Ciberviolencia de género

La Ciberviolencia de género es aquella violencia desarrollada frente a la mujer que se sustancia en el mundo virtual, utilizando las nuevas tecnologías como medio paran ejercer daño o dominio (Estébanez, 2013). Se trataría del traslado de la violencia de género a la realidad online, donde se “digitalizan” las situaciones violentas, intimidatorias y los mecanismos de control. La ciberviolencia de género puede tomar varias formas como el cibercontrol y el ciberacoso, que se sirven de Internet y las redes sociales como arma para anular y dominar a la víctima, pudiendo manifestarse, también, a través de modalidades como la cibermisoginia y la ciberviolencia simbólica que instituyen como víctima a la figura de la mujer, que se ve denigrada a un mero instrumento sexual.

Es difícil concebir las relaciones sociales actuales fuera de un marco tecnológico, fundamentalmente si hablamos de la población más joven. Las nuevas tecnologías forman parte de nuestro presente y nuestro día a día, y es por ello que las generaciones jóvenes viven, se socializan y crecen en el espacio virtual (Estébanez, 2013). Facebook, Twitter o WhatsApp son los instrumentos que habilitan una constante y fluida comunicación, cargada de imágenes, datos e información, entre un público mayoritariamente adolescente. Las redes sociales han habilitado con sus plataformas un escaparate al mundo, un lienzo en blanco donde transmitir nuestras experiencias e ideas, pero también han dejado la puerta abierta al desarrollo de nuevos tipos de violencia como el acoso y el control en la red. Las redes sociales nacieron con el fin de ofrecer a los usuarios una plataforma de comunicación a través de Internet, facilitando la creación de redes en base a criterios comunes y permitiendo la conexión e interacción con otros usuarios (Aparicio, 2014), no obstante, su uso se ha devaluado a funciones que transcienden su fin inicial, capacitando a los usuarios para la reproducción de conductas violentas frente a diversos actores, entre los que aparecen, con gran asiduidad, las mujeres.

Las redes sociales e internet son espacios donde se siguen reproduciendo la desigualdad de género y el sexismo, pero también espacios donde confluyen elementos de ideales de amor romántico y exposición de la vida personal, que suponen nuevas formas de violencia y control sobre las mujeres (Estébanez, 2013). En esta línea, Blanco (2014) afirma que el sistema sexo-género sigue funcionando y ampliando su onda a las redes sociales según las fotos que se hace cada uno, las canciones que comparten, los “me gusta”, etc. Y con ello también, las situaciones violentas, intimidatorias o los mecanismos de control que se comienzan a reproducir en el ámbito online, experimentándose, de esta forma, una evolución de las formas tradicionales de ejercer violencia de género (Tauste, 2014). Esta violencia on-line, más sutil y que pasa más desapercibida, se convierte en un elemento presente las 24 horas del día a través de la pantalla del móvil o del ordenador.

Considerando el contexto tecnológico en el que se desarrollan las relaciones, los expertos aseguran que la Violencia en el Noviazgo (VN) o Dating violence, como se conoce en el ámbito anglosajón y que se refiere a los actos de violencia física, psicológica y sexual que ocurren entre parejas de adolescentes y jóvenes adultos que no cohabitan ni tienen vínculos legales, no ha desaparecido, sino que se manifiesta de forma diferente gracias a los nuevos medios tecnológicos. (Martín, A., Pazos, M., Montilla, M., Romero, C.,2016).

Las redes sociales nos permiten compartir las vivencias personales, exponiéndolas al público y socializando, de esta forma también, la intimidad de la pareja, la cual ha sido objeto de una suerte de transformación, virando desde un ámbito confidencial a un espacio exhibicionista (Estébanez y Vázquez, 2013). El “estado sentimental” de nuestro perfil sería el primer elemento que mezcla red social con afectividad o relaciones, así como la publicación de fotos de perfil conjuntas, fotos dedicadas, etc. (Estébanez, 2012). De esta forma, vamos trasladando nuestra relación fuera de la realidad offline, y los problemas que se reproducían en esta adquieren una dimensión mayor por el efecto de las RR. SS, que parecen convertirse en un arma de doble filo. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) habilitan el acceso a un registro de nuestra actividad y permiten a los demás, eso incluye a nuestras parejas, conocer en todo momento donde estamos, qué hacemos y con quien hablamos. Estos hechos pueden desencadenar en encuentros y desencuentros, en desengaños y desilusiones, pero también, pueden generar celos exagerados, de control, de dominio, de acoso, de humillación pública (Estébanez, 2012).

Es por ello, que la intromisión de las TIC en las relaciones personales y, concretamente, en las relaciones amorosas, ha supuesto una importante fuente de conflicto. Draucker y Martsolf (2010), mediante un análisis cualitativo de entrevistas a jóvenes entre 13-18 años, hallaron que las nuevas tecnologías eran utilizadas por las parejas para mantener la comunicación diaria, discutir, e incluso para proferir conductas agresivas. Entre los comportamientos violentos más frecuentes aparecieron el control, la perpetración de agresiones verbales o emocionales y la restricción a la pareja del acceso a comunicarse con él/ella. Un estudio realizado por Montilla, Pazos, Romero y Martín (2013) sobre la percepción, prevención y formas de violencia de género en parejas de jóvenes especifica cómo en algunas redes sociales prevalecen estos comportamientos y, sobre todo, se describen conductas delictivas que frecuentemente se daban a su alrededor, convirtiéndose, en demasiados casos, en violencia personal y de pareja. López y Prieto (2014) corroboraron la existencia de actitudes violentas, como los celos, el acoso o el control, enmascaradas bajo el manto digital. Se descubrió que 59.4% de los participantes de su estudio había preguntado a su pareja por sus amistades en Facebook, pero no solo eso, sino que 59% de la muestra trataba de controlar las interacciones de su pareja, mientras que 27.2% aceptó que había suplantado su identidad para que su pareja lo aceptara y así poder controlarle. Así mismo, Borrajo y Gámez-Guadix (2015) desvelaron tras un estudio cualitativo con víctimas de violencia online que los celos era la circunstancia más mencionada como detonante de las conductas de control. Cinco de los siete entrevistados aludieron a los mismos, e indicaron que las agresiones electrónicas tuvieron lugar en situaciones en las que sus parejas sentían celos. Estos eran, en muchas ocasiones, la reacción a la comunicación de las víctimas con amigos a través de mensajería instantánea (Whatsapp) o las redes sociales (Facebook o Twitter). De igual forma, se hizo notable que las agresiones, según los siete encuestados, se dieron principalmente cuando la relación estaba finalizando.

Dadas estas circunstancias, podemos afirmar que las TIC, se han erigido como un elemento de gran potencial para el ejercicio de la violencia hacia las mujeres, principalmente en el contexto de las relaciones sentimentales, puesto que, a través de Internet, los móviles y las redes sociales, se ofrecen a los agresores nuevas vías y mecanismos para ejercer el acoso, la humillación y la amenaza hacia sus víctimas (Aparicio, 2014). La violencia online se nutre de circunstancias que la posicionan como un arma más rápida que ofrece mayor accesibilidad a las víctimas, así se pudo observar en un estudio de Melander (2010), con grupos de discusión de jóvenes entre 18 y 23 años,  donde se vislumbraron  dos aspectos básicos que diferenciaban la violencia online de la violencia tradicional o violencia offline:  la facilidad y rapidez con la que se llevaba a cabo la violencia online y la falta de información no verbal de la comunicación online, que genera una nueva forma de interpretar la información, propiciando malentendidos y alimentando respuestas violentas.

Continuando con el discurso que coloca a las TIC como el nuevo medio para la reproducción de violencia sexista, debemos señalar la existencia de varios estudios realizados por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género en 2012 y 2013 que han puesto de relieve como las redes sociales y los teléfonos móviles son los medios más frecuentes para ejercer el ciberacoso y la violencia de género en parejas jóvenes, ya que los terminales móviles y tablets de última generación contienen sistemas de localización GPS, o existen programas espías como Spywere o SpyBubble (para robar datos y rastrear información por red) que habilitan para el desempeño del control y la perpetración de actos violentas (Bracamontes, 2014).

Entre las principales conclusiones de los estudios, en los que han participado más de 8.000 adolescentes y jóvenes de 13 a 19 años, destaca el hecho de que las nuevas tecnologías facilitan a los agresores alcanzar a sus víctimas sin tener contacto directo con ellas, suponen, también, un obstáculo para poner fin a una relación de pareja y ayudan al mantenimiento de los estereotipos tradicionales que siguen existiendo en las relaciones entre hombres y mujeres a través de su proyección en Internet y las redes sociales. Adicionalmente se señala que WhatsApp, Tuenti y las llamadas al móvil son los medios más frecuentes para enviar y recibir mensajes insultantes o amenazantes, como forma de ejercer la violencia de género. Curiosamente, el 14,7% de las chicas que han sufrido esta violencia, por otra parte, asegura haber recibido algún mensaje para presionarlas a participar en actividades de tipo sexual. Y hasta un 16,6% de las jóvenes asegura que han visto difundidas imágenes suyas comprometidas o de carácter sexual sin su consentimiento (Bracamontes, 2014)

Por su parte, Dimond, Fiesler y Bruckman (2011), en un estudio realizado con mujeres entre 22 y 54 años que habían sido víctimas de violencia doméstica, hallaron que las TIC contaban con un papel transcendental en la dinámica de la relación abusiva. Los agresores limitaban el acceso de la víctima a Internet, así como el contacto con sus familiares a través de estos medios, propiciando, de esta forma, su aislamiento. Los teléfonos móviles y las redes sociales eran utilizados en muchas ocasiones para reanudar el contacto del agresor con la víctima una vez la relación había finalizado.

La proliferación de comportamientos en la red que denotan desconfianza y control, pueden instituirse, en algunos casos, como la antesala de una relación violenta o el establecimiento de una relación de dominio. En otros, se trata del claro ejercicio de violencia psicológica pero trasladada a la realidad online. De esta manera, las mismas manifestaciones violentas que se pueden dar en una relación de pareja en un espacio físico aparecen en la red transformadas en cibercontrol e incluso ciberacoso.

Cibercontrol

El cibercontrol se entiende como la vigilancia continuada de las actividades que realiza la víctima, las amistades, comentarios y fotos que comparte, o su localización, y se materializa a través de comentarios y comportamientos consistentes en decidir qué amistades puede tener o no en sus redes, con quién puede hablar, etc. Los celos y chantajes también forman parte de los comportamientos violentos aglutinados por el cibercontrol, significándose a través de la sucesión de comentarios tales como “si me quisieras, no necesitarías hablar con ningún chico más”, “si me quisieras no comentarías sus fotos”, “has añadido a otro chico ¿de qué le conoces?”,” si me quieres, demuéstramelo delante de tus amigos” (Estébanez, 2013).

Remitiéndonos, de nuevo, al estudio de Borrajo y Gámez-Guadix (2015), resulta llamativo que las conductas violentas a las que aludieron las víctimas de manera reiterada hacían referencia a actitudes relativas al control de la pareja. Todos los participantes afirmaron haber sufrido comportamientos de control mediante las nuevas tecnologías por parte de sus parejas o exparejas, lo que evidencia que el cibercontrol es una modalidad violenta que se reproduce con frecuencia cuando la violencia comienza a tener cabida dentro de las relaciones sentimentales y en un contexto tecnológico. Los comportamientos señalados a los que se vieron sometidos pasaban por el conocimiento de lo que estaban haciendo, y con quien, así como el control de la última conexión realizada en las aplicaciones de mensajería instantánea (p. ej., Whatsapp).

La identificación de los hechos señalados como comportamientos violentos sustentados en el control no aparece de forma clara ante los ojos de las jóvenes. Los adolescentes no consideran como maltrato comportamientos como que un chico le diga a su novia con quien puede hablar, dónde ir o qué hacer, y ello implica que dichas conductas de control no sean reconocidas como el ejercicio de violencia de género hasta que se ven inmersos en una “situación extrema” (De Vicente, 2014). Delgado (2012) lo ejemplifica a través de la cultura del móvil, que se ha convertido en un potentísimo aliado del control. Cuando es la chica quien recibe 10 mensajes seguidos de su chico, el grupo de amigas lo connota de forma positiva e incluso admirable: qué bien, qué sensible, qué cariñoso… Si es el chico quien recibe esos 10 mensajes seguidos de su chica, la connotación del grupo de amigos es negativa: menuda la que te ha caído encima, no te deja vivir. Dichas circunstancias nos invitan a sostener que el sexismo y los estereotipos de género se perpetúan en su existencia entre los adolescentes, y el modo en el que viven sus relaciones denota que no son conscientes de ello. Conocen el discurso y cuentan con la información sobre violencia de género, pero no la trasladan a su vida (De Vicente, 2014).

En la línea de lo descrito, un estudio de Canet y Martínez (2014) entre el alumnado de Trabajo Social de la Universidad de Valencia desveló acerca de los encuestados, que un comportamiento basado en llamar o enviar mensajes más de 5 veces al día a sus parejas lo consideraban normal por el hecho de ser pareja el 71’42% de las chicas y el 75% de los chicos. Tan solo 8 chicas (28’57%) lo entendieron como una forma de control sobre ellas. La investigación “Violencia contra las mujeres jóvenes: la violencia psicológica en las relaciones de noviazgo” (Cantera, Estébanez y Vázquez, 2009) acreditó que la negación de la violencia era el argumento principal esgrimido por las jóvenes para restar importancia a ciertas conductas- “si no le haces caso, no es violencia”-. Además, se justificaban el control y el acoso que suponen comportamientos como el asedio telefónico bajo argumentos que desdibujan la peligrosidad de esas conductas- “quiere saber de mí, es normal, igual es culpa mía”. Estos hechos se tornan preocupantes, puesto que la no apreciación del riesgo que revisten tales conductas puede originar que se produzcan situaciones de control y sometimiento que pasen a normalizarse y aceptarse, asumiéndose como hechos naturales y comunes (De Vicente, 2014).

Ciberacoso

En lo que respecta al ciberacoso, este se puede definir como una forma de intimidación, acoso y malos tratos por parte de un individuo o grupo hacia otro, implicando el uso de medios tecnológicos como canal de agresión (Ortega, R., Calmaestra, J. y Mora-Merchán, J.A., 2008). En el contexto de las relaciones sentimentales, donde se da con mayor frecuencia- como exponen Spitzberg (2002), relatando que al menos la mitad de los jóvenes que habían sufrido ciberacoso identificaban a su pareja como la persona acosadora y Alexy, Burgess, Baker y Smoyak (2005) que pusieron de relieve que entre los jóvenes que con mayor frecuencia solían acosar tecnológicamente a otro destacaba la pareja íntima-, este suele darse cuando la relación termina o existe la posibilidad de ello. Bracamontes (2014) señaló que cuando finaliza la relación en la mayoría de los casos se intensifica este medio de acoso que contribuye al proceso de elevar la violencia psicológica. Es entonces cuando se suceden amenazas concernientes a la publicación de fotos o vídeos íntimos en su red social, o el acoso virtual (mandarle mensajes constantes a través de las redes sociales a pesar de que ella no contesta, o contactar virtualmente con sus contactos para que hablen con ella). Tras la ruptura de la pareja, los ciberacosadores utilizan Internet para perseguir a la víctima, siendo la estrategia comunicativa utilizada el chantaje emocional, en aras de conseguir volver a mantener una relación directa con ella. (Torres, C., Robles, J.M y De Marco, S., 2013).

En definitiva, el ciberacoso ha sido considerado como una forma de ejercer la violencia de género, pues la utilización de las TIC tiene como objetivo la dominación, la discriminación y, en definitiva, el abuso de la posición de poder donde el hombre acosador tiene o ha tenido alguna relación afectiva o de pareja con la mujer acosada. Es, por tanto, una forma de generar dominación y relaciones desiguales entre personas que tienen o han tenido una relación afectiva (De Vicente, 2014)

La aparición de este tipo de violencia puede atisbarse a través de una serie de circunstancias que la caracterizan. De Vicente (2014) nos habla del ciberacoso como una intromisión que goza de un carácter repetitivo, disruptivo, prolongado en el tiempo y en contra de la voluntad de la víctima. En este discurso advertimos varios elementos que pueden ser definidos de manera aislada (De Vicente, 2014):

  1. El ciberacoso implica el uso de tecnologías como Internet para acechar de forma repetida a una o varias personas. Estamos frente a un hostigamiento de forma sistemática, de manera, que un caso aislado de intrusión en la vida íntima de una persona utilizando como medio Internet no podría ser considerado como un caso de ciberacoso. La frecuencia de los comportamientos lesivos es la nota definitoria considerada fundamental, esto es, la frecuencia de los ataques, su repetición, la persistencia en el acto, etc.
  1. Nos encontramos ante una conducta que, -además de su necesaria reiteración- tiene que prolongarse en el tiempo. La duración de los ataques, la persistencia en el tiempo, y la frecuencia evidencian que se está ante un comportamiento unificado, planeado y dirigido a la consecución de un único objetivo: vejar, humillar, acechar y chantajear sin importar la destrucción de la víctima.
  2. Se trata de una intromisión disruptiva (inapropiada y abrupta). Es decir, el acosador ejerce su poder sobre elementos que la víctima considera privados y personales (unas fotos, una información, su vida privada…). Esta irrupción busca destapar y hacer visibles aspectos de la vida personal que la víctima desearía mantener en el ámbito de lo privado.
  1. Otro elemento clave del ciberacoso es que se produce en contra de la voluntad de la víctima, es decir, sin que medie su consentimiento. El acosador persiste en su comportamiento pese a que la mujer acosada haya mostrado su negativa a continuar recibiendo mensajes, comentarios o información procedentes del acosador.

Otras formas de ciberviolencia de género

El efecto multiplicador de las TIC en todo mensaje que lanzamos al mundo virtual, alienta creencias y alimenta ideas que continúan la senda del machismo. Internet se alza como un nuevo agente socializador desde el que se transmiten ideas que continúan manchadas de odio y desprecio hacia la mujer. En este punto, encontramos el insulto virtualizado que trata de reproducir odio sobre las mujeres, fomentando de esta forma, un discurso violento y sexista. Se trataría de la denominada cibermisoginia, la cual se vale de frases tales como “Todas las mujeres son unas putas” o “Las mujeres solo sirven para limpiar” (Estébanez, 2013), para propagar la aversión irracional hacia el sexo femenino.

Muy de la mano de ese concepto, encontramos también la ciberviolencia simbólica, que se encarga de representar a las mujeres como un objeto sexual a través de ciertos contenidos virtuales (Estébanez, 2013). La violencia simbólica, acuñada por el teórico francés Pierre Bourdieu hace referencia a una serie de conceptos impuestos como válidos y legítimos por la cultura patriarcal, que parten de la ideología que sustenta la supremacía y dominación masculina. Se trata de un tipo de maltrato desarrollado en las prácticas culturales de hombres y mujeres que puede presentarse en todos los espacios de la vida social. En este sentido, los medios de comunicación y las TIC cuenta con la capacidad para impulsar y propagar valores sociales y mensajes acordes con este ideario que gravita sobre el sexismo y ciertos estereotipos obsoletos. Cuando el contenido e información irradiado por los nuevos canales virtuales es erróneo y está plagado de conceptos mediatizados e ideas que ayudan a la reproducción de estereotipos de género, es más fácil que las desigualdades que aún existen entre hombres y mujeres se perpetúen, y que los jóvenes, a través de la socialización, asimilen comportamientos sexualizados que representen a la mujer como un mero “trozo de carne” (Estébanez, 2013). La violencia simbólica es ejercida desde los medios y las TIC en todos aquellos espacios donde tienen cabida (noticias, publicidades, imágenes, videojuegos, etc.) presentando a las mujeres como objetos sexuales. La ciberviolencia simbólica reduce a víctimas a las mujeres, las ignora e invisibiliza, las discrimina, enjuicia sus comportamientos y las convierte en espectáculo de la cólera machista (Aquilante, 2014).

El nacimiento e instauración de los actuales medios de comunicación tecnológicos ha propiciado el surgimiento de nuevos tipos de violencia frente a la mujer, que se sirven de la posición ventajosa que ostentan las TIC para acceder a las víctimas, adquirir determinada información y salir indemne gracias al anonimato. Como se ha expuesto, las redes sociales e Internet se han puesto al servicio de los agresores, adquiriendo, de esta forma, una finalidad alejada de su verdadero propósito, ofreciendo la cara más amarga de vivir en un mundo virtualizado. Las TIC se han convertido, así, en un arma de doble filo.

Ante esta situación es necesario establecer medidas y propuestas, para poder regular y hacer frente a los usos abusivos y las consecuencias que pueden ocasionar, y en este sentido, la Estrategia Nacional para la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer, 2013-2016, establece las siguientes medidas, en relación con las Nuevas Tecnologías:

Medida 42: “Promover actuaciones de formación y sensibilización dirigidas a menores de edad y jóvenes en edad escolar, que fomenten el uso responsable de las nuevas tecnologías y prevengan su utilización como herramientas de acoso o promoción de conductas violentas”.

Medida 270: “Realizar un estudio acerca del ciberacoso como nueva forma de violencia contra las mujeres entre jóvenes y parejas adolescentes”.

Además de las medidas que propone la Estrategia Nacional para la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer, Aparicio (2014) señala como posibles estrategias las siguientes:

  • Adquirir información objetiva y veraz sobre los riesgos que implica el mal uso las TIC y fomentar su utilización igualitaria.
  • Desarrollar la capacidad crítica y de discusión ante el riesgo de normalización de la violencia y sus diferentes manifestaciones en el entorno virtual.
  • Tomar decisiones, críticas, meditadas y responsables, adoptando como referencia la protección de la intimidad.
  • Adoptar precauciones básicas, en relación al manejo de información facilitado en las redes sociales.
  • Desarrollar habilidades sociales y emocionales que faciliten la relación entre iguales.
  • Profundizar en los conocimientos sobre los riesgos y consecuencias que originan un uso inadecuado de las TIC.
  • Ampliar el conocimiento en materia de uso seguro de Internet.
  • Reflexionar acerca de la influencia de los estereotipos de género que reproducen las redes sociales.
  • Fomentar una educación sobre las TIC, incluyendo elementos de educación emocional y relacional.

Siguiendo las palabras de Estébanez (2012), no debemos olvidar, que los medios virtuales, también pueden ser parte de la solución, puesto que cuentan con potencialidades para la educación y la prevención. Dada la capacidad que revisten para proyectar y difundir información, pueden ser el altavoz que transmita un mensaje de prevención y sensibilización a la sociedad y concretamente a los más jóvenes. Debemos abogar por rentabilizar el alcance de las redes fomentando un uso responsable de las mismas y mandando un mensaje alejado de los actuales estereotipos vigentes donde tengan cabida la igualdad, el respeto y la tolerancia.

Sexting

Contracción de sex y texting. Es un anglicismo que consiste en el envío de fotografías o/y vídeos de contenido sexual producidos generalmente por quien los remite, a otras personas por medio de teléfonos móviles u otros dispositivos tecnológicos. Uno de los riesgos asociados a esta actividad es el chantaje, presión o ridiculización de la joven que aparece en las imágenes. Por ello también podemos hablar de sextorsión, esto es, las fotografías o vídeos de contenido sexual en manos de la persona inadecuada pueden constituir un elemento para extorsionar o chantajear a la persona protagonista de esas imágenes (De Vicente, 2014).

Hacking

Se trata de la práctica de robo de contraseñas para acceder a información personal, esto es, entrar o asaltar el correo electrónico de la víctima accediendo a todos sus mensajes o, incluso, impidiendo que el verdadero destinatario los pueda leer, acceder a sus redes sociales y manipular el contenido, así como adquirir información privada. Por tanto, se trata de tener acceso a archivos de la víctima que pertenecen a su ámbito personal, pudiendo divulgarse los mismos, haciendo que pasen a dominio público (De Vicente, 2014).

Networkmobbing

Es un acoso digital que se produce en el ámbito laboral, al que podríamos denominar ciberacoso laboral. Se trataría de acoso en el ámbito profesional a través de las TIC (De Vicente, 2014).

Pornovenganza

Es una forma de venganza realizada, generalmente, por exparejas, quienes tras producirse la ruptura de la relación, publican en diferentes medios como redes sociales o grupos de WhatsApp,  fotografías y/o vídeos de contenido sexual de los que disponían, normalmente realizados de forma voluntaria mientras duraba la relación (Tauste, 2014)

Stalking

Es una forma de acoso mediante la utilización de las nuevas tecnologías y las redes sociales como WhatsApp o Facebook. Consiste en la realización de conductas conducentes a averiguar e indagar qué hace, dónde y con quién está la víctima en todo momento. Con este tipo de conducta, el agresor trata de ejercer el acoso con el objetivo de generar en su víctima un desequilibrio emocional, que puede llegar a poner en peligro su integridad física. Esta situación puede agravarse y volverse más virulenta cuando finaliza la relación, o cuando se quiere poner fin a la misma (Aparicio, 2014).

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