Tanto para el enfoque de las actividades rutinarias como para la perspectiva de la elección racional, la oportunidad juega un papel relevante en la producción del delito. Uno de los primeros antecedentes del paradigma de la oportunidad, aunque restringido al papel de la víctima, fue enunciado por Garofalo en 1914, señalando que el estilo de vida de un individuo es un factor crítico que determina los riesgos de que sea víctima de un acto delictivo; posteriormente en 1978 Hindelang continuo sobre la línea de esta idea y enunció la teoría de los estilos de vida (6) (Rodríguez, 2012).
Las llamadas Teorías de la Oportunidad fueron desarrolladas por Felson y Clarke y tienen como base la idea de que el comportamiento individual es producto de la interacción entre la persona y el entorno físico. La mayoría de las teorías criminológicas sólo habían prestado atención al primer punto, considerando que existen grados en la inclinación de un individuo a cometer delitos, lo que dio lugar a una imagen incompleta de las causas de éste; sin embargo las teorías de estos autores se centran también en las características de los escenarios, que contribuyen a unificar las inclinaciones punibles del individuo con acciones delictivas propiciadas por escenarios que proporcionan muchas más oportunidades y tentaciones delictivas que otros (Felson y Clarke, 1998).
Su premisa principal es que para que el comportamiento delictivo se produzca, han de concurrir tres elementos: un delincuente predispuesto, una víctima propicia y una ausencia de control.
Felson y Clarke (1998) enumeraron en sus teorías los diez principios de la oportunidad del delito:
- Las oportunidades desempeñan un papel en la causación de todo delito.
- Los delitos de oportunidad (oportunistas) son altamente específicos.
- Los delitos de oportunidad se concentran en tiempo y espacio.
- Los delitos de oportunidad dependen de los movimientos diarios de cada actividad – los delincuentes y los objetivos se acentúan de acuerdo con sus actividades rutinarias (trabajo, escuela, diversión, etc.).
- Un delito crea oportunidades para otros.
- Algunos productos ofrecen más tentación y oportunidad para el delito. Las características que influyen en que un objetivo sea más atractivo son su valor, la inercia, la visibilidad y el acceso (conocidas con el acrónimo VIVA, como se verá más adelante)
- Los cambios sociales y tecnológicos producen nuevas oportunidades para los delitos. Un nuevo producto pasa por cuatro fases: innovación, crecimiento, venta masiva y saturación, siendo las dos fases intermedias las que más robos producen.
- Los delitos pueden ser prevenidos mediante la reducción de oportunidades.
- La reducción de oportunidades normalmente no produce un desplazamiento del delito.
- Una reducción de oportunidades focalizada puede producir un descenso de delitos más amplio.
Las oportunidades delictivas son sumamente específicas de cada grupo de delitos y de delincuentes, al igual que los delitos que, al ser distintos entre sí, determinan en gran medida la disminución de oportunidades delictivas, de manera que eliminar una oportunidad de un delito puede no tener efecto sobre otro (Felson y Clarke, 1998).
Dentro de estas teorías se distinguen tres enfoques o perspectivas, cada una de ellas considera que la oportunidad para delinquir es un generador de delitos y presta suma atención a lo que hacen realmente los delincuentes durante un delito. Las tres teorías de la oportunidad delictiva pueden ordenarse según el ámbito al que otorgan mayor atención, partiendo de la sociedad en sentido amplio (actividades rutinarias) hasta llegar al área local (teoría del patrón delictivo) y el individuo (elección racional). (Felson y Clarke, 1998)
El enfoque de las Actividades Rutinarias
Esta teoría, que fue enunciada inicialmente por Lawrence E. Cohen y Marcus Felson (1979) y desarrollada posteriormente por el segundo, es una de las construcciones teóricas más citadas e influyentes en el ámbito de la criminología en general y las ciencias del crimen en particular.
Esta perspectiva tiene su base en la teoría de la Ecología Humana desarrollada por A. Hawley en 1950 y estudia el delito como evento, poniendo de manifiesto su relación con el espacio y el tiempo y destacando su naturaleza ecológica con las implicaciones que de ello se derivan. (Vozmediano y San Juan, 2010).
Tal y como explica el propio Felson (2008), el enfoque ofrece explicaciones a nivel macro y micro sobre la configuración de las tasas del delito. A nivel micro, la teoría comenzó como un intento de explicación de los delitos depredatorios partiendo de la base de que, para que tales crímenes acontezcan, debe existir una convergencia en el tiempo y en el espacio de tres elementos básicos: un posible delincuente, un objetivo apropiado y la ausencia de un guardián capaz que evite el delito. Este enfoque dio por supuesto al posible delincuente y centró su atención en los otros elementos. En cuanto al objetivo apropiado, considera que cualquier persona u objeto pueden ser objetivos de un delito, cuya posición en el espacio y el tiempo los ponen en mayor o menor riesgo de un ataque delictivo. El guardián no era normalmente un agente de policía o un guarda de seguridad, pero sí al menos alguien o algo cuya presencia o proximidad disuadiría de la comisión de un delito. De modo complementario, a nivel macro, la organización social y las rutinas de la vida diaria harán que la convergencia entre infractores y objetivos sea mucho más probable en lugares y momentos concretos. (Felson, 2008)
Felson (2008) utiliza el acrónimo VIVA para referirse a los cuatro elementos principales que influyen sobre el riesgo de ser victimizado por parte del posible infractor:
– Valor: los delincuentes estarían interesados en objetivos a los que atribuyen valor, por el motivo que sea.
– Inercia referido al peso del artículo y, por lo tanto, a la facilidad o no para transportarlo.
– Visibilidad: referido a la exposición de los objetos a los delincuentes.
– Acceso: diseño de las calles, ubicación de los bienes cerca de la puerta u otros rasgos de la vida cotidiana que facilitan a los delincuentes hacerse con los objetivos.
Como ya se ha señalado, para que tenga lugar el delito, un posible delincuente debe encontrar un objetivo apropiado en ausencia de un vigilante adecuado. Esto significa que el número de delitos puede incrementarse sin que haya más delincuentes, siempre que existan más objetivos o puedan hacerse con los objetivos en ausencia de vigilantes. Ello significa también que la vida de la comunidad puede cambiar y generar más oportunidades delictivas sin que haya habido incremento alguno de la motivación criminal. (Felson y Clarke, 1998).
Como toda teoría, no está exenta de críticas, en este caso las dos principales que ha recibido se basan por un lado, en su aparente falta de interés, al menos en sus planteamientos iniciales, por las motivaciones del infractor, debido a que consideran el delito como un aspecto más de las rutinas y los estilos de vida actuales y no como una patología individual o social; y por el otro las relacionadas con su aplicación práctica para el control y prevención de la delincuencia, ya que es en la intervención donde pueden surgir de modo más acuciante cuestiones éticas que habrán de valorarse. (Vozmediano y San Juan, 2010).
Teoría del Patrón Delictivo
Esta teoría fue propuesta por Paul y Patricia Brantingham, quienes partieron de la base de que los delitos no ocurren al azar ni uniformemente en el espacio, tiempo y sociedades, sino que existen puntos conflictivos en los que se producen muchos más delitos que en otros lugares, existiendo por tanto, tendencias o patrones. La teoría se desarrolló para explicar como se configuran dichos patrones delictivos en el espacio urbano (Brantingham y Brantingham, 1991, citado por Vozmediano y San Juan, 2010)
Comprendieron el evento delictivo como un fenómeno complejo que incluye al menos cuatro dimensiones: ley, infractor, víctima/objetivo en un contexto espacio-temporal común, que no se da aleatoriamente en el espacio, el tiempo o la sociedad por lo que es susceptible ser descrito mediante patrones. La mayoría de las personas que coexisten en los espacios urbanos, incluso los peores delincuentes, dedican la mayor parte del día a actividades que no están relacionadas directamente con el delito. En su rutina diaria se desenvuelven como cualquier otro individuo coincidiendo en lugar y tiempo con el resto de la población. Esto les llevo a deducir que existen elementos comunes en los elementos que dan forma a las dinámicas de las actividades legales y delictivas de las sociedades y les llevó a preguntarse cuáles eran los mecanismos que llevaban a los delincuentes a desplazarse del modo en que lo hacían en el entorno urbano, cómo elegían a sus víctimas u objetivos y como influía en sus patrones delictivos sus percepciones subjetivas (Vozmediano y San Juan, 2010)
Ya en el año 1978, los Brantingham propusieron un modelo para explicar el modo en que los infractores seleccionan el lugar para cometer el delito. Su teoría gira en torno al ambiente como elemento fundamental, profundizando en conceptos como los diferentes tipos de ambiente o el espacio objetivo y subjetivo, concluyendo que las personas actúan y reaccionan en el mundo que para ellos es conocido, no en el mundo que existe en un sentido objetivo. Plantearon que un individuo motivado para cometer un delito concreto pasará por un proceso de decisiones de múltiples etapas, en el que buscará e identificará un objetivo o víctima concreto, con una posición determinada en el espacio y tiempo. Este proceso de decisión será más largo y complejo en el caso de las motivaciones instrumentales por contraste con las motivaciones de tipo afectivo. El individuo que pretende cometer un delito utilizará las claves que el ambiente proporciona para localizar e identificar sus objetivos y será el tiempo y la experiencia lo que le lleve a aprender a seleccionar las claves adecuadas para llegar a generar un esquema relacionado que tendrá influencia en sus futuras conductas de búsqueda. (Vozmediano y San Juan, 2010)
Al igual que en el enfoque de la actividad rutinaria, esta teoría tiene tres conceptos principales: nodos, rutas y límites. Nodos se refiere a desde dónde y hacia dónde se trasladan las personas, ya que los delitos no solo se generan en determinados lugares, sino también cerca de ellos. Cada delincuente busca los objetivos del delito alrededor de los nodos de actividad personal (hogar, la escuela o las zonas de ocio) y las rutas entre ellos. Asimismo, las rutas seguidas por las personas en sus actividades cotidianas están estrechamente relacionadas con los lugares donde son víctimas del delito. El tercer concepto, los límites, se refiere a los confines de las áreas donde la gente habita, trabaja, compra o busca entretenimiento. (Felson y Clarke, 1998)
Teoría de la Elección Racional
Tras las críticas a los postulados del positivismo criminológico y sus pobres resultados preventivos, los investigadores revitalizaron las ideas de la escuela clásica, uno de cuyos paradigmas fundamentales está relacionado precisamente, con la teoría del delito como elección racional formulada por Wilson y Herrnstein (1985, citado por Rodríguez, 2012) y por Clarke y Cornish (1986, citado por Vozmediano y San Juan, 2012). El delito para estos autores, es producto de una elección racional tomada sobre la base de los costes y beneficios que una conducta puede proporcionarle, aunque entienden que en el comportamiento puede influir factores psicológicos, sociales y experienciales del individuo, sin embargo “el delincuente busca el placer y evita el castigo inminente” (Felson, 1994). Esta idea también puede encontrarse en la teoría de crimen y castigo de Becker (1968), que postula que algunas personas cometen actividades ilícitas si el beneficio esperado de dicha actividad supera su costo, entendido éste como la probabilidad de captura y condena, y la severidad del castigo. (Becker, 1993, citado por Rodríguez, 2012).
La perspectiva de la elección racional que plantearon Cornish y Clarke (1986, citado por Felson y Clarke, 1998) fija su atención en la toma de decisión del delincuente. Su premisa principal es que el delito es una conducta intencional, diseñada para beneficiar de alguna manera al delincuente. Los delincuentes persiguen fines cuando cometen delitos, aun cuando sólo presten una breve atención a tales fines y tengan en cuenta unos pocos beneficios y riesgos a la vez. Estas restricciones en el pensamiento limitan la racionalidad del delincuente, que también está limitada por la cantidad de tiempo y esfuerzo que pueden destinar a la decisión y por la calidad de la información de que dispongan. Raramente tienen una imagen completa de todos los costes y beneficios del delito. Este planteamiento pretende comprender cómo el delincuente efectúa elecciones criminales, dirigidas por un motivo particular en un escenario determinado que le ofrece las oportunidades de satisfacer ese motivo. Mantiene, por tanto, la imagen de un delincuente que piensa antes de actuar, aun cuando lo haga sólo por un momento, teniendo en cuenta algunos beneficios y costes de la comisión del delito.
Inicialmente Cornish y Clarke (1975, citado por Vozmediano y San Juan 2010) realizaron una primera propuesta sobre el modo en el que el ambiente afecta a la conducta delictiva que denominaban ambiental/de aprendizaje y que podía resumirse en los siguientes puntos:
1) Aunque el bagaje emocional y la educación de un individuo tienen un papel en la delincuencia, los determinantes más importantes de la conducta delictiva los proporciona el ambiente inmediato.
2) El ambiente proporciona claves y estímulos para la delincuencia así como refuerzos.
3) Estas conductas delictivas se aprenden en ambientes concretos, de modo que se repetirán si las condiciones son similares.
4) Las variables situacionales relacionadas con una conducta delictiva concreta no se relacionan con otros tipos de delitos.
Posteriormente en su manual “60 pasos para ser analista delictivo” Cornish y Clarke (2008, citado por Vozmediano y San Juan, 2010 ) establecen seis conceptos clave:
1) El comportamiento delictivo tiene un propósito.
2) El comportamiento delictivo es racional.
3) La toma de decisiones al llevar a cabo un delito es específica de ese tipo de delito.
4) Las elecciones de los infractores se clasifican en dos grupos, de implicación y de evento.
5) Hay tres fases de implicación en la actividad delictiva: iniciación, habituación y abandono.
6) Los eventos criminales siguen una secuencia de pasos y decisiones.
La principal crítica que ha recibido este enfoque es la que hace referencia a que no todos los delitos son racionales, como señala Serrano (2004) la idea de un delincuente racional en numerosas ocasiones ha sido exagerada ya que los delincuentes toman las decisiones en el marco de un espacio de tiempo más bien corto, con poca información relevante y con sus habilidades cognitivas que pueden ser limitadas; esto lleva a pensar que los planteamientos de este enfoque sólo se aplicarían a delitos con fines de beneficio económico, que se conciben como más racionales. Ante esto Clarke y Cornish defienden que hasta en los delitos en los que el autor es imprevisible existen una serie de decisiones que se toman con cierto nivel de planificación y racionalidad. (Vozmediano y San Juan 2010)