Tal y como indican Bonasa et al. (Fariña et al., 2010, p. 104), se han estudiado ampliamente las consecuencias psicológicas, emocionales y sociales de los divorcios en los hijos en términos generales, pero no se ha estudiado en cómo se traduce esa misma situación cuando los procesos de divorcio se llevan a cabo de manera disfuncional. Ante este panorama, analizando la bibliografía trato de exponer las consecuencias de los divorcios disfuncionales.
Tal y como vengo señalando, en un proceso de separación y divorcio, tanto saludable como disfuncional, hay involucradas diversas partes de la familia. Por un lado están los progenitores que han dejado de ser pareja y, por otro lado, están los hijos en común. Finalmente, también puede verse afectada por el divorcio la familia extensa. Por tanto, voy a clasificar las consecuencias del divorcio disfuncional en tres categorías, según a quien afecta.
Consecuencias para los progenitores
La consecuencia inmediata de un divorcio para la pareja es la pérdida del otro cónyuge, como fuente de apoyo físico, emocional y económico. En una separación saludable los ex cónyuges pueden continuar una relación de cariño y amistad tras la ruptura, sin embargo, en un divorcio disfuncional, todo el amor que se ha sentido alguna vez por la pareja se convierte en odio y resentimiento. La separación no pone fin a su conflicto si no que lo lleva a otro nivel, en el que los ex cónyuges se hacen las vidas imposibles mutuamente, valiéndose para ello de todo tipo de artimañas, como por ejemplo, denuncias falsas, continuas querellas, utilización de los hijos como armas para lastimar o perjudicar, etc.
Además, los ahora ex cónyuges deben hacer frente a los cambios en sus vidas: nuevas responsabilidades, nuevos retos como padres/madres solteros/as, nuevos empleos, etc.
También la economía familiar se ve afectada tras un divorcio. A parte de los problemas derivados de tener que repartir el patrimonio conjunto de la pareja entre los dos miembros de forma equitativa (en caso de no haber separación de bienes previa al matrimonio), cuando una familia pasa a ser monoparental esta empieza a sostenerse económicamente solamente por un salario. Garrido (2002) señala que el poder adquisitivo de las familias monoparentales disminuye, lo que a su vez puede derivar en cambios en el nivel y estilo de vida.
Otra consecuencia para los progenitores es la reacción de los hijos ante la ruptura de la pareja parental. En el caso de los divorcios disfuncionales, los hijos se encuentran en medio de una guerra entre sus padres, estando obligados a decantarse por uno de ellos, en detrimento del otro. El problema aparece cuando la respuesta de los hijos es en forma de agresiones, desobediencia, desórdenes de conducta, conducta anti-social, problemas con los padres, consumo de drogas, absentismo escolar, disminución del rendimiento académico, entre otros. Pueden aparecer episodios de violencia del hijo hacia el progenitor que él considere culpable o, por el contrario, contra el más débil. Por lo general, cuando sucede una separación entre los padres, la tendencia es que los hijos menores vivan con la madre, creando núcleos monoparentales con figura materna. Esto coincide con los datos que Romero, Melero, Cánovas y Antolín (2005, p. 108) y de Rechea, Fernández y Cuervo (2008, p. 28) proporcionan acerca de que la principal víctima de la violencia filio-parental es la madre, en un 87,8% y 89,8%, respectivamente. Rechea et al. (2008) Señalan que las causas pueden ser las siguientes: 1) la madre está siempre presente en el núcleo familiar; 2) recae sobre ella la responsabilidad de educar a los hijos; 3) es más vulnerable por el hecho de ser mujer y 4) vivimos en una sociedad con importante componentes machistas. También Pagani, Larocque, Vitaro y Tremblay (2003) “concluyeron que existía una correlación significativa entre el estado civil (divorciadas) y las agresiones hacia las madres; las familias que estaban divorciadas tenían mayor probabilidad de sufrir agresión física y las familias divorciadas que se unían en segundo matrimonio tenían mayor riesgo de sufrir agresiones verbales o psicológicas” (Citado por Aroca, Cánovas y Alba, 2012, p. 242). Por tanto, pueden aparecer casos de violencia filio-parental tras un divorcio disfuncional.
Consecuencias para los hijos
La primera reacción de los hijos, tanto en un divorcio saludable como en uno disfuncional, es la de miedo y confusión. No comprenden los nuevos acontecimientos que suceden en su familia, por ello necesitan que sus padres les expliquen. En los divorcios disfuncionales, sin embargo, esta explicación no se da o es inadecuada, aumentando más aún el desconcierto de los hijos. Además, en las peleas por la custodia de los hijos en común, los padres olvidan muchas veces las necesidades de estos, dejándolas en un segundo plano, convirtiendo la lucha por la custodia en una lucha entre ellos, con el único fin de desacreditar y perjudicar al otro. En la misma línea, tal y como indica Patterson (1982. Citado por Gámez-Gaudix y Calvete, 2012, p. 281), en aquellas familias en las que existen conflictos graves entre los progenitores causados, entre otras cosas, por un divorcio disfuncional, con violencia física o psicológica, ocurre que, por esta misma razón, la educación que reciben los hijos es desorganizada o incluso contradictoria; además, también pueden darse estilos educativos inadecuados a raíz del conflicto paterno, más o menos agresivos. En estas situaciones, los hijos reciben mensajes contradictorios y violentos; son castigados por uno de los progenitores por hacerle caso al otro. Esto desestabiliza emocionalmente a los menores, lo que, en definitiva, puede causar una explosión violenta por parte de los hijos hacia sus padres o hacia otras personas del hogar o de fuera del mismo.
Los hijos también pueden verse afectados por los cambios económicos por los que atraviesa la familia. Pueden dejar de recibir pagas o caprichos antes permitidos pero no compatibles con la nueva situación económica.
A esto se suma una posible mudanza y, con ello, cambio de centro de escolarización, provocando que el niño pierda a sus amistades y compañeros, incluso ver deteriorado los vínculos con la familia extensa del progenitor no conviviente.
Por otro lado, según Torrente y Ruiz (2005. Citados por Aroca Cánovas y Alba. 2012, p. 241), si comparamos los hijos que viven con ambos progenitores con los que viven solamente con uno, estos últimos “tienen más relaciones conflictivas con ellos, reciben menos estimulación cognitiva, apoyo emocional y supervisión, y tienen unos lazos afectivos más pobres con sus padres”.
Además, a las familias monoparentales se les añade la dificultad de compaginar la vida familiar con el trabajo, lo que supone una disminución del tiempo que se dedica a la educación y crianza de los hijos. En esta línea, siguiendo a De Garmo y Forgatch (1999, Citados por Aroca, Cánovas y Alba, 2012, p. 240), en las familias monoparentales aparece un deterioro en la comunicación entre los integrantes del núcleo y también en las demostraciones de afecto; a esto se le une, según estos autores, la inconsistencia de los límites y normas, instaurando poco a poco un estilo educativo coercitivo que perjudica el correcto desarrollo del hijo.
En definitiva, un proceso de separación o divorcio mal llevado por los padres tiene graves consecuencias en la psique de los hijos.
Consecuencias para la familia extensa
Antes de nada, con familia extensa me refiero a todo familiar externo a la pareja casada/divorciada. Entran aquí padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, etc. En los divorcios disfuncionales, la familia extensa de un cónyuge suele perder la relación con el otro, rompiendo amistades de años por lealtades familiares. En ocasiones, la pérdida de la relación llega a afectar a los hijos, no solo a los ex cónyuges; por ejemplo, abuelos que ya no ven a sus nietos por convivir estos con el cónyuge no familiar. En la mayoría de casos, la familia extensa que se ve afectada por la pérdida de las relaciones con los hijos de la pareja divorciada es la del cónyuge no conviviente.
A modo de contraste, en un divorcio saludable los vínculos con la familia extensa, tanto por parte de un cónyuge como por parte del otro, no se cortan. Se facilitan visitas a los familiares y se sigue llevando una relación de amabilidad y cordialidad, incluso de cariño.
Por otro lado, en los divorcios disfuncionales, la familia extensa se ve involucrada en exceso en el proceso de divorcio y, aunque es importante la actuación de esta, debe limitarse ya que el divorcio es cosa de dos. Para ser un divorcio saludable, la familia extensa debería limitarse a dar apoyo emocional o económico (de ser necesario) a la familia que se está separando. Sin embargo, en un divorcio disfuncional los ex cónyuges buscan alianzas con la familia extensa con la finalidad de perjudicar o presionar al otro cónyuge.
Ambas situaciones resultan muy dolorosas tanto para los miembros de la familia extensa como para los miembros de la familia separada, por un lado, por la pérdida de vínculos de cariño y apoyo y, por otro lado, porque los sentimientos positivos cambian a negativos por cuestiones de lealtad a la familia