El patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que define de forma esencial el trastorno antisocial de la personalidad también ha sido denominado psicopatía, sociopatía o trastorno disocial de la personalidad (APA, 2002). En este apartado la atención se centrará en la psicopatía, pues en la literatura científica se la viene relacionando muy estrechamente con el TAP hasta el punto de confundirlos o considerarlos sinónimos del mismo trastorno. A pesar de tener mucho en común, suponen trastornos distintos.
Robert Hare, el creador de la Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R) para el diagnóstico de psicopatía, establece la diferencia entre psicopatía y trastorno antisocial de la personalidad (2003): por un lado, el TAP se refiere esencialmente a un conjunto de conductas delictivas y antisociales, lo cual provocaría que la mayor parte de los criminales cumplan los criterios para este diagnóstico; la psicopatía, por otro lado, estaría englobando determinados rasgos de la personalidad y conductas desviadas socialmente. Según el autor, la mayoría de los criminales no son psicópatas y un importante número de los individuos que consiguen vivir al margen de la ley y evitar la cárcel sí lo son. Sin embargo, en el DSM-IV-TR (APA, 2002) ya comienzan a figurar algunas de las características propuestas por Cleckley (1982) y Hare (2003) para el diagnóstico de psicopatía, es decir, en el DSM-IV-TR ya se vislumbra una descripción que señala características de la personalidad de los individuos más que en términos de conductas observables (López Miguel & Núñez Gaitán, 2009), aunque Farrington (2000, citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009) considera que los criterios siguen estando más centrados en conductas antisociales en detrimento de un enfoque desde los rasgos de personalidad. Para comprender la similitud entre la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad, es conveniente atender al PCL-R (Hare, 1991).
Tabla 3. Factores que componen la psicopatía según el PCL-R de Hare (1991).
La psicopatía entonces tiene dos factores: uno centrado en aspectos de la personalidad y emocionalidad del individuo y otro más focalizado en la conducta, que estaría socialmente desviada. Como se puede observar en los criterios del DSM-IV-TR y en los del PCL-R, existen varias coincidencias entre ambos trastornos. Un individuo que solamente cumpliera los criterios del factor I de psicopatía estaría socializado y por tanto no habría de ser diagnosticado de TAP, pues le faltaría ese componente antisocial. Así, los psicópatas que podrían presentar un trastorno antisocial de la personalidad serían aquellos que cumplieran con las características señaladas en los factores I y II del PCL-R; pero que no haya lugar a equívocos, no todos los psicópatas antisociales cumplen los criterios para recibir un diagnóstico de TAP, ni todos los TAP son psicópatas antisociales.
Se calcula que la incidencia de la psicopatía en la población general oscila entre 1,23% y 3,46% como máximo, de los cuales la tasa más probable de psicópatas primarios sería alrededor del 1% (Hare, 2006, citado en Juan-Espinosa, 2013). En el caso del trastorno antisocial de personalidad, su prevalencia en la población supondría entre un 4% y un 6,6% (DSM-IV, 2000, Hare, 2006, citado en Juan-Espinosa, 2013).
Es destacable otra diferencia entre la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad, y es la existencia de subtipos de psicopatía. Hare (1984, citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009) establece tres tipos: primario, secundario y disocial. El primario sería aquel que tuviera la frialdad emocional y la carencia de remordimientos, el secundario sí sería capaz de establecer vínculos afectivos y sentir culpa y el disocial sería capaz de tener sentimientos de culpa, lealtad y afecto,; provendría de ambientes marginales con una subcultura propia y su conducta antisocial estaría debida a factores ambientales (Torrubia, 1987, citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009). Eysenck (1981, 1995 citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009), por su parte, distinguió entre psicopatía primaria y psicopatía secundaria: la psicopatía primaria estaría caracterizada por ausencia de sentimientos de culpabilidad, empatía o sensibilidad; el psicópata secundario se caracterizaría por experimentar culpabilidad por sus actos. Las tipologías de este tipo, por tanto, esclarecen más la diferencia entre psicopatía y TAP (López Miguel & Núñez Gaitán, 2009), ya que este último no contempla subtipos. Una última diferenciación entre psicopatía y TAP en referencia a los subtipos es la establecida por Patrick (2000) y Blair (2003), atendiendo a los distintos factores causales de estos trastornos, aunque algunos sean coincidentes: la psicopatía primaria estaría relacionada con déficits emocionales y afectivos y por egoísmo, mientras que la psicopatía secundaria lo estaría a nivel de actos antisociales sin darse un deterioro emocional (citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009).
Si se atiende a los subtipos establecidos por los autores, el psicópata primario es aquel más similar al trastorno antisocial de la personalidad descrito en el DSM-IV-TR (APA, 2002) y, como se ha comentado anteriormente, este subtipo no tiene por qué darse junto al TAP en un mismo individuo, y viceversa; aun así, los psicópatas antisociales y los individuos con TAP comparten la persistencia del comportamiento delictivo (Juan-Espinosa, 2013).
También hay que tener en cuenta que el trastorno antisocial de la personalidad se ha mezclado en la literatura científica con la criminalidad (Ávila-Espada y col., 1995, citado en López Miguel & Núñez Gaitán, 2009). Esto no tiene realmente justificación, pues si bien el diagnóstico de TAP puede aplicarse a buena parte de la población reclusa, no se le puede aplicar a toda ella según la mayoría de los estudios al respecto, sobre todo teniendo en cuenta que la prevalencia del TAP en este tipo de población varía sustancialmente (Juan-Espinosa, 2013): el DSM-IV afirma que el 75% de la población penitenciaria podría diagnosticarse con TAP, pero por ejemplo Schönfeld y cols. (2006) encontraron que la prevalencia aproximada de TAP en los reclusos alemanes era de un tercio (tanto hombres como mujeres) Así, por ejemplo, el DSM-IV hace alusión a que cerca del 75% de la población reclusa puede ser diagnosticada de TAP, mientras que Schönfeld y cols. (2006) informan de una prevalencia aproximada de un tercio de los reclusos alemanes (tanto hombres como mujeres), y Fazel y Danesh (2002) estiman esta prevalencia en un 47% de la población reclusa masculina y un 21% de la femenina (Juan-Espinosa, 2013).
El subgrupo de psicópatas antisociales tienen una elevada probabilidad de cometer delitos y, de ese modo, de acabar dentro del sistema penitenciario. Se podría estimar que entre el 15 y el 30% de la población penitenciaria son psicópatas (Juan-Espinosa, 2013). El estudio de Fazel y Danesh (2002, citado en Juan-Espinosa, 2013), que revisa 64 investigaciones que englobaban una cifra de presidiarios que ascendía a 22.700 y 12 países distintos, expone que el 24,7% de los reclusos cumplían con los criterios de psicopatía – aproximadamente un cuarto de la población reclusa.