Mapas mentales

Los mapas mentales son un concepto proveniente de la psicología cognitiva, cuyo fin es proporcionar una estructura teórica que ayude a comprender el almacenamiento, procesamiento y utilización que da el ser humano a la información en el transcurso de sus actividades diarias. Dentro de los distintos campos de estudio a los que puede aplicarse, se encuentran los actos antisociales, por lo que será una noción importante a la hora de abordar el estudio de estos, siendo importante valorar otras nociones como el área de actividad delictiva. Este concepto presenta complicaciones como su dificultad de medición y el poco consenso en su definición dado por las distintas disciplinas científicas que lo han estudiado, por lo que será preciso ahondar en su naturaleza. Además, su contenido teórico se encuentra fuertemente relacionado con otras nociones como los guiones de actividad delictiva, ya que ambas son mecanismos cognitivos usados por el ser humano.

El mapa mental es una creación de cada persona, siendo esta subjetividad la que ocasiona que no tenga por qué ser fiel a la realidad.

El mapa mental es una creación de cada persona, siendo esta subjetividad la que ocasiona que no tenga por qué ser fiel a la realidad.

Hannes et al. (2010) exponen que el concepto de mapa mental es comúnmente usado para representar el conocimiento humano empleado para el procesamiento humano de información, pudiéndose referir también a aspectos espaciales y geográficos relacionados.

No obstante, lejos de haber una definición unánime y con un amplio consenso, el concepto de mapa mental ha sido estudiado, adoptado y adaptado en varias disciplinas. Esto, ha tenido como consecuencia que se le hayan atribuido múltiples significados al concepto y que hayan proliferado términos relacionados como “representación mental”, “modelo mental”, “imagen cognitiva”, etc. (Hannes et al., 2010). Dado esta diversidad de términos, en este documento se empleará como sinónimos los conceptos mapa mental y mapa cognitivo.

Debido a la diversidad de contenidos y aplicaciones usados en diferentes contextos y condiciones, hay una ausencia de conocimiento fijo y preciso acerca de su definición. Esto es de gran importancia, dado que, si un constructo teórico es difuso, puede guiar a malentendidos y malinterpretaciones (Hannes et al., 2010). Por ello, es necesario hacer una síntesis sobre los distintos matices de este concepto para poder llegar a entenderlo en toda su magnitud.

Primeramente, el término mapa mental fue introducido por Tolman (1948). Según este autor, además de los estímulos y respuestas, en el comportamiento intervienen procesos mentales más o menos autónomos dónde los enlaces hacia arriba del comportamiento, los modos, los eventos ambientales y estímulos en la cognición, pueden aplicar etiquetas como la intuición, hipótesis y mapas cognitivos. De esta forma, se construiría un mapa de representaciones en la “caja negra” de nuestro sistema nervioso, que guía nuestros movimientos del día a día.

En geografía, al mapa mental se le define como el reflejo del conocimiento espacial individual base compuesto por la información de todas las localizaciones almacenadas en la memoria. Debido a esto, desde esta disciplina, han desarrollado técnicas para explorar el conocimiento de la gente sobre ciertas áreas, buscando describir rutas y estimar distancias (Hannes et al., 2010).

De acuerdo a Canter (1994), los mapas mentales son imágenes cognitivas de áreas familiares como barrios o ciudades, formados a partir de las sucesivas interacciones de una persona con su alrededor. En consonancia con él, Goodall (1987) define este concepto como la representación espacial del ambiente que un individuo tiene en su mente. De esta forma, señala que la representación subjetiva de la imagen de un lugar no puede entenderse como un mapa como tal, al reflejar el conocimiento de características y relaciones espaciales, y las preferencias y actitudes del individuo hacia los lugares.

Estas imágenes elaboradas por los mapas mentales pueden incluir dimensiones no espaciales como el color, el sonido, la sensación, el sentimiento y la simbolización, siendo el resultado de un proceso en el que la información es recibida, codificada, almacenada, recordada, descodificada e interpretada (Brantingham y Brantingham, 1984; Clark, 1990).

Los mapas cognitivos, además de contener un set de estructuras mentales espaciales que denotan una posición relativa, contienen atributos, valores y significados, ya que no son independientes del significado, rol, función, necesidad y propósito (Wood y Beck, 1989). Así, los mapas cognitivos incluyen conocimiento sobre los lugares y las relaciones espaciales (Kaplan, 1976), y en ellos se integran imágenes, información y actitudes sobre el ambiente (Spencer y Blades, 1986).

Golledge y Timmermans (1990) indican que los mapas cognitivos son series de estructuras de conocimiento con diferentes niveles de detalle e integración, las cuales son desarrolladas con la edad y la educación, por lo que la información de la que se nutren va creciendo. Esto también implica que los mapas cognitivos no son independientes del espacio y el tiempo, pues el ambiente dependerá del contexto espaciotemporal, y de las cogniciones que se hagan sobre él (Moore y Golledge, 1976).

Golledge y Stimson (1997) exponen que los mapas mentales incluyen tanto relaciones de persona a objeto, como de objeto a objeto. Junto al hecho de que los mapas cognitivos incluyen información sobre el ambiente (dentro de la cual se enmarca el lugar, la ruta identificada, la localización, la distancia y la dirección) señalado por Downs y Stea (1977), Mondschein, Blumenberg y Taylor (2009) se apoyan para argumentar que un mapa mental es el resultado final de un proceso de mapeo cognitivo.

Downs y Stea (1973), señalan que el mapeo cognitivo es el proceso compuesto por una serie de transformaciones psicológicas en las que una persona adquiere, almacena y codifica información sobre las localizaciones relativas y los atributos del espacio en que se desenvuelve en el día a día.

Kitchin (1994) define el mapeo cognitivo como la conjunción de cognición espacial y cognición ambiental. Por un lado, Hart y Moore (1973) entienden la cognición espacial como el conocimiento de la representación interna o cognitiva de la estructura, entidades, y relaciones del espacio. Es decir, estos dos autores consideran este tipo de cognición como el reflejo internalizado y la reconstrucción del espacio. Por otro lado, Moore y Golledge (1976) definen la cognición ambiental como el conocimiento, las impresiones, la información, las imágenes, y los pensamientos de las personas acerca de los ambientes. Esto implica que no sólo se tiene conocimiento sobre los elementos constitutivos físicos de un ambiente, sino que también se tienen impresiones acerca del carácter, la función, las dinámicas, la interrelación estructural, y lo que ello implica en el significado y las propiedades simbólicas.

En relación a esto, Hart y Conn (1991) indican que el mapeo cognitivo se refiere al “lugar de cognición”[1], el cual va más allá de tratar sólo aspectos espaciales, teniendo que combinarse el estudio de estos con cómo se piensa el ambienta del día a día y cómo se procesan los datos geográficos. Es decir, hay que estudiar las intenciones humanas y la manera en que se piensa, se siente y se actúa el ambiente. Este mismo concepto de lugar de cognición es definido por Cohen (1985) como la unión de conocimiento espacial, conocimiento social y el entendimiento de la naturaleza física y social de los ambientes, en relación con las funciones cognitivas.

De acuerdo a Matthews (1992), los intentos de explicar el desarrollo del mapeo cognitivo se pueden dividir en tres tradiciones filosóficas: nativismo, la cual explora si es una habilidad adquirida de manera innata; empirismo, que analiza si es una construcción derivada de sensaciones percibidas de experiencias en diferentes ambientes geográficos; y constructivismo, una mezcla de las anteriores, que profundiza en si esta habilidad es fruto de la mezcla de factores hereditarios y experimentales.

Gould (1975) sostiene que la información geográfica es un importante determinante del movimiento, y que, junto a ella, la situación social, de empleo, educativa y económica de una persona está fuertemente relacionado con la adquisición de información espacial. Por esto, se puede afirmar que la interacción espacial es influenciada por la localización del actor, tanto geográfica como social, y el conocimiento o percepción mantiene opciones de movimiento viables. Pese a que las imágenes cognitivas pueden variar en relación a la biografía de la persona, su clase social, localización geográfica y ambiente, la mayoría de mapas mentales tienen mucho en común debido a que las personas tienden a percibir cosas como la forma (Rossmo, 1995).

Dentro de la filosofía destaca la concepción de espacio de Kant. Dentro de las ideas de su tiempo, había dos corrientes acerca de qué era el espacio: por un lado, fuertemente influenciados por Newton, estaban quiénes exponían que el espacio era una entidad real independiente de la mente; por otro lado, se encontraban los partidarios de Leibniz, quien exponía que el espacio era algo relativo, considerado como la relación entre objetos percibidos, por lo que si estos objetos desaparecen, el espacio también lo hace (Richards, 1973).

Kant, también concebía el espacio como un concepto proveniente de la mente, pero sin ser tan relativista como Leibniz. Para él, era una ley incambiable procedente de la naturaleza de la mente, un esquema que servía para coordinar todas las cosas percibidas externamente. Desde el punto de vista de Kant, la realidad externa del mundo existía, pero esta sólo podía ser conocida sólo en los términos que somos capaces de entenderla (Richards, 1973).

Lynch (1960: 47 – 48), afirma que la composición de la imagen cognitiva está basada en cinco elementos:

  • Caminos (rutas de viaje que tienden a dominar la imagen de las ciudades de la mayoría de personas, como por ejemplo carreteras y vías de tren).
  • Bordes (límites de las líneas que ayudan a organizar mapas mentales, como por ejemplo ríos o ferrocarriles).
  • Distritos (subáreas con características unificadoras reconocibles, que tienen centros bien establecidos, pero límites borrosos, por ejemplo, distritos financieros o zonas de deslizamiento).
  • Nodos (focos intensos de actividad, como por ejemplo intersecciones mayores, estaciones de ferrocarril o tiendas de la esquina).
  • Monumentos (símbolos que son usados para orientarse, como por ejemplo señales, edificios o árboles).

[1] Traducción propia de place cognition

Kaplan (1973a) señala que el mapa cognitivo sirve para entender y conocer el ambiente, aceptando implícitamente que la gente guarda información sobre los entornos para posteriormente tomar decisiones espaciales, siendo asumido en este término que la gente almacena información sobre el ambiente para posteriormente tomar estas.

Siegel y Cousins (1985) exponen que no existe un mapa cognitivo, sino que los construimos para eventos específicos. En la misma línea, Golledge, Smith, Pellegrino, Doherty y Marshall (1985) señalan que en el ser humano se produce una interacción entre información, memoria y procesos cognitivos para formar un mapa cognitivo para una tarea en específico. Igualmente, Spencer, Blades y Morsley (1989) indican que los mapas cognitivos son formados durante la actividad del día con propósitos concretos. Debido a esta funcionalidad, Kitchin (1994) sugiere que los mapas cognitivos son dinámicos, dado que el ser humano está constantemente aprendiendo y alterando la información usada para tomar decisiones espaciales. En la misma dirección, Downing (1992) expresa que los mapas cognitivos integran información sobre experiencias pasadas, que ayudan a entender situaciones presentes y futuras.

Los mapas cognitivos también son definidos como un mecanismo rápido y eficaz para manejar y procesar información con el fin de dar al ser humano una ventaja selectiva en un mundo complicado y peligroso (Kaplan, 1973b). Así, se ha desarrollado dentro la adaptación evolutiva un sentido de espacio que ha sido de gran importancia para la supervivencia de la especie humana (Stea, 1976). Es decir, en épocas anteriores en las que la tecnología era muy inferior, los mapas cognitivos proporcionaron esta ventaja frente a otras especies más fuertes y más rápidas, estando todavía presente dicha función y habiéndose extendido durante nuestra evolución a otras laborales más allá de la supervivencia.

Kitchin (1994) expone que los mapas mentales contienen conocimiento con significado social y ambiental, información que da forma a las actitudes y perspectivas, y a los patrones de comportamiento desarrollados a nivel local y nacional. Por ello, argumenta este autor, que estudios que den pistas sobre cómo son pensados los lugares, pueden dar pistas sobre cómo cambiar la imagen que se tiene sobre un espacio.

Cadwallader (1976) indica que los mapas cognitivos afectan a tres tipos de decisiones: la decisión de estar en un sitio o de irse, la decisión de adónde ir, y la decisión de qué ruta tomar para desplazarse. Posteriormente, Garlint, Book y Lindberg (1985) añadieron una cuarta: la decisión de cómo llegar hasta allí.

Hannes et al. (2010) señalan que la representación del conocimiento espacial de una persona y los modelos mentales relativos a las decisiones de viaje son fundamentales para comprender el comportamiento viajero de una persona. En línea con esto, Mondschein et al. (2009), encontraron que las diferencias individuales en el conocimiento espacial estaban relacionadas con experiencias de viaje previas y en las diferencias de modo de transporte usado. Hannes et al. (2010) exponen que hay dos grandes áreas de gran relevancia para construir modelos de viaje: la cognición espacial y la toma de decisiones.

El primero de estos se refiere al componente espacial para la ejecución de planes de viajes. Dentro de este se resalta que es la percepción individual y la comprensión del espacio geográfico un factor clave para entender el comportamiento de viaje. Esto será trascendental, ya que el mapa mental es un conocimiento espacial humano base, incompleto e imparcial, regularmente actualizado por las experiencias de viaje y por la toma de varias decisiones de viaje al mismo tiempo (Weston y Handy, 2004).

En segundo lugar, respecto a la toma de decisiones, en un modelo mental generado temporalmente en el proceso mental de una persona para tomar una decisión, se ubican también factores de elección y reglas de decisión (Johnson-Laird, 2004). A la hora de planificar y ejecutar el horario de actividad, están envueltas diferentes tipos de elecciones como son el destino, el modo de transporte o la ruta (Hannes et al., 2010). De esta forma, el conocimiento espacial que tenga una persona será determinante en el proceso de decisión que tome. Así, rutas o destinos aparentemente ilógicos, pueden resultar totalmente coherentes dentro del marco de trabajo de que disponga un mapa cognitivo específico (Monschein et al., 2009).

Los mapas mentales se han estudiado con diversas aplicaciones, ya que, como señala Lynch (1976), si se conoce como la ciudadanía imagina el mundo, se podrá llevar a cabo una mejor planificación, diseño y gestión del ambiente, sustentándose esto en la evidencia de la interdependencia del comportamiento humano y el ambiente señalada por Lee (1968). Por ello, se mencionarán brevemente algunas de las aplicaciones estudiadas dentro de la literatura científica.

Un ámbito que ha levantado cierto interés es el estudio de ambientes más apropiados para los niños, señalando aquí Hill y Michelson (1981) algunas razones por la que esto es conveniente, como son el hecho de que adultos y niños diferentes en sus patrones de comportamiento, el diferente uso que se hace de los espacios, y la distinta interpretación de los planos. También han sido estudiados los mapas mentales generados por los niños para mejorar su educación (Catling, 1979; Matthews, 1992).

Los mapas mentales también han sido estudiados en relación a los ancianos, para descubrir cómo estos aprenden nuevos ambientes, el impacto que tiene sobre su calidad de vida (Gold y Goodey, 1984; Kirasic, Allen y Haggerty, 1992), y para el diseño de espacios usados predominantemente por este grupo de población como residencias y hospitales (Axia, Peron y Baroni 1991).

Destaca también el grupo población con necesidades especiales, cuyas interacciones están constreñidas por limitaciones físicas y/o cognitivas. Estudiar cómo estos estructuran sus mapas cognitivos servirá para reducir y evitar posibles problemas psicosociales y de ajuste derivados de su dependencia (Spencer, Blades y Morsley, 1989), y para que puedan viajar de la forma más segura, cómoda e independiente posible (Foulke, 1983).

A nivel cartográfico, se ha estudiado como pensamos y usamos los mapas, habiendo dos áreas centrales en las que se ha enfocado la investigación. La primera de ellas es como se percibe y se integra la información dentro de los mapas cognitivos, con el fin de enseñar habilidades para ello lo más efectivas posibles. En segundo lugar, se ha profundizado en cómo se usa la información geográfica para entender un mapa (Kitchin, 1994), lo cual puede ser de utilidad para comprender procesos espaciales como el vecino más cercano, el decaimiento en la distancia, etc. (Golledge, Pellegrino, y Doherty, 1992). Thorndyke (1981), por su parte, señala que hay que tener en cuenta la interpretación que se hace de los mapas por la sobreestimación de las distancias que se puede cometer, y para minimizar la cantidad de información irrelevante.

Kitchin (1994) observó que existen similitudes de propósitos entre los mapas mentales y los Sistemas de Información Geográfica (SIG a partir de ahora), al almacenar ambos información geográfica y procesarla para su posterior uso, y que por ello puede ser beneficioso estudiar las relaciones existentes entre ambos conceptos. Concretamente, este autor señala tres tipos de aplicaciones de los mapas cognitivas a los SIG. En primer lugar, la información de los mapas mentales puede ser útil para mejorar la interfaz de este tipo de software, y así evitar y reducir malinterpretaciones, y conseguir la mayor funcionalidad posible de la interfaz. En segundo lugar, este autor indica que la información de los mapas cognitivos sobre cómo almacenamos y pensamos información de tipo geográfica puede ser de gran utilidad para mejorar la eficiencia y diseño de las bases de datos. En tercer lugar, señala Kitchin (1994) que la información de los mapas mentales puede servir para mejorar la educación, especialmente para incrementar el entendimiento de imágenes desplegadas.

Kitchin (1994) expone que también han sido estudiadas otras áreas como el comportamiento de consumo (Coshall, 1985a, b), las localizaciones residenciales y de negocios (Pacione, 1978, 1982), los patrones de movimientos dentro de áreas urbanas (Johnston, 1972; Briggs, 1973), y las zonas de recreación y ocio (Golledge y Timmermans, 1990). Según este autor, si se entiende dónde quiere ir la gente y porqué, los planificadores gubernamentales y comerciales podrán planificar mejor para adaptarse a sus necesidades.   

Dentro del caso concreto de la criminalidad, la función de los mapas mentales es importante, ya que un objetivo no puede ser victimizado a no ser que el victimario tenga primero conocimiento de él. Por ello, los mapas mentales tienen una gran influencia en localización de los lugares para delinquir (Rossmo, 1995).

Canter y Gregory (1994) destacan dos áreas recogidas en la literatura que deben ser consideradas para desarrollar explicaciones teóricas acerca del comportamiento espacial de agresores sexuales, las cuales tienen una clara conexión con los mapas cognitivos. Estas son: el área de actividad criminal, la cual es concerniente al área en la que se recogen todos los lugares en los que ha delinquido un ofensor en concreto; y el área del hogar, la zona bien conocida por el victimario, por ser la circundante de su hogar o base, desarrollando su actividad diaria en ella.

En relación a estas áreas, Branthingham y Brantingham (1993) argumentan que todas las personas desarrollan un conocimiento de espacio en base a los lugares en que suelen desarrollar su actividad. De esta forma, los crímenes tienden a ocurrir en áreas conocidas o cercanas a ellas, debido a que la búsqueda de víctimas u objetivos no suele ser común en el proceso de búsqueda de la mayoría de agresores.

Golledge y Gärling (2004) señalan que medir un constructo referente a los mapas cognitivos, y poner este concepto en operaciones de modelos de previsión puede ser problemático, dada su naturaleza difusa. Es decir, los mapas mentales son entidades que presentan complicaciones a la hora de operacionalizarlos. Hay que tener en cuenta que la composición de estos es muy variable por ser el proceso de aprendizaje espacial dependiente de las experiencias de viaje, mapas geográficos vistos, conversaciones (Downs y Stea, 1977); y habilidades espaciales personales, como el pensamiento geométrico, la capacidad de obtener imágenes complejas de relaciones espaciales, el reconocimiento de patrones espaciales, el entendimiento de redes de estructuras, la memoria espacio-secuencial, capacidades motoras, la percepción espacial, el conocimiento topológico, y las capacidades de procesamiento de información. Además, dentro de la literatura se pueden encontrar diferencias económicas y sociales que pueden ser causas potenciales de la variación de los mapas cognitivos entre distintos grupos e individuos (Mondschein et al., 2009).

Golledge y Hubert (1982) indican que los modelos para la medición de distancias en mapas geográficos son realizados en términos euclidianos, lo que implica las mismas relaciones geométricas en todas las partes del espacio. Al ser distinto del mecanismo de percepción del ojo humano, por lo que la comprensión del espacio en términos euclidianos deberá ser aprendida para poder interpretar correctamente los distintos elementos que puede presentar un mapa. No hay que olvidar otros tipos de medición, como la distancia manhatan o la distancia en red. Es decir, la precisión y construcción de un mapa cognitivo será dependiente también de la capacidad de una persona para interpretar correctamente la abstracción del conocimiento que refleje un mapa.

Hannes et al. (2010) exponen que no toda la información geográfica es relevante para los trayectos del día a día. Los espacios de actividad diarios son pequeños comparados con la probable extensión del conocimiento espacial del universo relativamente bien conocido. Según estos autores, se suma el hecho de que la información imperfecta puede afectar al conocimiento y la apreciación de áreas de accesibilidad, además de a los destinos considerados, opciones de modos de transporte o las rutas alternativas cuando planificamos un viaje. Por tanto, a la hora de estimar mapas mentales habrá que tener en cuenta que el espacio por el que se mueve una persona es bastante limitado, y que la percepción de este puede encontrase viciados por información defectuosa.

Un concepto que se puede relacionar con los mapas mentales son los guiones delictivos. El análisis de los guiones delictivos fue aplicado por primera vez por Cornish (1994a, b) a mitad de la década de los noventa, siendo los guiones una noción proveniente de la psicología cognitiva. Esta, proporciona un marco de trabajo en el que se incluyen la cantidad de elecciones y decisiones tomadas por los agresores antes, durante y después de cometer un tipo de crimen específico, asumiendo dos postulados de la perspectiva de la elección racional: el crimen tiene un propósito, y el proceso de toma de decisiones del ofensor es específica para cada tipo de crimen (Leclerc, 2017). En esta misma línea, Cornish (1994a) expone que el concepto de guion ofrece una herramienta analítica útil para para buscar rutinas de comportamiento para acciones racionales y orientadas a un propósito.

Para evidenciar la relación que existe entre los conceptos guion delictivo y mapa mental, se puede mencionar que este segundo es una representación mental temporal, en la que frente un dilema de decisión, los individuos exploran y evalúan cursos de acción alternativos, teniendo en cuenta contextos personales, medios y objetivos (Hannes et al., 2010). Además, Hannes et al. (2009) encontraron en su estudio que los guiones de actividad, destinos y modos de transporte están íntimamente vinculados a la actividad del día a día, de forma que muchas acciones rutinarias no vienen precedidas por mucha deliberación, estando incluso ciertas distancias y destinos automáticamente asociados con ciertos modos de transporte disponibles. Es decir, los mapas mentales son producto de una construcción cognitiva que tiene como fin último ayudar en el procesamiento de la información, siendo de especial utilidad para la toma de decisión en unas determinadas circunstancias. En un contexto particular, se puede seguir cierto guion, ya sea más automático o más reflexivo, y los mapas mentales probablemente condicionarán el curso de acción de la persona.

Dentro de los guiones delictivos, un concepto que destaca y que se encuentra relacionado con los mapas mentales es el de esquemas. Estos se refieren a estructuras cognitivas que contienen asunciones y expectativas sobre el mundo social, basadas en la experiencia y el comportamiento pasado, con el fin de ayudar a la gente a desenvolverse en el curso de su vida social (Leclerc, 2017). De los distintos tipos de esquemas, en relación con los mapas mentales y los hechos delictivos concretos, el más destacado sería el esquema de evento, el cual consiste en una estructura de conocimiento que organiza la secuencia de acción a adoptar en un contexto particular (Leclerc, 2017). En concordancia, Cornish (1994a), señala que los esquemas ayudan a guiar el entendimiento del comportamiento propio y de los demás, y que los guiones son un tipo concreto de esquema, refiriéndose a los esquemas de eventos.

Leclerc (2017) indica que el análisis de guiones delictivos tiene dos objetivos principales: ofrecer una plantilla para identificar el proceso paso a paso que guía a la comisión del crimen; y ofrecer nuevas alternativas para la prevención situacional del crimen. El primero de estos, puede ayudar a mejorar como piensan los victimarios, y las razones fundamentales de sus acciones. Aquí, el contenido de los guiones delictivos y mapas mentales se entremezclarán para una comprensión más holística de la motivación y curso de acción de un agresor.

Leclerc (2013) desarrolla que puede ser de utilidad no limitarse a estudiar los guiones de los ofensores. Por un lado, explica que estudiar el guion de la víctima puede servir para evitar su victimización, o para, llegado el caso, facilitar el escape de una situación en la que pueda ser victimizada. Por otro lado, la profundización en los guiones de potenciales guardianes puede ayudar a estos en el control y prevención del crimen, estando presente la posibilidad de identificar todas las posibles fases en que puede conseguir una exitosa intervención durante el transcurso del evento delictivo.

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