Incivismo

El civismo es una expresión del sentimiento de pertenencia a una comunidad y, por tanto, de interés y respeto por el bien común. Puede traducirse como el conjunto de pautas básicas de comportamiento social que debe observar todo ciudadano, por convicción o por penalización, si no se cumplen.

Funciona socialmente como un estilo de conformidad, la ruptura del cual hace aparecer el incivismo como forma específica de anormalidad. El incivismo aporta a nivel cotidiano una serie de parámetros para valorar si un determinado comportamiento en el espacio público es adecuado o inadecuado, correcto o incorrecto, aceptable o reprobable.

La calidad de vida de una comunidad no va asociada únicamente al hecho de disponer de más equipamientos o servicios; el estado de los espacios públicos, la convivencia y el respeto a los demás son factores tanto o más importantes que garantizan una buena calidad de vida de las personas.

Muestra del botellón en el gran paseo del Parque Orson Welles. Ginés Quiñonero Solano, en el blog “La Voz de Son Gotleu”.

Vivimos en una sociedad heterogénea y compleja donde resulta prácticamente imposible conseguir que todos actuemos de igual manera. Pero, por otra parte, es necesario que todo el mundo respete unos mínimos de comportamiento con los demás y con el entorno; unas pautas muy básicas que nos permitan convivir juntos y bien: esto es la esencia del civismo.

Las personas y las relaciones humanas no siempre son de ideales. La ciudad es el marco de interrelación social por excelencia donde se expresa el pluralismo de las sociedades y donde conviven también diferentes modelos culturales, diferentes valores y normas, y diferentes maneras de relacionarnos. La ciudad es, pues, un lugar de encuentro y de intercambio que, lejos de constituir sólo un espacio de coexistencia, es también un territorio donde las personas y los grupos ven la necesidad de relacionarse.

En este marco, el conflicto es un fenómeno que forma parte intrínseca de estas interacciones. La sociedad es diversa por definición y está formada por individuos con diferentes intereses y maneras de actuar. Así, es normal que, en ocasiones, los comportamientos de personas o colectivos no coincidan y se produzcan desencuentros o divergencias puntuales que deben gestionar positivamente.

Es necesario que las personas se respeten unas a otras y hay que respetar las cosas comunes, para que todos las puedan disfrutar cuando las necesiten. El civismo es, por encima de todo, la cultura de la convivencia pacífica y solidaria, del compromiso con la ciudad y sus habitantes.

No existe una definición universal de civismo, aunque la mayoría comparte una misma filosofía básica.

El diccionario de la Real Academia Española de la lengua define el civismo como el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública. Para Camps (2008), partiendo de la etimología del concepto –civismo deriva del latín civis, que significa ciudadano-,

El civismo constituye el conjunto de cualidades que permiten a los ciudadanos vivir en la ciudad, es decir, vivir en comunidad, respetando unas normas de convivencia pacífica, aceptando las reglas del juego de la democracia y los derechos fundamentales o los valores constitucionales.

En todo caso, para elegir un punto de partida, podemos emplear como definición de civismo la efectuada por los Estados Generales del Civismo, celebrados en la Sorbona de París en el año 1986:

El civismo es un valor civilizador moderno que se vive en el día a día de los pueblos; es la marca de una pertenencia a una misma comunidad, al servicio de una misma nación o de los mismos ideales.

En la misma, conviene destacar la idea de pertenencia a la comunidad. Al fin y al cabo  –como ya se ha expuesto- el mote deriva etimológicamente del latín civis, que se aplicaba a aquella persona que tenía derecho a la ciudadanía romana. Asimismo, el concepto va más allá de la mera adscripción administrativa a una comunidad ya que implica el citado sentimiento de pertenencia con los deberes que se derivan.

En este sentido, debe distinguirse el civismo de:

  • Ciudadanía, que es una condición administrativa, con independencia de si la persona actúa con responsabilidad hacia la sociedad.
  • Civilidad (sociabilidad, urbanidad), que es el respeto entre las personas en sus relaciones privadas.

La principal diferencia se da respecto a la idea de ciudadanía, principalmente porque el civismo significa aceptar –además de los derechos que aquélla otorga- los deberes que exige una relación de respeto con la comunidad.

El civismo, pues, puede concebirse como la manifestación de un compromiso con el bien común. En esta definición podemos observar dos conceptos abiertos:

  • Manifestación de compromiso. No es otra cosa que el comportamiento que una persona tiene en sus relaciones con la comunidad. Ahora bien, el comportamiento es una expresión externa y no un sentimiento, no es una actitud. Un comportamiento respetuoso puede alcanzarse mediante la coerción, sin que la actitud de la persona se aquélla; es decir, que no actuaría de tal manera si no existiese la coerción.

La verdadera manifestación de compromiso se produce cuando nace del sentimiento y de la convicción de que las exigencias del civismo son un valor positivo que honra a quien las sigue, y aumenta los niveles de convivencia, solidaridad y calidad de vida en la comunidad.

  • Bien común. Reúne un conjunto de elementos de diferente categoría:
    • El medio físico compartido en que las personas desarrollan su vida y el espacio físico en el que establecen sus relaciones.
    • Las condiciones sociales que configuran la trama cohesionadora de la sociedad (seguridad, salud, educación, trabajo, etc.).
    • Las libertades básicas.

Es evidente que un compromiso con este conjunto de elementos va bastante más allá de la idea de buena educación o urbanidad. De esta manera, Cifuentes (2008) establece que la construcción del civismo es la construcción del concepto de ciudadano o ciudadana consciente de sus derechos y sus deberes, libre, crítico, responsable, participativo y solidario.

Las bases del civismo se configuran entorno al respeto y la amabilidad en las relaciones con los demás, el entorno y el espacio urbano, y las instituciones públicas (como representantes de la colectividad).

En los estados democráticos, el cumplimiento de la normativa legal se muestra como una condición inexcusable del civismo. En cualquier caso, en el mundo occidental el civismo supera al simple acatamiento de las normas y comprende un conjunto de deberes sociales que no son obligados. Parte de estos deberes son acuerdos, que pueden modificarse a lo largo del tiempo pero que conforman un elemento de cohesión social en una etapa temporal dada.

Por eso, el civismo se correlaciona con la visión que los ciudadanos tienen de su ciudad. Si esta es unificadora, el nivel de civismo será superior. Si, en cambio, hay procesos de disgregación social, el civismo será escaso. En este sentido, el civismo puede considerarse una especie de termómetro del nivel de cohesión social y de sentimiento de pertenencia; y –al mismo tiempo- también puede ser una herramienta para fomentarlos.

La principal amenaza al civismo es el individualismo asociado al progreso material. Cuando se exacerba este valor se pierden de vista tanto el interés por la colectividad como la preocupación por el futuro –características esenciales de un espíritu cívico-, y primando el beneficio inmediato.

A pesar de la concepción de civismo como un espíritu de la gente, es necesario que –a la hora de fomentarlo- las administraciones necesiten concretar su contenido. Por este motivo, el civismo puede traducirse en un conjunto de pautas básicas de comportamiento social que deben observar el conjunto de los ciudadanos. Como se ha expuesto anteriormente, dichas pautas pueden respetarse como consecuencia del miedo al castigo por incumplirlas, o por convicción. Aunque, por parte de las administraciones, el propósito debe estar motivado por la segunda opción –logro de buenas actitudes-, no puede desestimarse la primera –exigencia de buenos comportamientos-.

A la hora de fijar unas pautas mínimas puede surgir la crítica de que no se puede imponer nada que vulnere la diversidad. Es cierto que la diversidad   –y cualquier forma de pluralidad- es un bien esencial de cualquier comunidad, pero igualmente cierto es que la diversidad únicamente es viable en el seno de una comunidad si existen unos principios básicos comunes, que acepta todo el mundo. Sin dichos principios básicos comunes no existe una comunidad real, sino más bien una agregación de pequeñas comunidades que viven juntas, pero no comparten unos vínculos verdaderos. El civismo también debe ayudar a superar esa fragmentación social.

La formulación del civismo debe realizarse a diferentes niveles:

  • Aquel que manifiestan las personas con su comportamiento en las relaciones cuotidianas habituales.
  • Aquel que manifiestan las personas cuando quedan diluidas en un colectivo más amplio, como público de un evento cultural o deportivo, como participantes en una manifestación o concentración, etc.
  • Aquel que manifiestan las entidades de la sociedad civil, que pueden considerarse como vehículos de expresión del civismo.

Los elementos claves para una sociedad con espíritu cívico son:

  • La familia, que transmite los valores del civismo con su estilo de vida.
  • La escuela, que enseña a interactuar con otras personas.
  • Los medios de comunicación, que exaltan o estigmatizan determinados comportamientos sociales.
  • Las asociaciones y las entidades sociales, que ofrecen medios para que la gente aprenda a convivir, a cooperar y a aprender el sentido del bien común.

Un civismo que pretende sostenerse más en las actitudes que en los comportamientos debe centrarse necesariamente en un conjunto de valores ampliamente compartidos.

Compartidos socialmente porque la gran mayoría de los ciudadanos se sienten identificados y consideran que forman parte de la ciudad ideal que desearían tener; y compartidos políticamente porque las instituciones locales, además de nutrirse, trabajan para consolidarlos.

El catálogo de posibles valores es extenso pero la mayoría están entrelazados. Deben escogerse aquellos que –además de ser los más adecuados para cada momento- sean sobre los que la acción pública ponga el acento. Deben ser valores perdurables, pero que estén en sintonía con las características más relevantes de cada etapa.

En el momento actual, podemos destacar las siguientes circunstancias:

  • Crisis económica. Las enormes incertidumbres que genera puede causar un retraimiento de la gente, con un elevado nivel de recelo y desconfianza hacia los demás.
  • Decepción con el mundo político, provocada simultáneamente por la sensación de que los intereses políticos se alejan de los intereses de la gente y, especialmente, por la constatación de la dificultad que tienen las instituciones públicas para dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía, en un marco plagado de políticas de austeridad que implican sacrificios sociales inequitativos.

Al margen de las acciones políticas necesarias para corregir e invertir estos elementos perjudiciales para la sociedad, la respuesta debe sostenerse en unos valores sólidos y compartidos; la interiorización de los cuales contribuya a la convivencia y la autoestima local. Dichos valores pueden ser los siguientes:

  • Consiste en la asunción –por parte de ciudadanos, empresas y entidades sociales- de que el buen funcionamiento de la ciudad no es responsabilidad exclusiva de las administraciones públicas, sino que todo el mundo tiene su rol. La corresponsabilidad se manifiesta en aspectos como el mantenimiento del mobiliario urbano, la limpieza de las calles, la circulación y aparcamiento de vehículos, el pago de los impuestos, etc.
  • Es la renuncia a imponer los criterios propios al resto de conciudadanos y, por tanto, la aceptación de que pueden existir diferentes visiones igualmente legítimas. La tolerancia se manifiesta en aspectos como las prácticas religiosas, las celebraciones culturales, las formas de vestir, las orientaciones sexuales, etc.
  • Es un componente del sentimiento de pertenencia a una comunidad, debido a que expresa la convicción de que –además de recibir los beneficios de la inclusión social- se está dispuesto a contribuir para que los demás también los reciban. Se constituye como un elemento básico y necesario para la cohesión social. La solidaridad se manifiesta en aspectos como la respuesta a las campañas de apoyo a personas damnificadas, la participación en proyectos de interés colectivo, la colaboración con la policía en la lucha contra la delincuencia, etc.
  • El buen funcionamiento de la comunidad requiere una implicación general, especialmente en determinados aspectos. Dicha implicación no puede ser contractual, a la espera de una remuneración económica, más bien al contrario, ya que en multitud de ocasiones resulta imprescindible la generosidad de la actividad voluntaria así como la aportación económica de terceros (solidaridad). La voluntariedad –muy vinculada a la solidaridad- se manifiesta en aspectos como la atención a personas mayores o discapacitadas, la implicación en entidades y asociaciones cívicas, la colaboración en la organización de actos culturales y/o deportivos, etc.

Son diversas las perspectivas, por parte de los diferentes autores, de entender civismo.

Bilbeny (2007) forma parte de los partidarios de la tesis que defiende la ciudadanía cosmopolita basada en la concepción igualitaria de todos los ciudadanos del mundo, en un estatus de igualdad de derechos y libertades para todos, insistiendo en un orden económico y social justo en el ámbito internacional. Los cambios producidos con motivo de la globalización, la pluralidad moral y religiosa, y las desigualdades, han ocasionado que el civismo democrático haya experimentado un nuevo giro que determina la noción de civismo en la actualidad hacia la idea de cosmopolitismo. Esta tesis subraya la importancia de los deberes cívicos porque considera que los derechos ya están garantizados mediante las leyes de los Estados democráticos; los deberes cívicos son imprescindibles para mejorar la democracia, sometiéndola a examen constantemente. Es necesaria, por tanto, una sociedad civil comprometida y solidaria.

Por su parte, López (2009) coincide con otros autores en que el incivismo puede deberse a factores como la juventud de nuestra democracia, el individualismo y las carencias educativas. Reduce a dos las formas que el individuo dispone de obedecer las normas. La primera es su interiorización por parte de los ciudadanos, haciéndolas suyas y llevándolas a la práctica; y la segunda es cuando se aplican medidas coercitivas que obligan a cumplirlas. Destaca que el hecho de tener una democracia relativamente joven que proviene de un régimen dictatorial puede haber influido en el hecho de cumplir normas que no se consideran legítimas. Los factores psicológicos que pueden llevar a la no interiorización de las normas pueden venir generados por diversas razones como la no aceptación de la autoridad del Estado y la rebelión contra sus normas de diversas formas –algo habitual entre los jóvenes- o por factores coyunturales como el anonimato proporcionado por el fenómeno grupal, y dejarse llevar por los mismos, o los efectos del consumo de alcohol y/u otras sustancias.

López  (2009), cita a Camps, V. y Cifuentes, L. como autores que identifican el civismo como una de las problemáticas de las democracias actuales. Ambos coinciden en el paso del autoritarismo a un perjudicial “dejar hacer” en las escuelas. Comparten que hay una excesiva relajación por parte del conjunto de la sociedad, incluidas las instituciones, y que algunas de las soluciones pasan por la coacción.

El mismo autor comenta en su artículo que, hace aproximadamente una década, comenzaron a surgir teorías que ligan el desarrollo de los países con el grado de confianza que hay entre sus ciudadanos. No se sabe bien qué fue primero, si el progreso o la cooperación entre vecinos, lo cierto es que –según estas teorías- las sociedades aventajadas económicamente suelen ser también las más cívicas. Los estudios de estas teorías que relacionan de alguna manera el civismo con el desarrollo, estudian factores como el nivel de confianza que hay entre los vecinos de una ciudad, el nivel de las demandas judiciales que se interponen unos a otros, la capacidad asociativa o las prácticas de comportamientos ciudadanos que contribuyen al beneficio colectivo, desde los más elementales –como cuidar instalaciones de uso público-, hasta pagar los impuestos imprescindibles para la correcta marcha de la sociedad y la prestación de los servicios públicos.

Cifuentes (2009) hace referencia a la Teoría de las ventanas rotas de Kelling y Wilson, para considerar el entorno degradado como un factor del incivismo. Los entornos degradados muestran signos de la falta de persecución de los actos vandálicos en esos espacios públicos, y –por tanto- fomentan el incivismo y la degradación del espacio público creando entornos que pueden llegar a favorecer la comisión de pequeños delitos.

Para Cifuentes, la sociedad tiene una serie de rasgos o características que condicionan de forma evidente todas sus estructuras –jurídicas, políticas, etc.- y todos los sistemas  de pensamiento –religioso, filosófico, científico- que se producen en su seno. En pleno siglo XXI, ya no se puede seguir hablando de derechos y libertades individuales sin tener en cuenta el contexto en el que éstos se desarrollan. Por este motivo, tampoco se puede hablar de civismo sin conocer el contexto social, político y económico en el que viven las personas, así como los intereses en juego en todo el sistema social y económico en el que vivimos.

El civismo designa un modo de comportamiento basado en actitudes de respeto y tolerancia activa hacia el ejercicio de los derechos y libertades de todos, con independencia de costumbres, moral o religión. El civismo tiene sentido en el marco del cumplimiento de las leyes en un Estado democrático y de derecho.

Camps y Giner (2005) describen un civismo que nace del compromiso ciudadano de buscar una convivencia pacífica que respete las libertades de los ciudadanos. La condición de ciudadano demócrata es la mínima exigida, junto a la exigencia de voluntad y esfuerzo para ser cívicos.

Para estos autores, el civismo nace del compromiso individual y colectivo para comportarse cívicamente, en relación a unas normas morales de convivencia que posibiliten la misma.

Por su parte, Curbet (2008) define el incivismo como un conjunto de actos y conductas incriminables que lo que hacen es acentuar la sensibilidad del ciudadano hacia la delincuencia. Por tanto, según este autor, el incivismo ayudaría a generar sensación de inseguridad, al producir unos efectos perceptibles de forma evidente al ciudadano que transgredirían el compromiso cívico defendido por Camps y Giner.

En la línea del incivismo como variable generadora de inseguridad, para Sabaté (2005), el análisis del riesgo percibido en los barrios y ciudades se basa en dos elementos: El espacio –su morfología urbana, la estructura física, el mobiliario urbano, la disponibilidad de equipamientos, la accesibilidad, la segregación espacial, la ubicación central o periférica, etc.- y la población –el tipo de personas que lo habitan, la afluencia de personas de otros territorios, las relaciones sociales que se establecen, etc-.

Ambos elementos convergen, finalmente, en una sola variable, el uso social del territorio, dado que la limitación del espacio público como los diferentes usos que del mismo realizan los ciudadanos resultan factores clave, tanto en la conflictividad urbana como en la generación de percepción de inseguridad.

Por tanto, uno de los principales factores determinantes del riesgo percibido en un territorio es su uso social, de manera que los espacios que se perciben como más seguros son aquellos que facilitan su apropiación colectiva, los que resultan próximos y amigables, los que favorecen las relaciones comunitarias, los que se asocian a usos y actividades tranquilas; mientras que –por el contrario- los lugares que se perciben como inseguros son los más lejanos, grandes y desconocidos, los periféricos, aunque también aquellos lugares de centralidad degradados y los que se asocian con personas desconocidas y usos o actividades estimadas como peligrosas.

Existe el peligro de confundir la seguridad con la convivencia, o el incivismo con la inseguridad. La seguridad o la inseguridad son un elemento, una manifestación de la sociedad, y el civismo y el incivismo son manifestaciones que, a veces, no tienen que ir de la mano de aquéllas. Es decir, que el incivismo no siempre se manifiesta como delincuencia, ya que normalmente surge como actos de “nula o baja intensidad violenta” que molestan a la convivencia a través de manifestaciones de falta de respeto por los demás y por el bien común.

Desde el punto de vista de la seguridad, cuando hablamos de la seguridad pública –inconscientemente-  solemos vincularla con el mundo penal, el mundo de la policía, el mundo de la intervención legítima del Estado –que es quien tiene la tutela y la obligación de garantizar estos bienes protegidos a la ciudadanía-.

Desde el punto de vista del civismo y del incivismo, la reflexión debe ser otra porque si partimos del punto de vista que la seguridad es lo mismo que el civismo, o que la inseguridad es el equivalente del incivismo, podríamos llegar a unas conclusiones equivocadas.

En multitud de ocasiones, el incivismo es el origen de muchos de los conflictos y/o problemas, y la dificultad para dar una respuesta rápida acaba haciendo que dichas situaciones acaben siendo reguladas en el Código Penal, pasando a ser la primera opción  de respuesta cuando –en virtud del principio de intervención mínima del Derecho Penal- debería utilizarse como último recurso, estando reservado a aquellas situaciones consideradas como más graves o nocivas.

Son muchas las situaciones en las que la policía está asumiendo unas atribuciones que no son de su competencia y que, quizá, deberían ser abordadas desde una perspectiva multidisciplinar. La policía debe ser un actor básico de las actuaciones relacionadas con la convivencia, pero no el principal. Su actuación debe ser prioritaria en aquellos supuestos en que las personas no quieran reconducir sus conductas incívicas o cuando las conductas adquieran la dimensión de infracción penal.

Equiparar incivismo a inseguridad puede comportar la limitación de las posibles vías de respuesta al recurso de la policía y de mecanismos punitivos y de coerción.

La delincuencia tiene una dimensión objetiva propiciada por los delitos cometidos en una sociedad determinada (delincuencia oficial y cifra negra), y también una dimensión subjetiva configurada por la percepción y representación social de la delincuencia y de la violencia, que suele ser producto de interpretaciones y significaciones, más que de vivencias reales de las personas.

De ahí que el miedo a sufrir un delito o una agresión sea mucho mayor que la probabilidad de sufrirlo realmente. Así se produce la llamada «paradoja del miedo», que supone la discrepancia entre los supuestos riesgos objetivos de ser víctima de un delito y las percepciones subjetivas de serlo.

El temor al delito, en principio, tiene su origen en una situación de victimización directa de una persona o grupo de personas, pero se extiende y propaga a través del entramado social generando un proceso de victimización indirecta a otras personas que, como consecuencia de la sensación de inseguridad (impacto psicológico), modifican hábitos, conductas y actitudes personales.

En este proceso juegan un papel importante los medios de comunicación, en especial la televisión, no solo por su potencial de difusión sino también por la efectiva capacidad de transmitir dolor; es decir, actuar sobre las sensaciones y los sentimientos.

El delito real afecta a la vida y a las condiciones de coexistencia de muchas personas, pero el engrandecimiento de la inseguridad a través del miedo al delito también supone una rebaja de la calidad de vida de muchas más personas, distorsionando las respuestas al problema y acentuando los criterios simbólicos y retributivos.

La falta de seguridad ciudadana ha pasado a ser, en los últimos tiempos, uno de los temas centrales de preocupación de los ciudadanos y, por lo tanto, una de las cuestiones a resolver por los responsables políticos.

En este sentido, Curbet (2009) cita a Trías (2005) al exponer que la obsesión por la seguridad termina generando, paradójicamente, justo lo contrario de lo que pretende: máxima inseguridad; y señala que nuestra intolerancia a admitir la más mínima inseguridad no asumida voluntariamente acaba constituyéndose en una auténtica, y quizás la principal, fuente autoabastecida del temor y la ansiedad que tan insidiosamente nos afligen.

Cuando hablamos de civismo y de incivismo, normalmente solemos asociar directamente esta preocupación social a hechos de una naturaleza muy importante, cuando, en realidad, las pequeñas cosas, los pequeños hechos que pueden suceder cada día son los que, a la larga, provocan una situación de sensación de inseguridad o de sensación de que no hay conductas cívicas.Estos pequeños elementos no son ni los grandes delitos ni las grandes estafas bancarias, ya que esto preocupa muy poca gente. A la gente de la calle, a la ciudadanía, le preocupan las pequeñas cosas que, sumadas una tras otra, pueden provocar, en un momento determinado, en un mismo espacio y en un tiempo concreto, un sentimiento que, en ocasiones, no obedece a la realidad de lo que está sucediendo.La sociedad actual experimenta un preocupante aumento del número de incidentes y de pequeños conflictos en el ámbito de la calle. Muchos de estos conflictos están provocando un cierto malestar y pueden llegar a crear alarma social. A veces, los ayuntamientos deben adelantarse a los hechos y dar las soluciones antes de que aparezcan los problemas. Es responsabilidad de los gobiernos estatales, autonómicos y municipales dar soluciones a estos conflictos.Pero no es responsabilidad exclusiva de las administraciones, ya que la ciudadanía también tiene la obligación de hacer algo. La actitud cívica de la ciudadanía, su obligación, sus deberes de participación y de compromiso ante la sociedad son elementos fundamentales cuando hablamos de la seguridad, del civismo en nuestras ciudades y municipios. La Administración tiene la obligación de liderar el proceso de resolución de los conflictos, pero los ciudadanos, a su vez, tienen la obligación de participar activamente en este proceso.

La necesidad de regular las normas de convivencia y civismo radica en evitar la idea de la anomia. Aunque parezca absurdo, debido al conglomerado de normativa existente en la actualidad, los cambios operados por la sociedad actual en pluralidad y diversidad ha derivado al paso de un cuerpo de valores único –típico de las sociedades más homogéneas- a una distensión de los mismos –propio de una sociedad plural y diversa-, donde los patrones de conducta no son unívocos.

Las ordenanzas de civismo se han convertido en una herramienta fundamental para abordar las conductas incívicas. El civismo se puede enmarcar en diferentes esferas: la educativa, la coercitiva, la de la Administración, etc., y las ordenanzas cívicas pueden agrupar bastantes de estos factores en un mismo texto.

Las ordenanzas cívicas se constituyen como un instrumento respetuoso con el marco constitucional y legal aplicable, afrontando directamente el problema de los conflictos en la convivencia ciudadana. Si bien es cierto que, para su fin, utilizan medidas sancionadoras, también recogen medidas de carácter marcadamente social, con la finalidad de preservación del espacio público como espacio de convivencia.

Tres motivaciones principales impulsan la aprobación de este tipo de ordenanzas. La primera es el cambio de contexto general de los municipios y ciudades, y la incidencia en los diferentes usos del espacio público. En los últimos años, la mayoría de los municipios han sufrido un deterioro progresivo de la convivencia y una degradación de los espacios públicos, motivados por el panorama económico, social y cultural que vivimos en la actualidad. En este contexto, las ordenanzas de civismo son un instrumento –aunque no el único- para afrontar esta situación de degradación del espacio público y fomentar la cultura del respeto y la tolerancia.

La segunda razón –dentro del marco de cambio de contexto general- es la necesidad de actualizar las ordenanzas existentes en esta materia o unificar en un único texto todas aquellas conductas que, relacionadas con la convivencia, recogen otras ordenanzas municipales.

La tercera razón es de carácter jurídico, debido al cambio de contexto normativo mediante la reforma de la Ley de bases de régimen  local, operada por la ley 57/2003, de medidas para la modernización del gobierno local, que incluye un nuevo título que habilita a los ayuntamientos a establecer el régimen de infracciones y sanciones para poder ordenar las relaciones de convivencia de interés local en los espacios públicos.

Pero la convivencia y el civismo no son un campo exclusivo de las administraciones, pues los ciudadanos también tenemos nuestra responsabilidad, somos responsables de cuidar los espacios y participar en la toma de decisiones. No se trata de limpiar más ni de solicitar más recursos para los servicios de limpieza, sino de ensuciar menos. La escalada de incremento de servicio público puede llegar hasta el infinito, porque siempre habrá demandas vecinales, pero el objetivo es que la ciudadanía sea corresponsable y que se implique en la gestión de aquello que es público. La participación ciudadana –mediante entidades y/o asociaciones- es un aspecto clave, pues sin la complicidad de la gente no se puede pretender un cambio.

 

Turismo de masas asociado al ocio, gestión del espacio público, convivencia, percepción subjetiva de seguridad, conflicto.

Bilbeny, N. (2007). La Identidad Cosmopolita: los límites del patriotismo en la era global. Barcelona: Kairos.

Camps, V., Giner, S. (2005). Manual de Civisme. Barcelona: Columna. Col·lecció idees.

Camps, V. (2008) Manual de Civismo (6º Ed.). Barcelona: Ariel.

Cifuentes, L. M. (2009). El Civismo: Una Construcción Ético-Política. Revista Avances en supervisión educativa. Número Abril de 2009.

Recuperado de                          http://www.adide.org/revista/index.php?option=com_content&task=view&id=426&Itemid=65

Curbet, J. (2008). Seguretat Urbana. Barcelona: UOC.

Curbet, J. (2009). El rey desnudo: La gobernabilidad de la seguridad ciudadana. Barcelona: UOC.

Linde, P. (2009). En casa soy formal, en la calle destrozo vacas. Periódico El País. Recuperado de http://elpais.com/diario/2009/01/22/sociedad/1232578801_850215.html

Sabaté, J. (2005). L’enquesta de victimizació de Barcelona i de l’AMB, vint-i-dos anys: una proposta d’anàlisi de la seguretat urbana des de l’administració local. Barcelona: Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona.

Trías, E. (2005). La política y su sombra. Barcelona: Anagrama.

 

 

 

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