Al hablar de la valoración debemos tener en cuenta que no es fácil, ya que el predecir válidamente la probabilidad que existe de que una persona como un acto delictivo suponga tener que predecir una conducta humana. La conducta humana es algo muy difícil de predecir ya que no sabemos con exactitud cómo va a actuar una persona, aunque es muy adecuado realizar la valoración del riesgo con las herramientas adecuadas para hacernos una idea del futuro comportamiento.
Se puede llegar a pensar que un hombre que ha cometido un acto delictivo leve sería poco peligroso, y por lo contrario, un sujeto que ha cometido un acto delictivo grave sería considerado como muy peligroso. Pero en realidad eso no sucede así, ya que la peligrosidad no varía en función del acto delictivo cometido por el sujeto, si no que se relaciona con las circunstancias que personales, sociales y culturales del sujeto. Podemos decir por lo tanto, que la peligrosidad es un concepto prospectivo, ya que le interesa valorar el riesgo futuro de un sujeto.
Tradicionalmente en el análisis de la peligrosidad se suelen estudiar dos instancias. La primera de ellas es la personalidad, la cual debe ser entendida desde un contexto amplio que englobaría factores constitucionales, crianza, rasgo o disposiciones. Y la segunda sería la situación peligrosa (ocasión de cometer un celito está presente y existe la impulsión hacia él).
A lo largo del siglo pasado se han realizado diferentes estudios clásicos, pero aun así no se ha conseguido establecer un tipo estructurado de la personalidad criminal, aunque si es cierto que se han obtenido ciertos rasgos de personalidad (baja autoestima, impulsividad…) que aparecen frecuentemente en delincuentes que han sido considerados como peligrosos, pero se trata de rasgos que definen a un colectivo peligroso, no a un individuo concreto como peligroso (Esbec Rodríguez 2003).
En lo referente al ámbito jurídico podemos decir que se han utilizado tres elementos valorativos de la peligrosidad criminal[1]
- La nocividad: hace referencia a lo perjudicial y dañino que pudo haber sido la conducta del sujeto.
- La motivabilidad por la norma: se entiende como la adquisición progresiva por parte del sujeto de refuerzos maduros como el control social y el orden social que priman sobre el premio que el sujeto obtiene con la comisión del acto delictivo o el castigo. Debemos tener en cuenta en este punto el concepto de intimidabilidad que hace referencia al conocimiento que el sujeto tiene sobre el castigo que se le puede aplicar. En la persona inadaptada socialmente y especialmente en los psicópatas se suele dar un conocimiento alto nocividad unida a bajos niveles de intimibilidad y motivilidad por la norma.
- La subcultura: se entiende que el diferente (marginado) tiene un orden racional distinto al que tiene la colectividad en general y es por ello que no cabe esperar de él un comportamiento adecuado a la norma, que sirve los intereses hegemónicos del Estado (Esbec y Delgado, 1994).
Tal y como apunta Esbec Rodríguez podemos diferenciar 5 etapas dentro de la valoración de la peligrosidad:
La primera etapa
La encontramos en los años 60 y aparece en los Estados Unidos de Norteamérica dentro de los procedimientos de salud mental de los individuos. En esta primera etapa los juicios en torno a la peligrosidad se fundamentaban en meras impresiones, lo que significaba que el experto una vez analizado al individuo daba valoración acerca de la peligrosidad del mismo. Al no existir herramientas para la valoración del riesgo las decisiones eran tomadas en base al juicio clínico que realizaba el profesional, y por lo tanto, era una valoración intuitiva y subjetiva.
En la década de los 70 hay que destacar el comienzo de la investigación Baxtrom (tenía como objetivo realizar el seguimiento de la transferencia que se produjo de 967 pacientes de los hospitales Psiquiátricos de máxima seguridad del correccional del Estado de Nueva York, a hospitales psiquiátricos civiles y posteriormente realizar el seguimiento de su reinserción en la comunidad). Por otro lado, esta década es muy importante en el ámbito de la peligrosidad criminal ya que es entonces cuando se empiezan a obtener datos empíricos relacionados con la peligrosidad criminal.
La segunda epata
Se hablaba de un juicio clínico estructurado el cual estaba relacionad con la investigación empírica que entendía la peligrosidad como un concepto médico legal, dicotómico y se entendía que los profesionales de la salud podían realizar predicciones acertadas sobre la posibilidad que existía de que un sujeto cometiese un acto delictivo. Si bien es cierto que la investigación empírica tuvo buena aceptación en los tribunales, desde el principio surgieron problemas, sobre todo relacionados con la conceptualización de los términos relacionados, como por ejemplo el término violencia. Otro de los problemas que aparece en esta segunda etapa es que las variables predictoras que se utilizaban eran débiles o no válidas. En los años siguientes se consiguió realizar avances en la materia de las variables y se empezó a demostrar la relevancia que estas tienen en la peligrosidad.
La tercera etapa
Aparece con el análisis actuarial que tiene como eje o como factor primordial el tiempo, supuso un avance muy importante en la valoración de la peligrosidad criminal. Aunque se puedan encontrar diferentes tipos de métodos actuariales todos ellos tienen tres características en común:
- Se trata de un procedimiento formal.
- Un procedimiento algorítmico.
- Un método estadístico.
Podemos ver como este tipo de análisis se diferencia del juicio clínico en lo referente a las valoraciones subjetivas. El juicio clínico, como bien se ha mencionado anteriormente, se basaba en las valoraciones subjetivas que los profesionales realizaban sobre los sujetos para saber cuál era el riesgo de que estos cometieran algún tipo de acción delictiva. El análisis actuarial por el contrario, descarta esas valoraciones subjetivas estableciendo un método estadístico y la valoración del riesgo se hace mediante el estudio de las conductas de otros sujetos que se encontraban en una situación similar a la del individuo objeto de valoración. Esto significa, que realizaban la valoración teniendo en cuenta el comportamiento de otros sujetos que se encontraban en una situación similar. Uno de los métodos más utilizados fue la curva ROC (Receiver Operating Characteristic, o Característica Operativa del Receptor) la cual relaciona la cada valor de la variable independiente con la variable dependiente, esta última debe ser una variable categórica dicotómica. La curva representa gráficamente los verdaderos positivos, los falsos positivos, los verdaderos negativos y los falsos negativos.
Una de las mayores críticas realizadas a este tipo de análisis se basa en las medidas actuariales fueron diseñadas teniendo en cuenta unas poblaciones específicas, por lo que al no tener una muestra representativa se pone en entredicho la posibilidad de generalizar los métodos. Del mismo modo, al basarse en factores únicamente estáticos, que se derivan de la historia del sujeto, no permiten ver cuáles son los resultados que podría tener una intervención terapéutica y por lo tanto aunque sirvan para realizar una valoración del riesgo no permiten generar estrategias para manejar o disminuir el mismo.
La cuarta etapa
Aparecen los denominados métodos mixtos, los cuales empleaban tanto medidas actuariales como medidas clínicas estructuradas que derivaban de datos empíricos. Milner et al. (1995) y Serin (1993) fueron unos de los autores que observaron que con la aplicación del análisis actuarial por un lado y los juicios clínicos estructurados por otro se obtenían resultados escasos o mediocres. Vieron así la posibilidad de utilizar ambos métodos para mejorar los resultados obtenidos en la valoración del riesgo. Es en esta cuarta etapa donde los profesionales de la salud mental coinciden en entender que si se tienen en cuenta un mayor número de factores se conseguirá una valoración del riesgo más precisa.
Aunque también es cierto que había detractores de los métodos mixtos que entendían que al utilizar el juicio clínico estructurado con los métodos de análisis actuariales disminuía la eficacia de estos últimos (Quinsey, Harris, Rice y Comier, 1998).
Actualmente la peligrosidad no se entiende como un pensamiento probabilístico dicotómico, es decir, no se busca valorar si un sujeto es peligroso o no, si no que se entiende como un pensamiento probabilístico dimensional, en la que se tiene más en cuenta la interacción existente entre los factores situacionales o contextuales que se dan cuando se producen los hechos delictivos y las propias características psicológicas del sujeto (Steadman et al, 2000). Podemos decir que la peligrosidad está compuesta por tres elementos:
- Los factores de riesgo, que se utilizan para predecir la violencia.
- El daños, que se utiliza para determinar el tipo de violencia que un sujeto puede cometer en el futuro.
- El nivel de riesgo, se trata de la probabilidad de que se dé el daño.
Se debe tener en cuenta en todo momento, que al hablar de la probabilidad que existe de que un sujeto cometa un acto delictivo no se trata de una valoración definitiva, esto quiere decir, que dicha probabilidad puede variar con el tiempo. Es por ese motivo por el que las herramientas de valoración del riesgo se aplican cada cierto tiempo en los sujetos, y no solo una vez. Del mismo modo, la probabilidad es una valoración que realiza uno o varios profesionales en la que teniendo en cuenta las características, el contexto y la cultura del sujeto sacan conclusiones acerca de si puede causar un daño en el futuro, por lo que al hablar de la probabilidad no nos referimos a un rasgo de la persona.
Se ha pretendido por parte de la mayoría de los sistemas forenses han pretendido dar o implementar en la valoración del riesgo un enfoque de lo que se ha denominado como “manejo del riesgo”, a la hora de realizar una valoración de los sujetos que han sido violentos en algún momento (Dvoskin y Heibrun, 2001).
La quinta etapa
Actualmente nos encontramos en la quinta etapa que pretende según Esbec Rodríguez utilizar medidas de predicción de la violencia que reflejen el pensamiento clínico en la vida real y la complejidad global de los casos individuales. Esta visión implica la necesidad de conocer cuándo y que circunstancias son necesarias para que se produzca un incidente violento.
Cabe mencionar aquí el estudio de MacArthur para la valoración del Riesgo de Violencia que se ha llevado a cabo durante más de una década en los estados Unidos y pretendía no solo valorar el riesgo de la violencia desde una perspectiva científica, sino también crear una herramienta actuarial que pudieran utilizar todos los profesionales de la salud metal a la hora de realizar la valoración. Se establecieron en dicha investigación cuatro dominios específicos de los cuales posteriormente se crearían o generarían las formulas actuariales que permiten mejorar en la práctica la valoración del riesgo.
Por último, hay que mencionar otra alternativa para la valoración de la peligrosidad criminal actualmente denominada “árbol de decisiones”, mediante la cual se plantean diferentes preguntas que están relacionadas con los factores de riesgo que se encuentran ligados a la violencia y así permite identificar casos de alto y bajo riesgo.