Farrington (2009) distingue diferentes indicadores del comportamiento antisocial según se encuentre el individuo en la infancia y adolescencia o bien en la edad adulta. En el primer caso destacan sobre todo: los trastornos de conducta, la impulsividad, el robo, el vandalismo, al resistencia a la autoridad, las agresiones físicas y/o psicológicas, el maltrato entre iguales, la huída de casa, el absentismo escolar, la crueldad hacia los animales, etc. En la edad adulta, destacan en cambio los comportamientos delictivos y/o criminales, el abuso de drogas y/o alcohol, las rupturas maritales, la violencia de género, la negligencia en el cuidado de los hijos, la conducción temeraria, etc. Y sin duda es fundamental el estudio de estos indicadores ya que existen numerosos estudios en los cuales se ha observado que los indicadores de comportamiento antisocial en la infancia o adolescencia son predictores de la delincuencia adulta con lo cual deberíamos tenerlos presentes en el desarrollo de los programas de intervención.
Los factores de riesgo serían aquellas características que aumentan la probabilidad de que un resultado o contingencia nociva o negativa afecte a una población de personas. Se cree que en el caso de los factores de riesgo del comportamiento antisocial debemos diferenciar las distintas etapas del individuo porque como ya hemos comentado, estos serán particulares para cada una de ellas.
Durante los primeros años de vida los tres ámbitos que influencian directamente al comportamiento del niño son: los estilos parentales, los factores individuales del niño y los factores contextuales y familiares. En el primer ámbito nos estamos refiriendo a la importante de que el estilo educativo de los padres sea ineficaz, a que ejercen una baja supervisión sobre el menos así como tampoco lo estimulen cognitivamente de forma suficiente. Al hablar de los factores individuales deberíamos centrarnos si el niño tiene poca destreza en el manejo de conflictos, si tiene pocas habilidades sociales, si presenta déficit de atención o dificultades en el proceso de aprendizaje. Por último, en cuanto a los factores que corresponden al contexto y a la familia hay que saber que, existen una serie de factores de riesgo que se correlacionan de forma importante con la aparición de este tipo de comportamientos como pueden ser la pobreza, la actividad delictiva de los padres, unos padres que abusan de sustancias tóxicas, factores estresante para el menos así como conflictos en el seno familiar.
A medida que el niño va creciendo, durante la etapa de la educación primaria, cuando ya se encuentra escolarizado, debemos también añadir a los tres ámbitos anteriores otro conjunto de factores que influirán. Estos son los factores escolares del grupo de iguales. Dentro de este grupo de factores de riesgo encontramos las respuestas ineficaces del profesorado, las conductas agresivas del niño en clase, el rechazo de su grupo de iguales así como la asociación precisamente con otros jóvenes que presenten conductas desviadas.
Durante la adolescencia, estos factores de riesgo siguen manteniéndose aunque sí es cierto que la influencia que tiene cada uno de ellos sobre el joven puede variar. Los ámbitos en que podemos clasificarlos son precisamente el familiar, el escolar, el individual/personal y el grupo de iguales. Para valorar su influencia debemos tener en cuenta que la presencia combinada de factores puede aumentar el riesgo de forma más sinérgica que aditiva y el impacto de un factor particular puede depender por completo de que estén presentes otros factores de riesgo así como del número de estos.
A continuación analizaremos los principales ámbitos en los cuales se identifican los factores de riesgo.
En primer lugar encontramos los factores de riesgo individuales:
– Temperamento, impulsividad y problemas de atención
El temperamento es aquella base biológica para el desarrollo de la afectividad, expresividad y regulación de los componentes de la personalidad, es decir, el carácter, la forma de ser y de reaccionar de las personas. Es estable en el tiempo a pesar de que depende del contexto y de la socialización del individuo. De este tiempo también depende la respuesta que da el individuo, su autorregulación. La respuesta emotiva y el nivel de autorregulación pueden dar lugar a la interiorización y exteriorización de problemas durante la infancia que provoquen la aparición de trastornos de conducta que cursen como comportamientos antisociales durante la adolescencia.
Un temperamento que presente altos niveles de actividad, problemas de atención, inflexibilidad, dificultad en las transiciones de la vida y facilidad para la frustración y distracción, provocará que el niño sea menos comprensivo, teniendo menos nivel de control sobre sí mismo y siendo mucho más impulsivo. De hecho algunos de los niños con estas características pueden entrar dentro de cuadros clínicos como hiperactividad, conflictos de oposición…. y, sabemos, que existe relación entre estos cuadros clínicos y el riesgo de cometer actos delictivos o violentos. De hecho uno de los factores de riesgo de las conductas desviadas antisociales a todas las edades y que presenta mayor capacidad explicativa es la impulsividad.
– Inteligencia y ajuste escolar
Una baja inteligencia verbal, falta de habilidades para resolver problemas, pobres habilidades sociales y un bajo rendimiento académico son predictores de las actitudes antisociales mientras que precisamente la situación contraria, buen desarrollo habilidades cognitivas y sociales y buen rendimiento escolar constituyen factores de protección
– Habilidades socio-cognitivas
Parece demostrarse que las pocas habilidades socio-cognitivas es una constante común en individuos que presentan comportamiento antisocial. De hecho en la mayor parte de programas de intervención que se realizan se pretende dotar de dichas herramientas a los sujetos porque un estilo de solución de problemas sociales con dificultad para encontrar alternativas y solventarlos acompañado de temperamento impulsivo y agresividad, constituyen factores predictores del comportamiento antisocial.
En segundo lugar tenemos todos aquellos factores de riesgo que se incluyen dentro del ámbito familiar.
– Entorno familiar y estilos de crianza
Son muchas las variables que indirectamente están relacionadas con el contexto familiar y que pueden ser detonantes de comportamientos antisociales ya que afectan directamente al nivel de autorregulación, control y forma de reaccionar del niño. Los principales son: la desestructuración familiar (muerte de progenitor, hogares monoparentales, separación de los padres, cambios de residencia…); conflictos entre los padres y violencia doméstica; modelado violento dentro del hogar; un estilo de crianza inadecuado (tanto por exceso con presión, coercitivo y hostil como con falta de supervisión o disciplina inconsistente…) y el abuso infantil.
Y como tercer ámbito general tenemos los factores de riesgo propios del contexto y de los grupos de iguales
– Medios de comunicación
La violencia está presente en los medios de comunicación mostrándose normal, cotidiana, inmediata y frecuente. Es usual que los niños puedan ver esas imágenes con facilidad y si los padres o educadores no les ayudan a discernir sobre el mensaje que acaban de ver, así como a comprender que no es una forma legítima y adecuada de solucionar los problemas, siendo más bien la excepción que no hechos normales. De hecho algunos estudios sobre la materia han podido demostrar que la exposición a actos violentos está fuertemente asociada con el riesgo de sufrir o verse implicado en comportamientos agresivos y, a veces, violentos. También se conocen algunos de los efectos que produce esta exposición a la violencia. Por ejemplo, sabemos que esos niños aceptan con normalidad las actitudes agresivas e incluso comienzan a comportarse de forma agresiva. Suelen insensibilizarse frente a la violencia y las consecuencias de ésta y, por último, también conocemos que los niños que suelen observar esta violencia en los medios tienen una percepción de que en este mundo para lograr subsistir y ganar hay que pelear y luchar, es decir, emplear la violencia como instrumento para lograr poder y el éxito.
– Escuela
La estructura jerárquica así como la organización interna que está presente en las escuelas puede ser el origen de la aparición de conflictos entre los miembros de la comunidad educativa. Algunos factores de riesgo pueden ser: la propia crisis de valores de la escuela; las discrepancias entre los espacios disponibles-el tiempo-las pautas de comportamiento y los contenidos impartidos; la poca atención individualizada que fomenta el fracaso escolar; valores culturales estipulados que pueden ser contrarios a determinados colectivos; la asimetría entre los roles del profesor y del alumno, etc.
– Contexto sociocultural y grupos de iguales
El contexto en el que vive la persona influye en el comportamiento violento de ésta. Se ha observado que contextos que presentan deterioro en el mobiliario urbano, tasas elevadas de desempleo, poco control policial, desorganización vecina, presencia de bandas o bajo estatus económico suelen ser contextos que presentan tasas de comportamientos antisociales y delincuencia mayores.
Por otro lado, también es esencial estudiar la influencia del grupo de iguales porque el tener amigos delincuentes suele predecir el desarrollo de conductas delictivas, a todas las edades.
También hay estudios referentes a las diferencias en el comportamiento antisocial según los diferentes sexos.
Se han realizado estudios que comparan a jóvenes de la misma edad y de distinto sexo. De las conclusiones más significativas de estos es que existen más similitudes entre los dos géneros que no diferencias en cuanto al comportamiento antisocial. Pero, aún así, sí se observan diferencias en cuanto a la participación en conductas violentas. Los chicos suelen presentar mayor incidencia y variedad de conductas violentas y ello correlaciona significativamente con una mayor probabilidad de continuar una carrera delictiva.
En el estudio de Bartolomé, R. et al (2009) también se indica que las chicas suelen estar más expuestas a ciertos factores de protección que lo chicos. Suelen estar más supervisadas por sus padres, tener vínculos más fuertes con amigos prosociales así como presentar mayor interés por seguir estudiando. Pero a pesar de estas diferencias ante la exposición diferencial a estos factores de protección, no se pueden explicar las diferencias respecto a la conducta violenta entre géneros. De hecho, el sexo, es precisamente la variable que mayor correlaciona con la conducta violenta con lo cual los factores de riesgo y los de protección derivados de la variable sexo son más relevantes y explicativos que los que se derivan del resto de variables analizadas.
Ante la falta de explicación empírica para argumentar las causas de las diferencias entre géneros en cuanto a la comisión de conductas violentas se cree que el origen puede radicar en aspectos biosociales propios de cada género. De hecho las chicas suelen ser menos agresivas y activas que los chicos mostrando mayor tendencia a desarrollar problemas de internalización como respuesta a estos problemas que puedan surgir mientras que los chicos suelen externalizar más sus emociones.
A pesar de que se debe seguir estudiando en la materia es importante tener en cuenta estos resultados a la hora de adecuar nuestras intervenciones.
Una autora que ha estudiado los comportamientos antisociales en la infancia y adolescencia es Moffitt (1993). Esta autora señala la diferencia entre aquellos individuos que desde pequeños ya presentan comportamientos antisociales y que acabarán con una larga carrera criminal de aquellos que únicamente cometen comportamientos antisociales durante una etapa de su vida, en concreto, durante la adolescencia. Al primer grupo los denomina los infractores persistentes. De ellos indica que suelen presentar ya desde el nacimiento ciertos déficits neuropsicológicos que pueden ser precursores de tales conductas ya que obstruyen su desarrollo. Como consecuencia suelen ser niños pobremente socializados, con pocas habilidades sociales y un débil autocontrol lo cual a su vez provoca dificultades adicionales en la escuela. Estos niños se convertirán en adolescentes rebeldes y, en ocasiones, en adultos con comportamientos antisociales y desviados. Por otro lado tenemos a los transgresores limitados a la adolescencia que son mucho más frecuentes. Estos no suelen tener problemas de conducta en edades tempranas y están correctamente socializados. Los conflictos llegan al entrar en la adolescencia que empiezan a sufrir la falta de madurez porque los roles que pretenden asumir como adultos aún son inconsistentes con su estatus de adolescente. Ante esa crisis suelen imitar las conductas de los transgresores persistentes a lo largo de toda la vida y adoptar esas conductas antisociales. Pero la mayoría de estos, se dan cuenta que las consecuencias derivadas de este tipo de comportamientos son demasiado altas y cuando adquieren ya el estatus de adulto que les provee de los beneficios propios de la madurez que ellos tenían pero sin necesidad de cometer conductas antisociales, cesan de comportarse de esa forma. Esto explica también ese aumento de conductas antisociales durante la adolescencia más que en ninguna otra etapa vital. Explica también la influencia de muchos de los factores de riesgo que hemos enunciado con anterioridad como, sobre todo, la influencia del grupo de iguales, indicador y predictor clave de muchas de las teorías explicativas del comportamiento antisocial en Criminología como la teoría del control social, del aprendizaje, de la asociación diferencial, de las subculturas, etc.
A partir de todos los estudios referentes al comportamiento antisocial, la Criminología ha elaborado una serie de programas de intervención para, a través de ellos, poder trabajar sobre los factores de riesgo y otros comportamientos desviados no delictivos y prevenir un comportamiento criminal en la edad adulta.