Las conclusiones a las que se llega en el Informe del Defensor del Pueblo (2000), tras la revisión de numerosos estudios de diferentes países son las siguientes:
Por lo que respecta al género, los chicos siempre tienen una mayor participación en los incidentes de maltrato, tanto en el papel de agresores como en el de víctimas.
Las formas más usuales de abuso que llevan a cabo los chicos son la agresión verbal y la agresión física directa. Las chicas, por el contrario, realizan y son víctimas de más agresiones indirectas, sean de carácter verbal o social, como por ejemplo: hablar mal de otro o excluirle.
Los problemas de violencia disminuyen progresivamente a medida que avanzan los cursos y por tanto aumenta la edad. El momento de mayor incidencia del problema se sitúa entre los 11 y los 14 años de edad, y disminuye a partir de aquí. Afirma Bean (2006) que el acoso comienza en el segundo ciclo de la educación infantil y que parece alcanzar su punto álgido durante el final de la educación primaria y el inicio de la secundaria, y decrece en el último tramo de ésta. […] Los bullies[1] no dejan de ser acosadores cuando crecen. Debe enseñárseles mejores formas de relacionarse con las demás personas. El estudio de Whitney y Smith (1993) concluyó que se produce un descenso claro del número de víctimas con el aumento de la edad (cuando se comparan los centros de educación primaria con los de secundaria). También se produce un descenso importante en el número de agresores a lo largo de secundaria. Los autores de la mayoría de los actos de victimización eran realizados por compañeros del mismo curso y grupo, aunque en algunos fueran compañeros de cursos superiores. Las modalidades de maltrato más frecuentes sufridas por los chicos y chicas de 12 a 16 años fueron las siguientes: motes, agresión física, amenazas, rumores, insultos racistas y aislamiento social.
Las formas más comunes de maltrato son, en primer lugar, la de tipo verbal (insultos, motes), seguida del abuso físico (peleas, golpes, etc.) y el maltrato por aislamiento social (ignorar, rechazar, no dejar participar), aunque esta última modalidad de maltrato no siempre ha sido muy estudiada en los estudios revisados, ya que el estudio pionero de Olweus, modelo de la mayoría de estudios ulteriores, no la incluía. Los caso de amenazas con armas y acoso sexual son muy raros en todos los estudios.
Por lo que respecta a los lugares donde ocurren los episodios de abuso, éstos varían dependiendo del curso en que se encuentren los estudiantes. Mientras que, en general, en los niveles de educación primaria el espacio de mayor riesgo es el recreo, en el nivel de secundaria se diversifican los lugares de riesgo y suben los índices de abusos en los pasillos y en las aulas.
Según el estudio de Cerezo (2001), con respecto al perfil de los agresores se puede afirmar que “junto a algunos aspectos de tipo físico como el ser varón (en una proporción de tres a uno) y poseer una condición física fuerte, estos jóvenes establecen una dinámica relacional agresiva y generalmente violenta con aquellos que consideran débiles y cobardes. Se consideran líderes y sinceros, muestran una alta autoestima y considerable asertividad, rayando en ocasiones con la provocación. En cuanto a las variables de personalidad, encontramos que suelen presentar algunas dimensiones de personalidad específicas: elevado nivel de Psicoticismo, Extraversión y Sinceridad, junto a un nivel medio de Neuroticismo.”
Con respecto a la víctima, el estudio de Cerezo (2001) concluyó que “suelen ser el blanco de los ataques hostiles sin mediar provocación, por el contrario, muestran rasgos específicos significativamente diferentes, incluyendo un aspecto físico destacable: su complexión débil, acompañada, en ocasiones, de algún tipo de hándicap. Viven sus relaciones interpersonales con un alto grado de timidez que, en ocasiones, les llevan al retraimiento y aislamiento social. Se autoevalúan poco sinceros, es decir, muestran una considerable tendencia al disimulo. Entre los rasgos de personalidad destacan con altos niveles de Ansiedad e Introversión, justo alcanzando valores opuestos a los agresores”.
Según Olweus hay dos tipos de víctimas:
Víctimas pasivas o sometidas: son el tipo más común de víctimas y presentan normalmente alguna de las siguientes características: son prudentes, sensibles, callados, apartados y tímidos; son inquietos, inseguros, tristes y tienen baja autoestima; son depresivos y se embarcan en ideas suicidas mucho más a menudo que sus compañeros; a menudo no tienen ni un solo buen amigo y se relacionan mejor con los adultos que con sus compañeros; en el caso de los chicos, a menudo, son más débiles que sus compañeros.
Las víctimas provocadoras o acosador-víctima se caracterizan por lo siguiente: siguen una combinación de patrones de inquietud y de reacciones agresivas; tienen a menudo problemas de concentración y pueden tener dificultades lectoras y de escritura; se comportan de forma que pueden causar irritación y tensión a su alrededor. Algunos de estos estudiantes pueden ser hiperactivos; no es infrecuente que su actitud sea provocadora frente a muchos de los demás estudiantes, lo que trae como resultado reacciones negativas no sólo por parte de una gran parte del alumnado sino de toda la clase.
Los acosadores:
Los acosadores tienden a mostrar algunas de estas características: una fuerte necesidad de dominar y someter a otros compañeros y salirse siempre con la suya, impulsividad y enfado fácil, poca solidaridad con los compañeros victimizados, a menudo son desafiantes y agresivos hacia los adultos (incluyendo a sus padres y al profesorado), a menudo están involucrados en actividades antisociales y delictivas como puedan ser el vandalismo, la delincuencia y/o la drogadicción[2], en el caso de los chicos a menudo son más fuertes que los de su edad y, en particular, que sus víctimas.
Existe un tipo de acosadores denominados “los blancos-autores” que se caracterizan por ser estudiantes que sufren o han sufrido bullying y más tarde lo ejercen, tras un tiempo en el que han sido víctima pasan a agredir. A menudo practican agresiones más graves que las que ellos han sufrido.
Testigos-espectador (del inglés bystander): son estudiantes que no sufren ni practican el bullying, sino que tienen un role de espectador, conviven en un ambiente donde eso ocurre, no denuncian por miedo a ser las próximas víctimas, con frecuencia se sienten temerosos, pueden vivir las agresiones que presencian de forma angustiosa.
Olweus (citado por el Informe del Defensor del Pueblo, 2010, p.20) consideraba que la falta de apoyo de los compañeros hacia las víctimas, frecuente en esos procesos, es resultado de la influencia que los agresores ejercen sobre los demás, en la línea de lo que algunos estudios han demostrado respecto a que tanto adultos como jóvenes se comportan de forma agresiva después de observar un acto de agresión. En el caso del maltrato entre iguales, se produce un contagio social que inhibe la ayuda e incluso fomenta la participación en los actos intimidatorios por parte del resto de los compañeros que conocen el problema, aunque no hayan sido protagonistas inicialmente del mismo. Este factor es esencial para entender la regularidad con la que actos de esta índole pueden producirse bajo el conocimiento de un número importante de observadores que, en general, son los compañeros y no los adultos del entorno de los escolares. En otros casos, se ha demostrado que es el miedo a ser incluido dentro del círculo de victimización y convertirse también en blanco de agresiones lo que impide que alumnos que sienten que deberían hacer algo actúen.
[1] Del inglés: agresores
[2] Un 60% de los niños que participan en conductas de acoso cometerá un delito antes de los 24 años, y un 35% cometerá tres, según los estudios longitudinales llevados a cabo por Olweus (2003).