance y precisión explicativa que las unitarias. Estas nuevas teorías son coherentes con el nuevo enfoque criminológico que entiende el hecho delictivo como un evento multicausal.

La integración, según Serrano (2009), puede referirse a tres aspectos: los enfoques disciplinares, las variables explicativas del delito, — que es lo que, en su opinión, hacen los enfoques multifactoriales—, o las propias teorías criminológicas. Esta tercera opción es la que el citado autor considera que se corresponde con las teorías integradas, término que usa para referirse a estas teorías. La integración de las teorías puede realizarse de diferentes maneras, una de las clasificaciones más sencillas, según el citado autor es la propuesta por Hirschi (1979) que establece tres categorías:

  1. Arriba y abajo: diferenciando niveles de análisis, así cada teoría parcial es una parte de otra teoría
  2. Horizontal: dividiendo el concepto de delito en diferentes tipos explicados por cada teoría.
  3. Secuencial: las variables dependientes de unas teorías son las independientes de otras teorías.

Por su parte, Siegel (2010), citado en Redondo y Garrido (2013), considera que se han desarrollado tres tipos de teorías integradoras:

  1. Teorías multifactoriales: consideran que en la conducta delictiva influyen factores sociales, personales y económicos en la línea de lo expuesto por las teorías de la desorganización y tensión social, del control social, del aprendizaje o la elección racional, entre
  2. Teorías de los rasgos latentes: consideran que la conducta delictiva depende de las características individuales de las personas (algunas de la cuales les otorgan un mayor riesgo delictivo), y de las oportunidades para delinquir a las que están expuestas. Estas teorías recogen elementos de las teorías de las predisposiciones agresivas, de las diferencias individuales, de la oportunidad y de la elección
  3. Teorías de las etapas vitales: consideran que en la conducta delictiva influyen factores biológicos, psicológicos, estructurales (como los de tipo socioeconómico o el proceso de socialización), la propia oportunidad del delito y la evolución continuada de los estilos de vida de las personas.

En cualquier caso, a pesar de las diferencias en su  clasificación, existe consenso al considerar que la construcción de estas teorías es una tarea difícil, entre otras razones porque las teorías unitarias de las que se nutren se han construido en oposición, por lo tanto, sólo será posible integrar aquellas teorías o partes de éstas que no resulten antagónicas. Precisamente, la metodología de la integración se contrapone al criterio de competición de teorías; sin embargo, para Serrano (2009:229): «no parece haber problemas en aceptar la metodología de la integración para formular teorías científicas» ya que lo importante no es cómo se crea una teoría integrada sino cuáles son sus logros o méritos.

Aunque la mayoría de las teorías modernas tienden a ser integradoras, Redondo y Garrido (2013) y Serrano (2009) coinciden en afirmar que no todos los intentos de integrar teorías han resultado fructíferos, como ha sido el caso de la combinación de teorías con diferentes niveles de generalidad y de la integración de diferentes    niveles de explicación. Entre los intentos exitosos —en el sentido de que han recibido reconocimiento académico, aunque también han sido objeto de críticas—, se encuentran las teorías presentadas en el siguiente apartado, citadas por Redondo y Garrido (2013) y Serrano (2009), autores referentes de la criminología actual.

 

Modelo modificado del control social-desorganización social de Elliot

Este modelo combina las teorías del control social, de la frustración y de la asociación diferencial/aprendizaje. Los elementos de estas teorías se integran de manera secuencial: una inadecuada socialización y la frustración determinan la existencia de controles sociales débiles; en este este contexto, el sujeto tiende a vincularse con pares delincuentes. En consecuencia, la delincuencia es el resultado conjunto de mantener vínculos fuertes con sujetos y grupos desviados y de mantener vínculos débiles con grupos convencionales.

Debido a las dificultades de integración de las teorías de las que se nutre, Elliot realizó una investigación propia que validase empíricamente este Modelo en la que se constató que las personas con vínculos sólidos a sujetos delincuentes y vínculos débiles a grupos convencionales eran quienes tenían más tendencia a cometer delitos. Por lo tanto, lo que determinaría la comisión de los delitos sería esta relación sólida con pares delincuentes.

Para Serrano (2009), este modelo tiene una gran importancia porque es uno de los más sólidamente construidos en el ámbito de estas teorías y abrió el camino a la integración.

Teoría General Integrada de Agnew.

 

Partiendo de que las teorías unitarias son incompletas, entre ellas la que el propio Agnew formuló sobre la frustracción, el autor considera que  el delito se produce cuando los impedimentos para cometerse son bajos y las motivaciones altas. Su aportación consiste en tomar en cuenta estos dos elementos: impedimentos y motivaciones (Serrano, 2009):

  1. Los impedimentos o limitaciones hacen referencia al control externo — ejercido por grupos significativos de socialización—, el interés por la conformidad —entendido como el deseo de mantener propiedades o situaciones que el sujeto tiene y que podría perder si delinque— y el control interno — término específico de esta teoría para referirse a la consideración de que el delito es inmoral—.
  2. Las motivaciones hacen referencia, por una parte, a los factores que arrastran a la personas a delinquir: en concreto, el aprendizaje del delito, a través de creencias favorables a él, de refuerzos y de modelos criminales de éxito que puedan imitarse. Por otra parte, hacer referencia a los  factores que le empujan a delinquir: situaciones de frustracción al no poder alcanzar metas, amenazas de perder posesiones valiosas o amenazas de recibir estímulos

En estas limitaciones y motivaciones influyen directa o indirectamente variables individuales y sociales cuyos efectos pueden ser de diferente intensidad (modestos, moderados o grandes) y variar en función de la etapa vital de la persona. Estas variables corresponden a  cinco esferas de la vida de las personas:

  1. Rasgos personales: bajo autocontrol, irritabilidad, impulsividad o habilidades sociales pobres, entre
  2. Variables familiares: por ejemplo, el conflicto familiar, la ausencia de disciplina o el escaso apoyo
  3. Variables escolares: rendimiento escolar negativo, vínculos negativos con la escuela o trato negativo por parte del
  4. Variables del grupo de pares: asociación con pares o bandas delincuentes o ser víctima de delitos, entre
  5. Variables relativas al trabajo: por ejemplo, el rendimiento laboral negativo o sufrir desempleo de larga duración.

Las variables anteriores están interrelacionadas: unas variables pueden reforzar el efecto de otras, lo que genera «la tela de araña del delito» (Serrano, 2009:542). Este concepto hacer referencia a un fenómeno que sucede en el caso de muchas personas que delinquen: confluyen en ellas una gran cantidad de variables en las diferentes esferas citadas, lo que dificulta el abandono de la trayectoria delictiva y hace que se conviertan en delincuentes crónicos.

Agnew desarrolla esta teoría, no sólo con una finalidad explicativa del delito, sino también para prevenirlo, entendiendo que esta tarea será más efectiva cuantas más esferas de la vida estén implicadas en los programas de prevención. En relación con estos programas, considera más adecuados los orientados a la intervención para mejorar las condiciones de vida de las personas que los de carácter sancionador.

Teoría del equilibrio del control de Tittle.

 Esta teoría es resultado de la integración de partes de teorías del control, de la elección racional y de la oportunidad, y tiene carácter probabilístico. Tittle parte del concepto de razón del control, entendido como la relación que existe entre el control que puede ejercer una personas sobre otras personas, situaciones o instituciones y el control que, a su vez, sufre esa persona por parte de aquellas. Esta razón es variable, una persona puede ejercer el control en un ámbito de su vida y estar controlada en otro. La probabilidad media de un sujeto de ejercer o sufrir este control es lo que se denomina razón de control general; mientras que los controles ejercidos o sufridos en casos específicos se denominan razón de control situacional. Estas razones de control dependen de los rasgos individuales de la persona y de las características de la sociedad.

Cuando una persona tiene un exceso o defecto de control se produce una razón de control desequilibrada, que influye, pero no determina, la actividad desviada. Para que se lleve a cabo esta actividad es necesario, además, que el sujeto tenga predisposición para la motivación desviada. Esta predisposición es el resultado de la confluencia de tres factores:  el  deseo  de  autonomía  (de  escapar  del  control  al  que   están sometidas las personas), el citado desequilibrio de control y el bloqueo de metas. El concepto de predisposición no corresponde con el de motivación; para pasar de la predisposición a la motivación el sujeto debe de ser consciente del desequilibrio de poder y de que el acto desviado podrá superar favorablemente dicho desequilibrio.

Además de los factores anteriores, esta teoría contempla la influencia de la oportunidad en la comisión de estos actos —aunque se considera de menor importancia en comparación con el resto de  elementos citados— y de los costes asociados, que Tittle denomina constreñimientos y comprenden, entre otros, las características del lugar que impiden un delito, el control familiar o el riesgo de ser descubierto.

En cualquier caso, el autor considera que todas las variables anteriores son contingencias personales, organizativas o situacionales que, en ocasiones, combinadas entre sí provocan la comisión de un delito pero que no siempre ha de resultar así.

Como señala Serrano (2009), el propio Tittle ofrece evidencias empíricas indirectas sobre la validez de esta teoría al sugerir que es compatible con la evidencia criminológica acumulada; asimismo, posteriores investigaciones revelaron que un exceso de control se relacionaba con la predación y el desafío.

Teoría de la acción situacional de Wikström.

 Esta teoría es una crítica a las teorías tradicionales, especialmente a los factores de riesgo, y toma como referencia el contexto social, las ideas de moralidad y acción y las interacciones a las que se exponen las personas (Serrano, 2009).

De acuerdo a esta teoría, las personas actúan y toman decisiones en función de las alternativas disponibles, por lo tanto, ante la comisión de un delito el sujeto debe considerarlo una acción posible; si bien contemplar esta posibilidad no implica necesariamente delinquir.

 

 

 

 

 

 

La transgresión de una norma social puede ser el resultado del hábito de hacer algo fuera de la norma o de la decisión de hacerlo en una circunstancia concreta, dependiendo de elementos como el autocontrol y el libre albedrío. También hay factores macro que inciden en la comisión  del delito, que el autor denomina sistémicos (por ejemplo, la segregación o la desigualdad), y que influyen indirectamente en las personas a través de tres tipos de mecanismos: sociales (creando interacciones entre sujetos y ambientes), situacionales (haciendo que el ambiente influya en la decisiones del sujeto) y transformativos (denuncias).

 

Para la validación empírica de la teoría el autor desarrolló un estudio longitudinal en el que, según Serrano (2009), los resultados preliminares supusieron un apoyo empírico importante para esta teoría.

 

Teoría Integradora de Farrington.

 

Esta teoría es de carácter psicológico y se encuadra dentro de la criminología del desarrollo vital que considera que «la participación en el delito constituye un proceso variable a lo largo del tiempo, al que se ha denominado carrera delictiva, que incluiría una serie de etapas» (Redondo y Garrido, 2013:520).

La propuesta inicial, citada en Farrington, Ohlin y Wilson (1986), ha tenido posteriores modificaciones terminológicas y conceptuales que han culminado en la denominada Teoría Integradora del Potencial Antisocial Cognitivo-ICAP (Farrington, 2008; Farrington y Loeber, 2013). Esta última versión está orientada a explicar la delincuencia masculina de clase baja relativa a delitos comunes (robos, fraude, vandalismo, etc.), aunque podría ser aplicable también a la femenina. Esta teoría integra a lo largo de su evolución aspectos de diferentes teorías tales como la de la subcultura delincuente, la desigualdad de oportunidades, el aprendizaje social, la asociación diferencial, la tensión, el control, el etiquetaje y la elección racional.

 

 

 

 

 

 

Ante la cuestión de por qué ciertas personas tienen una tendencia mayor que otras a cometer delitos en determinadas situaciones, esta  teoría señala dos elementos explicativos: la tendencia o potencial  antisocial de la persona y la decisión de cometer un delito.

  1. El potencial antisocial de la persona se refiere a la capacidad o predisposición que tiene una persona para desarrollar comportamientos antisociales y varía en función de aspectos como la experiencia vital, la socialización o la impulsividad del sujeto. Las personas con mayor potencial antisocial de carácter persistente o a largo plazo serían las que tendrían mayor probabilidad de cometer actos antisociales y desarrollar una carrera delictiva, si bien este potencial también tiene una manifestación a corto plazo con la comisión de delitos concretos. El grado de intensidad de este potencial está influido por tres factores y procesos: los procesos energizantes y motivadores de estas conductas (deseo de bienes materiales o de estimulación, nivel de estrés o consumo de sustancias, entre otros), los modelos antisociales (por ejemplo, progenitores delincuentes o entornos sociales conflictivos) y el entorno familiar desestructurado y con ciertas experiencias traumáticas (pérdida de padre o madre, maltrato infantil, crianza familiar deficitaria, etc.). La intensidad de este potencial varía con la edad —intensificándose al final de la adolescencia y decreciendo posteriormente— y con las oportunidades para cometer
  2. La decisión de cometer un delito resulta de la interacción entre la persona y el entorno social en una oportunidad concreta de desarrollar un comportamiento antisocial en la que el sujeto valora los costes y beneficios del mismo. La probabilidad de la elección de este comportamiento aumenta cuantas más oportunidades se presenten en el entorno y cuanto más beneficioso resulte para la persona la valoración de sus costes y beneficios. Este proceso de interacción tiene varias etapas y comienza cuando surge la motivación para llevar a cabo estos comportamientos; posteriormente, el sujeto busca el método legal o ilegal para cubrir la necesidad que motiva la conducta. En un tercer estadío, la motivación puede acrecentarse o disminuirse en función de factores individuales (creencias y valores) o sociales (presión social, opinión de grupos de iguales, etc.). Si la motivación persiste, la persona decide cometer el delito,

 

 

 

 

 

 

tras valorar sus costes y beneficios, entre ellos, las consecuencias de dicho comportamiento.

En opinión de Farrington, la trayectoria o carrera delictiva alcanza  su máximo exponente entre los catorce y los veinte años, especialmente si se trata de jóvenes víctimas de maltrato familiar porque no han adquirido la necesaria autorregulación interna para evitar estos comportamientos. A lo largo de esta trayectoria se distinguen tres momentos importantes:

  1. Inicio de la conducta delictiva: las conductas delictivas suelen comenzar en la adolescencia, etapa en la que resulta crucial la importancia del grupo de iguales y de sus posibles comportamientos antisociales, así como el grado de maduración psicológica de la
  2. Persistencia en el delito: tras un periodo de aprendizaje, se produce una estabilización del potencial antisocial; aquellos sujetos que han recibido gratificaciones y refuerzos por sus comportamientos antisociales podrían incrementar dicho potencial, mientras que quienes han recibidos castigo podrían
  3. Desistimiento o abandono de la carrera delictiva: etapa propia de los sujetos que mejoran su capacidad de alcanzar sus metas por métodos socialmente

En cuanto a la validación de esta teoría, Redondo y Garrido (2013) mencionan dos investigaciones al respecto. La más relevante, realizada por Van der Laan, Blom y Kleemans (2009), constató que la acumulación de varios factores de riesgo tenía más relevancia en estas conductas que un único factor de riesgo histórico, y que la predicción del riesgo de dicha conducta mejoraba al incorporar factores situacionales. En cualquier caso, era la acumulación de los citados factores de riesgo a largo plazo la la que mejor predecía la delincuencia, lo que avalaría la propuesta de esta teoría relativa a la importancia de esta acumulación de factores, sobre todo, cuando están presentes elementos situacionales que favorecen estas conductas antisociales. La segunda investigación citada, realizada por LeBel, Bunett, Maruna y Bushway (2008), constató que esta interacción de factores de riesgo también se manifestaba en el caso de las conductas reincidentes.

 

 

 

 

 

 

Modelo del Triple Riesgo Delictivo-TRD de Redondo.

 

Este modelo se concibe como una propuesta comprensiva, integradora, meta-teórica y no competitiva con teorías criminológicas tradicionales, planteando una estructura más global y general (Redondo, 2008). La novedad de este modelo reside en «un modo distinto de concebir los factores de riesgo y de protección, y de definir las relaciones entre ellos y con el comportamiento antisocial» (Redondo, 2008:9). La operativización de la interacción de estos factores es, en opinión del autor, el punto  nuclear de la propuesta. Para Campoy y Gonzalez (2014), este modelo es consecuencia del avance de la investigación criminológica en España, y consideran que ha tenido un impacto similar a la Criminología del curso vital o a la Teoría del potencial antisocial cognitivo de Farrington.

El Modelo se fundamenta en los enfoques que tienen en cuenta el apoyo social, en las teorías situacionales del delito y en las relativas a las carreras delictivas y a los factores de riesgo. Tiene tres objetivos: reconceptualizar y ordenar de manera parsimoniosa los factores de riesgo  y protección en tres fuentes de riesgo; proponer un plan sistemático de investigación al respecto, y desarrollar un sistema unificado para comprender y estimar el riesgo delictivo en sujetos específicos y en grupos sociales. Este Modelo se encuentra en un plano probabilístico, es decir, permite estimar la motivación y el riesgo delictivos de una persona pero no puede afirmar con total certeza que el delito vaya a ser cometido.

Ante la pregunta de qué es lo que influye en la motivación de un sujeto para delinquir, este Modelo comienza definiendo el concepto de comportamientos antisociales o delictivos como «conductas de agresión o engaño (tanto directas como indirectas, y tanto coyunturales como sostenidas en el tiempo), que dañan o amenazan de daño grave a otras personas o sus propiedades, y cuyo objetivo o funcionalidad es obtener un beneficio o satisfacción propios» (Redondo, 2008:11). Cuando se adquieren y mantienen los controles que inhiben la generación de este daño o amenaza, se desarrollan los comportamientos denominados prosociales, que son mayoritarios en la población. Este comportamiento prosocial requiere de tres condiciones complementarias:

 

 

 

 

 

 

  1. Recibir las mejores dosis de disposiciones y capacidades personales entendidas como las características actuales de la persona, sean naturales o adquiridas, que le otorgan su propia identidad. Son características prosociales, entre otras, la inteligencia, el equilibrio psicológico, la empatía y el
  2. Recibir apoyo prosocial mantenido, de manera más intensa en la infancia y adolescencia, por parte de las instituciones de educación y socialización significativas para la persona: familia, escuela, etc. El apoyo prosocial hace referencia no sólo a controles sociales sino también a afectos, normas o ayudas entre otros en ámbitos como el educativo, el económico o el de relaciones
  3. Estar expuestos de forma moderada a riesgos situacionales u oportunidades delictivas como, por ejemplo, sufrir agresiones o pertenecer a grupos de delincuentes; pues, si dichos riesgos son muy elevados, pueden convertirse en estímulos precipitantes de las conductas

Por otra parte, y de forma paralela, existen tres fuentes principales de influencia antisocial:

  1. Riesgos personales: características que dificultan la socialización y el desarrollo de la persona tales como la impulsividad, la victimización infantil, déficits neurológicos, la justificación de conductas delictivas o la escasa empatía.
  2. Carencias en apoyo prosocial que dificultan la socialización: crianza infantil inadecuada, internamientos prolongados y estigmatizantes, amigos delincuentes,
  3. Oportunidades delictivas, entendidas como situaciones o estímulos físicos y sociales que facilitan las conductas delictivas: por ejemplo, los contextos que favorecen el anonimato, los entornos físicos deteriorados, la presencia de víctimas desprotegidas y de objetivos muy expuestos o los barrios con alta densidad de población.

 

 

 

 

 

 

En las tres fuentes de riesgos anteriores, el autor aplica  los principios de acumulación y convergencia (Redondo, 2013). Así, para cada uno de los factores de riesgo anteriores, y de acuerdo al principio de acumulación, será mayor la vulnerabilidad para delinquir cuando confluyan en una persona más factores de riesgo personal, más carencia de apoyo social y mayor número de oportunidades delictivas respectivamente. Del mismo modo, y según el principio de acumulación, la presencia de los diferentes factores atraerá a su vez a otros factores del mismo tipo.

Sin embargo, según este Modelo, la participación de las personas en actos delictivos no se debe tanto a los efectos de acumulación y convergencia en los diferentes factores tomados de de manera individual sino a la interacción de éstos. En esta interacción, el Modelo establece también dos principios:

  1. Convergencia de riesgos inter-fuentes: según el cual ciertos riesgos personales, carencias prosociales y oportunidades delictivas tienden a converger en un mismo
  2. Potenciación recíproca de los riesgos inter-fuentes: la convergencia en una misma persona de riesgos de diferentes fuentes potenciará los efectos de cada riesgo aumentando la probabilidad individual de conducta delictiva.

En esta interacción, no todos los factores tienen el mismo peso para determinar la motivación antisocial o delictiva de la persona, es decir, la disposición individual a delinquir que se mostraría «en las creencias, afectos o conductas de aproximación a objetivos delictivos que manifiesta un sujeto, con anterioridad a la realización de una infracción en sí» (Redondo, 2013:561). Lo que determinaría esta motivación es la  interacción de los riesgos personales y las carencias en apoyo prosocial. Sin embargo, para delinquir es necesaria también la presencia de las oportunidades delictivas, estableciéndose así una relación entre  motivación y oportunidades delictivas: quienes tienen más motivación delictiva tienen mayor probabilidad de estar expuestos a oportunidades de este tipo; en sentido inverso, a mayor exposición a oportunidades delictivas, aumentará la probabilidad de desarrollar mayor motivación antisocial.

 

 

 

 

 

 

Los factores de riesgo y protección definen unas dimensiones continuas de riesgo —que pueden clasificarse en alguna de las fuentes de riesgo (personal, de apoyo prosocial o de oportunidades delictivas)— y que indican el grado de riesgo de conducta antisocial global de una persona. En concreto, este riesgo dependería de la combinación de tres elementos: riesgos personales, carencias en apoyo prosocial y oportunidades delictivas. En consecuencia, es esperable que los mayores grados de motivación social y de riesgo de conducta antisocial se den en personas en las que confluyen las combinaciones más desfavorables de estos tres factores.

En definitiva, el riesgo de delinquir de un sujeto en un momento concreto depende de la combinación de una serie de dimensiones de riesgo que proceden de tres fuentes: las disposiciones y capacidades del sujeto, el apoyo prosocial y las oportunidades para el delito a las que se expone.

El autor considera que también puede estimarse el riesgo social de delincuencia de un grupo social a partir de muestras representativas de sus miembros, y señala que «según cuáles sean las magnitudes globales de las tres fuentes de riesgo propuestas, en su influencia sobre el conjunto de individuos de una población, así serán los niveles globales de delincuencia que puedan esperarse en ella.» (Redondo, 2013:563). De acuerdo a lo anterior, como los riesgos personales son propios de las personas, se distribuirán aleatoriamente en todas las sociedades o grupos generando porcentajes similares de criminalidad global. Las diferencias sociales en las cifras del crimen estarán, por tanto, en las carencias en apoyo social que sufran los miembros de dichas sociedades o grupos así como en las oportunidades delictivas que ofrezca el entorno y que dependerán del desarrollo socioeconómico de la sociedad o grupo en cuestión: nivel cultural, grado de ruralidad o urbanismo, situación económica, densidad demográfica o exposición a la violencia.

 

 

 

 

 

 

Dado que los riesgos individuales y sociales son variados, también deberán serlo las estrategias de prevención (Redondo, 2008). En el caso de los riesgos personales, serán necesarias estrategias de intervención que favorezcan a las personas con mayor riesgo individual de conducta delictiva, por ejemplo, mediante medidas propias del tratamiento y de la prevención secundaria y terciaria. En cuanto a las carencias en apoyos sociales, se requerirán estrategias de prevención primaria en el ámbito de los servicios sociales, la educación o el empleo. En relación con las oportunidades delictivas, será necesario desarrollar medidas de prevención situacional del delito por parte de las instituciones competentes en la materia.

Finalmente, en cuanto a la validez empírica del Modelo, Redondo (2008) considera que inicialmente existen argumentos favorables para los presupuestos centrales de este Modelo. No obstante, reconoce la necesidad de su validación, cuestión que el propio autor resuelve posteriormente con una exposición de las investigaciones que han aplicado este modelo y que validan parcialmente algunos de sus postulados (Redondo y Garrido, 2013). Entre estas investigaciones los autores consideran especialmente relevante la realizada por Pérez Ramírez (2012), quien identificó, mediante un análisis factorial exploratorio de variables predictivas de conductas antisociales, dos grandes factores latentes: uno relativo a factores personales y otro a carencias en apoyo social, aunque no llegó identificar el correspondiente a las oportunidades delictivas. Constató también que el modelo analítico que comprende el riesgo personal, las carencias en apoyo social y las oportunidades delictivas tenía un buen ajuste con los datos empíricos. Finalmente, también demostró que la interacción de las tres fuentes se asociaba con una probabilidad más elevada de conducta antisocial.

Estas teorías suponen un avance en la explicación de las causas del delito  en comparación con las teorías unitarias tradicionales, pues abordan el evento delictivo desde la complejidad de los factores intervinientes en el mismo; por lo que resultarían, incluso, más prácticas a la hora de establecer programas de prevención del delito.

Además, en la medida en que estas teorías sintetizan las aportaciones de otras, una ventaja de la integración podría ser la disminución del número de teorías, aunque Serrano (2009) considera que este objetivo no se ha logrado plenamente hasta el momento.

En cuanto a las críticas recibidas (Redondo y Garrido, 2013; Serrano, 2009), se considera que, a pesar del avance que han supuesto, siguen sin explicar el hecho delictivo en su complejidad. Precisamente, esta cuestión supone otro motivo de crítica, puesto que al ser más complejas resultan más difíciles de refutar, aspecto imprescindible para confirmar la validez empírica de una teoría. En este sentido, estarían en desventaja con las teorías unitarias.

Asimismo, se considera que existen otros aspectos que limitan su efectividad, aspecto primordial para considerar la validez de una teoría:

  1. La incompatibilidad de los elementos que las conforman si éstos no ofrecen un cuerpo organizado y coherente de postulados y
  2. La falta de acuerdo en relación con las definiciones y elementos compartidos puede generar dificultades para su análisis y aplicación práctica.
  3. La mayoría de sus variables son más generales que específicas, lo que genera una medición
  4. Son más difíciles de usar en la práctica por su indeterminación empírica.
  5. En ocasiones, pretenden ofrecer una explicación del evento delictivo en toda su complejidad a costa de simplificar el diagnóstico del

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