El Positivismo Criminológico nace a finales del siglo XIX, como fruto de una nueva era científica, en contraposición a la anterior etapa, la etapa pre-científica o más conocida como la Escuela “Clásica” de la Criminología. Esta escuela estaba conformada por teorías con cierto rigor y conocimientos bien fundados, pero que al final quedaban en meros conceptos aislados y experiencias derivadas del saber, concibiendo el crimen como un hecho individual y aislado, sin dar importancia al entorno social. Esta concepción iusnaturalista, incapaz de ofrecer soluciones a la hora de diseñar políticas de prevención criminal y lucha contra el delito y que optaba por postulados metafísicos y filosóficos dio paso a una nueva era, el Positivismo Criminológico.
Esta etapa se funda con la Escuela Positiva Italiana, cuyos mayores exponentes son Garofalo, Lombroso y Ferri. Su mayor diferencia y a la vez crítica hacia la anterior escuela, la Escuela Clásica, eran el hecho de basar sus paradigmas y sus métodos en lo científico, enfrentando el método abstracto y deductivo, el cual logra inferir algo observado a partir de una ley general, frente a su método empírico e inductivo, el cual extrae conclusiones generales a partir de premisas particulares, basándose en la observación de los hechos registrados. Es por ello, por lo que los positivistas negaron ese carácter científico a las disciplinas filosóficas propiamente dichas.
El positivismo criminológico está estrechamente ligado a la búsqueda metódica sustentada en lo experimental, rechazando nociones religiosas, morales, apriorísticas o conceptos abstractos, universales o absolutos, Lo que no fuese demostrable materialmente, por vía de experimentación reproducible, no podía ser científico. El positivismo se expandió exitosamente, como un pensamiento progresista, revolucionario, capaz de sacar al mundo del atraso y del oscurantismo religioso o supersticioso de los siglos precedentes.
El hombre y la ciencia serían artífices de todas las explicaciones y los descubrimientos, capaces de superar todas las enfermedades, los obstáculos sociales y hasta la propia naturaleza (C. Elbert, 1998).
La Escuela Positiva Italiana se caracterizó por presentar dos direcciones bien diferenciadas, por un lado la vertiente antropológica de Lombroso, la cual explicaba el delito como un producto de la predisposición biológica del individuo y por otro lado la sociológica de Ferri, la cual asumía la existencia de factores sociológicos subyacentes pero con un objetivo común, como es la robustez del método científico y la inevitabilidad del progreso científico.
Dos conceptos muy ligados a la creación del Positivismo fueron el Utilitarismo y el Racionalismo. Para el primero, la moralidad de cualquier acción o ley está definida por su utilidad para los seres en su conjunto más amplio. Así, desde una vertiente económica se puede entender como la satisfacción de las preferencias, mientras que por otro lado, en una vertiente moral podría tratarse de la felicidad del individuo. Para el segundo, cuyo origen trata de las primeras etapas de la filosofía occidental, y cuyo máximo representante fue René Descartes, daban una vital importancia al papel de la razón en la adquisición del conocimiento. Se establece así una subordinación de los fenómenos sociales a las leyes de la naturaleza, así como el uso permanente y el sometimiento de la imaginación a la observación; la naturaleza relativa del espíritu positivo y la previsión racional, como destino de las leyes positivas. (Comte, A.,)
A diferencia de la Escuela Clásica, cuyas leyes tienen su origen en razonamientos metafísicos, el Positivismo Criminológico centró sus bases en las leyes naturales, en la naturaleza física, basando sus conocimientos en la objetividad de la realidad observada y dando sentido a los datos obtenidos mediante esa observación empírica mediante la interrelación de éstos.
Esta es la verdadera esencia de la corriente positivista, la forma de llevar la investigación o el método. Este método, como hemos dicho anteriormente se trata de un tipo inductivo-experimental y válido para fenómenos naturales y sociales.
Francisco Javier Comte (1798 -1875)fue el padre creador de la corriente positivista, la cual afirmaba que la verdadera fuente del saber son los hechos, la experiencia y la observación detallada, objetiva y causal de esos fenómenos experimentales, mediante la aplicación de los pasos del método científico. Este método se trata de un saber sistemático, lógico, objetivo y autocrítico, dando lugar a una reflexión metódica sobre la creación del conocimiento científico. A su vez, sigue unas pautas muy concretas para alcanzar todo el rigor que se le exige, que son la circunscripción a un tema escogido, dentro de un marco teórico determinado, la realización de una hipótesis como planteamiento o enunciado a una solución posible y por último, la recolección de datos y su posterior sometimiento al contraste y a su conclusión. Para Comte, este tipo de filosofía era una respuesta al pensamiento que centraba su importancia en Dios y cuya intención principal consistía en liberar al hombre de la idea falsa del mito y la tradición. El positivismo fue también un intento para conseguir lidiar los conflictos sociales de esa época tan convulsionada. Se trataba por lo tanto, más de una necesidad para lograr la reforma de una nueva organización del saber y una nueva epistemología, que llevase al hombre al conocimiento guiado por el único sentido que es la razón.
De esta manera, Comte consideraba necesaria la desaparición de una visión cósmica tradicional, de corte teológico, en beneficio de la racionalización de todos los procesos relacionados con la vida del hombre.
Otra diferencia entre la Escuela Clásica y la Escuela Positiva es que para la primera el delito, entendido como la conducta típica, antisocial, culpable y punible, es entendida como un ente jurídico abstracto, que no se haya conectado de manera alguna al delincuente y demás características asociadas a éste. Este argumento fue defendido por E. Ferri a la hora de destacar la importancia del Positivismo, ya que las concepciones clásicas para la disminución de la criminalidad habían fracasado, y el aumento de la delincuencia era evidente. Y es que para Ferri (1887) “la escuela positiva consiste en lo siguiente: estudiar al delito, primero en su génesis natural, y después en sus efectos jurídicos, para adaptar jurídicamente diversos remedios a las varias causas que lo producen los que, en consecuencia serán eficaces.”
A raíz de estas críticas, E. Ferri desarrolló su ley de la saturación, de la cual se extraía la idea de que cada año el nivel de criminalidad estará determinado por variables físicas y sociales en relación con factores endógenos y exógenos del individuo.
Esta idea dio fuerza al concepto natural del delito, el cual no se limita sólo a la definición legal del delito, incluyendo al delincuente no como sujeto activo de la acción, sino como el núcleo de todo el fenómeno, con unas características biológicas, psicológicas y sociales determinadas, dando lugar a la idea de que “no existe el delito sino el delincuente”. A partir de esta base, se entiende que el delito, entendido como acción antisocial es una consecuencia de la peligrosidad del criminal.
Una de las mayores aportaciones de la Escuela Positiva Italiana fue la del enriquecimiento conceptual y de conocimientos a la hora de diseñar los tipos criminales y sus posteriores clasificaciones. Una de las mayores y más conocidas clasificaciones pertenece a Cesare Garofalo, considerado el padre del positivismo biológico, el cual desarrolló su teoría del hombre criminal, por el cual atribuía al hombre criminal un estado atávico y de regresión a estados evolutivos anteriores.
Mientras que en la Escuela Clásica, sus autores mantenían la idea de que no existían diferencias entre el hombre no delincuente y el delincuente, manteniendo así la idea de igualdad del género humano, para la Escuela Positiva sí que se consideraba el delincuente como un ser distinto al hombre no delincuente.
Esta era la razón por la cual no había de castigarse el hecho en sí mismo, sino más bien al autor del delito. Es por lo tanto esencial, que para poder castigar a los sujetos se tenga en cuenta algún criterio de medida a la hora de aplicar dicho castigo, por lo que se crea el concepto de peligrosidad o “temibilidad del autor”. Este concepto guiaba el tratamiento necesario para que el delincuente lograra la reinserción completa y superase su necesidad delictiva, basándose en penas indeterminadas, pero a su vez imponía también una individualización de la pena, convirtiéndose en conceptos actuales en nuestros códigos penales. Así, en la Ley Orgánica 10/1995 de 23 de Noviembre del Código Penal, en su artículo 6, se justifica que las medidas de seguridad se fundamentan en la peligrosidad criminal del sujeto al que se impongan, exteriorizada en la comisión de un hecho previsto como delito. Además, estas medidas de seguridad no podrán resultar ni más gravosas ni de mayor duración que la pena abstractamente aplicable al hecho cometido, ni exceder el límite necesario para prevenir la peligrosidad del autor.
Esta peligrosidad venía dada por una serie de procesos físicos y sociales complejos, y que se fundamentaba en una filosofía determinista, negando la libertad en virtud de la convivencia social. En este sentido, Thomas Hobbes (1651) defendía que la sociedad es la que impone las reglas para equilibrar los intereses y deseos individuales, ya que en caso de no existir esa delimitación, el hombre entraría en un estado de libertad completa, lo que le llevaría a llevar a cabo acciones caóticas.
El determinismo también sienta sus bases en los factores biológicos, como son aquellos que marcan el comportamiento del individuo en base a su condición genética y cómo influye ésta en los sistemas sociales a través de proceso evolutivo. Otro determinismo importante es el ambiental o educacional, donde se afirma que la educación es la causante de todas nuestras conductas, eliminando de forma casi total el factor genético que pueda influir en estas. Uno de los grandes defensores de esta disciplina fue B. F. Skinner, cuya obra más importante y que sentaría los pilares del conductismo fue The Behavior of Organisms: An Experimental Analysis, en 1938.
Este determinismo, característico de la Escuela Positiva, era la idea contraria que defendía la Escuela Clásica con su libre albedrío, el cual trataba a todos los hombres por igual, dejándolos elegir a su voluntad entre el bien y el mal, sin que existan causas ajenas e impuestas a su voluntad.
Respecto a la prevención, el Positivismo aboga por una prevención especial, centrando su eficacia en que el delincuente no vuelva a reincidir, a partir de un tratamiento orientado a las necesidades propias y específicas de cada delincuente. Es por ello por lo que dan gran importancia a los exámenes periciales de médicos, sociólogos y psicólogos, los cuales destacan como imprescindibles a la hora de poder evaluar correctamente al delincuente y establecer el nivel de peligrosidad que alcanza. Este examen daría respuesta real a las necesidades criminógenas del individuo y, por lo tanto, las pautas correctas para su posterior tratamiento. Esto conduce a la idea central de que serán más útiles siempre las políticas centradas en la dinámica del delito, que la aplicación de leyes o penas que se implanten en el sistema judicial. Para ello, Ferri idea los sustitutivos penales, que son medios de prevención social centrados en factores económicos, políticos, educativos y familiares. Este concepto llevó a la idea de que se debían reemplazar las cárceles, por ser una causa de criminalidad y no de remedio, ya que es en las cárceles donde se forman individuos resentidos hacia la sociedad y al salir de las cárceles cometen delitos más atroces como una venganza a la sociedad que los condenó.
Uno de los autores más influyentes en el nacimiento del pensamiento positivista dentro de la Escuela Italiana fue Lombroso.
Cesare Lombroso fue médico, psiquiatra, antropólogo y político, y fue el mayor impulsor de la ideología de la antropología aplicada, tal y como dejó patente con su obra “Tratado antropológico experimental del hombre delincuente” publicado en 1876, donde sentó las bases de la Criminología moderna. Lombroso hizo una teoría del delincuente basada en datos antropométricos, formulada a partir de sus análisis durante largos años a través de autopsias, informes médicos y observaciones en distintas cárceles europeas.
A su vez, estableció una tipología para dividir a los delincuentes en seis tipos distintos:
– El delincuente atávico. Se trataría de una subespecie de humano, degenerado y atávico. Esta regresión como organismo humano nació a raíz de unas investigaciones al examinar cráneos de distintos delincuentes. Para Lombroso, estos estigmas se transmitirían por herencia.
– El loco moral. Este tipo se trataría de una especie de idiota moral, que no puede elevarse a comprender el sentimiento moral y que tuvo una educación muy deficiente durante la infancia. Se consideran ciegos morales, porque su retina psíquica es o se transforma en anestésica. Y como falta en ellos la facultad de utilizar nociones de moral, los instintos latentes en el fondo de cada hombre toman en él ventaja.
– El delincuente loco, que a su vez desemboca en distintos tipos como el delincuente alienado, alcohólico, histórico y mattoide. La diferencia conceptual entre el delincuente loco y el loco moral consiste en que el delincuente loco moral ha cometido un delito con plena responsabilidad y enloquece después en la prisión, mientras que el loco delincuente son enfermos mentales que delinquen sin la necesaria capacidad de entender y querer.
– El epiléptico. En este caso se trata de individuos violentos y agresivos. No padecen ninguna enfermedad mental declarada, ni el clásico estado alcohólico. Cometen delitos gravísimos sin experimentar después, remordimientos, coincidiendo al referirse a determinadas sensaciones (vértigos, temblores, pérdida del control, etc.) durante el acceso comicial. Algunas características peculiares de estos delincuentes son: la destructividad, precocidad sexual y alcohólica, obscenidad, sonambulismo y estados crepusculares, rapidez de cicatrización de las heridas, tendencia a la holgazanería, canibalismo, vanidad, cambios de humor, amnesias frecuentes o propensión al tatuaje.
– El delincuente ocasional, que a su vez pueden ser pseudo criminales, criminaloides y habituales. Este tipo de delincuente es uno de los tipos donde menos se profundizó y por lo tanto menos poder conceptual tiene.
– El delincuente pasional. Estos delincuentes tienen hace un uso de la violencia como forma de pasión, ya sea sentimental, ideológica, religiosa o de cualquier otro tipo.
Esta tipología la fue mejorando durante años, introduciendo nuevas características, y posteriormente añadiendo nuevos tipos, como fueron la criminalidad femenina y el delito político. Respecto a la delincuencia femenina, Lombroso publicó “La donna delinquente, la prostituta e la donna nórmale”, donde consideraba la prostitución como un fenómeno atávico de la mujer y alternativo de la criminalidad. Este tipo de actividad era una forma natural de regresión, por lo que la mujer no se le consideraba criminal, sino impura, por lo que el delincuente nato femenino abundaba más entre mujeres prostitutas que entre las mujeres delincuentes.
Respecto a la delincuencia política, se trababa de un delincuente peculiar, donde no existía un tipo unitario y homogéneo de delincuente político.
Todas estas teorías no estuvieron carentes de críticas desde varios puntos de vista. Por un lado, es difícil extrapolar el comportamiento de otros organismos como puedan ser los animales a los comportamientos de los humanos. Por otro lado, una de las críticas más duras contra su teoría fue la de que no existía correlación entre los estigmas atávicos y el ser un delincuente, ya que muchos individuos presentan anomalías y no por ello comienzan una carrera criminal e igualmente a la inversa.
Algo más tarde llegaría la corriente sociológica de la mano de Ferri.E. Ferri político, sociólogo y criminólogo, además de ser estudiante de Lombroso.
A diferencia de su profesor, Ferri se enfocó más que en las diferencias de corte biológico, en las influencias sociales y económicas del criminal.
Sus investigaciones sirvieron para desarrollar métodos de prevención del crimen, en lugar de enfocar los esfuerzos del poder.
Fundó la revista “Scuola Positiva” y se le considera padre de la Sociología Criminal.
Ferri estudió en profundidad el método científico, desarrollando su teoría de la criminalidad y posterior tipología criminal. Para Ferri, el delito no era un fenómeno que surgía a partir de una determinada patología individual, sino que se trataba de un hecho que estaba influido por características individuales, físicas y sociales. Esta idea se puede observar en su obra “El crimen, causas y remedios”, donde en ella se trataban tanto las causas sociales del delito como las individuales y en ella se abandonaba el punto de vista pesimista de que no existe remedio para el delito. Se entiende por tanto, que la criminalidad era un fenómeno social más, como otros muchos que puedan darse en la naturaleza, pero que estaba determinada por una dinámica propia.
Otro concepto que acuño Ferri fue el de los sustitutivos penales, capaces de desarrollar programas político criminales de lucha y prevención del delito, sin necesidad de entrar en juego el Derecho Penal. Por lo tanto, esta lucha debería llevarse a cabo a través de acciones reales y científicas que anticipen la barrera de los poderes públicos, incidiendo sobre los distintos factores sociales criminógenos con el fin de neutralizarlos. Estos podían ser desde factores económicos, religiosos y educativos hasta políticos, legislativos o familiares.
Toda esta idea hizo que Ferri defendiera la Sociología Criminal por encima del Derecho Penal, como instrumento de lucha contra el delito. Esta Sociología Criminal estaría conformada por la Psicología Positiva, la Antropología Criminal y la Estadística Social.
Respecto a las tipologías referidas a los delincuentes, Ferri añadió otra más, en este caso el delincuente involuntario.
El tercer autor que más impacto tuvo en el Positivismo Criminológico fue Garofalo. Fue jurista, magistrado y uno de los mayores defensores del movimiento denominado Positivismo moderado.
Garofalo se hallaba en una posición intermedia entre Ferri y Lombroso, no llegando a decantarse ni por la antropología ni por la sociología criminal.
Uno de los primeros conceptos introducidos por el autor fue el de “delito natural”, donde trataba de definir el concepto que era y siempre había sido el delito, a través del tiempo, las costumbres y los distintos pueblos. Es decir, trataba de dar un concepto sobre lo que es delito por naturaleza.
Para llevar a cabo esta tarea, Garófalo comenzó a investigar los distintos hechos a través de las distintas épocas y pueblos, pero con el requisito específico de que siempre fueran considerados como delitos tales acciones.
Pero en este aspecto surge un gran inconveniente, que es la dificultad para diferenciar los hechos considerados como delitos, ya que distintas acciones en un determinado momento no fueron las mismas en todos los tiempos, y se da el caso de que, hechos que hoy son delitos, no lo eran en la antigüedad.
Para evitar este fallo metodológico, Garofalo cambió el objeto de su estudio, y en vez de investigar los hechos tal cual, comienza a investigar qué sentimientos lesionan los delitos. Esta idea había surgido con anterioridad al haber observado que los delitos lesionan sentimientos, por lo que podrían existir sentimientos perdurables, cuya lesión siempre hubiese sido considerada como ilícita; y su tarea lo lleva a la conclusión de que existen dos tipos de sentimientos, cuya lesión la humanidad siempre consideró delito: el sentimiento de piedad y el sentimiento de probidad. Esta definición, sin embargo no fue bien recibida por la doctrina, ya que resulta casi imposible elaborar una lista universal de delitos y sobretodo unido a conceptos tan ambiguos como estos dos sentimientos.
Otro concepto introducido por Garofalo fue el de la teoría de la criminalidad, la cual entiende que es fundamental la herencia endógena psíquica o los llamados instintos, ya que la mayoría de los delincuentes tienen una variación psíquica. A pesar de negar la existencia directa de un criminal de base antropológica, reconoce que existen algunos datos morfológicos relevantes a la hora de describir un tipo criminal. Por lo tanto, el delincuente para él se trataría de un ser con una carencia vital dentro de la esfera de la moral, con una personalidad totalmente alterada.
Por último, el concepto más importante introducido por Garofalo fue el del fundamento del castigo. En este sentido, los derechos del individuo quedarían subordinados al orden social. Al igual que el medio elimina a los organismos que no son útiles o las características de una determinada especie como hace la selección natural a la hora de desarrollar o mantener dichas características, el Estado debe ser el encargado de inoculizar al delincuente que no sea capaz de adaptarse al medio social en el que se encuentra viviendo. Este tipo de pensamiento justificó en gran medida distintas penas que siguen vigentes en pocos Códigos Penales, pero que en su día se aplicaron severamente como es la pena de muerte o el destierro. Un aspecto importante a tener en cuenta, antes de aplicar dichas penas, era la necesidad de estudiar las características concretas de cada individuo respecto de la aplicación de ésta, sin que entraran en juego la proporcionalidad de la pena o la prevención. La idea de resocialización o reinserción se trataba de una meta imposible, al entender que la base orgánica y psíquica del individuo impedía tal hecho.
La Escuela positiva también tuvo sus repercusiones a nivel nacional, siendo en nuestro país Dorado Montero y Bernardo Quirós sus mayores exponentes.
Dorado Montero intentó aunar la filosofía correccionalista con los postulados de la Escuela Positiva. Luchó por un derecho no represivo o protector de los criminales, cuyo propósito era modificar la voluntar criminal.Era un defensor de la «Pedagogía correccional», la cual entendía que los delincuentes estaban desprovistos por completo del castigo de sentido represivo y doloroso, animado tan sólo de una finalidad tutelar y protectora. Fue también un gran defensor de la supresión del Derecho positivo, siendo uno de los primeros autores en formar parte de la Criminología Radical, la cual provenía de la crítica al poder punitivo con los marcos ideológicos que reclaman cambios sociales y una reestructuración en la sociedad profunda, viendo al Derecho Penal como un mero instrumento de control social de las clases hegemónicas o poderosas para someter y controlar a las desposeídas. Por su parte, Bernardo Quirós empleó un método de trabajo eminentemente empírico en sus investigaciones sobre la criminalidad de su tiempo, destacando la importancia de factores antropológicos y sociológicos.